Manu Leguineche

17 noviembre 2007

FRANCISCO UMBRAL

Un solitario

El Mundo, 23.02.2007
Francisco Umbral

Aparece ahora en la vida literaria madrileña el libro de un solitario, Manuel Leguineche, que llevó una vida a lo Hemingway y está también viviendo un retiro como el americano clásico, todo él memoria, periodismo, soledad, humor y calamidad, sólo la suficiente calamidad como para que te dejen en paz o no te dejen parar. Todos, en esta generación, sabemos algo de eso, yo diría que todos estamos escribiendo el mismo libro.
Manu Leguineche, porque la generación joven tiene ya otro Manu virtuoso, ba- jaba directamente de las tierras vascas sin ninguna connotación política, y en las tierras castellanas acudió al magisterio de Miguel Delibes, que no podía dejar escapatoria a este periodista nato, impulsivo, actualí- simo y plural. Leguineche nos captó pronto a todos allá en los primeros años 60 y nos donó sus novedades: Londres, los Beatles, los idiomas, Andy Warhol y los tabernones madrileños. Traía un estilo nuevo, entre la literatura y el periodismo, a lo Rolling Stones. Era el levantamiento estudiantil promovido por los que no estudiaban nada, pero todos habíamos leído el Charlie Hebdo, versión europea de la gran movida americana.

Manu Leguineche pronto echó firmes raíces entre la juventud madrileña, pero su tirón era el viejo Ernest, a quien rondó con provecho y calidad. Volviendo de Cuba, donde había estado muy malo, me lo dijo: «El viejo Ernest me ha pasado factura». Ahora, Manu está retirado en una casa de campo alcarreña cercana a la que por allí tuvo Camilo José Cela. Acudí cuando me llamó y cumplí con el ritual de la visita al amigo distante y doliente que estaba ya transfigurado por la distancia, el dolor, las arrobas, la violencia y todo eso. Era un corresponsal de guerra retirado y una secuela de los Hemingway, los Miller y los Capote. En Cela descubre tardíamente al Hemingway español, hasta el punto de arrimarse a él con poesía y prosa. Es el mártir carcomido del periodista en acción.

Ahora, Manu se pone de actualidad -nunca ha dejado de estarlo- y nos devuelve su juventud tormentosa, entre Artaud y Oriana Fallaci. Di mi breve conferencia en el mesón del pueblo, ante un público que no veía porque todo lo potenciaba la oscuridad, pero recuerdo que había amagos de mujeres bellas que no sé si Manu cita en su libro, pues me parece que ya va pasando un poco de eso.

Se ha convertido en algo así como su propio abuelo viejo que murió implorando el nombre de Manu antes que el de sus hijos. Era un ordenanza del diario Madrid y se llamaba Luisón. Una curiosa manía de Manu ha sido siempre la de fundar agencias de prensa, pues no soportaba la dependencia de nadie y estas agencias le hacían libre, creativo y muy personal en su estilo de información. Muy entrados en su amistad, almorzábamos a veces en un pueblo del camino (el camino de la vida, ojo). Delibes, Manu y yo. Una vez Leguineche sacó el manuscrito de un libro y Miguel, el maestro, tras hojearlo y escucharle al autor una breve lectura, pa- reció un poco decepcionado. Manu regresó a su silencio y tardó mucho en sacar otro libro. Que a lo mejor era éste.