Un vasco de Brihuega en el desembarco de Alhucemas
¿Por qué recaló en África?
Desde Tolosa, donde nací, pasé a África porque me llegó la edad. Me reclutaron en San Sebastián hasta Ferrol en Infantería Marina. Allí estuve como un año o cosa así y hubo un sorteo para África y a mí me tocó. Yo ya era entonces cabo de Infantería Marina. Querían cambiarme el destino muchos chusqueros pero no lo quise. Me dije: por mi suerte me ha tocado África y a África voy. Allí fui con otros marinos más de Ferrol y de Cartagena. Estuvimos en un batallón expedicionario, primero estuvimos en San Fernando un par de meses y desde allí nos devolvieron a nuestro sitio. Entonces algunos querían anular el cuerpo de Infantería Marina pero otros querían quedarse, los oficiales. A mí me tocó a Marruecos.
¿Qué recuerdos tiene de su paso por el campamento de Dar-Drius, conocido como el “campamento del castigo”?
Estuve unos meses en Melilla y más adelante nos destinaron a Dar Drius, en un campamento amurallado de una forma terrible. De noche no oíamos más que a las zorras aullar, formando un parapeto de un círculo que lo menos seríamos ochenta o noventa soldados y cabos. En Dar Drius, de día, podía salir pero de noche estábamos quietos. Salía al río a bajar a lavarnos la ropa. Desde allí se formó el batallón expedicionario y salieron de la Legión. Acampamos en las mismas puertas de Melilla, al lado del río, dormimos una noche y luego a la mañana siguiente, nosotros andando, recorrimos veinte kilómetros. Entramos en Melilla y aquello era terrible. Los que podían ir andando, como yo que era joven, andando, pero otros iban en los mulos de las ametralladoras y algunos se quedaron tumbados en la cuneta, nadie los recogía. La oficialidad iba andando delante y nada, no se ocupaban de ellos. En Melilla tuvimos que coger a unos cuantos muchachos que quedaron tumbados en la carretera muertos de frío y de calor. Los oficiales no les dejaban ni beber agua, pero las mujeres de Melilla nos daban agua. Yo iba con otros dos muchachos vascos. Me tuve que cuadrar ante un oficial para decirles quiénes éramos y dónde íbamos, era una tentación difícil de resistir. Nuestras cantimploras estaban vacías y el cuerpo pedía agua. Desde Melilla fuimos al cuartel del Alto Cabrerizas. Llegué casi dormido, no podía más. Me quitaron pulseras y demás.
¿Cuándo llegó a Alhucemas?
Un día de septiembre de 1925. Montábamos en barco a deambular por el Estrecho. Había una caravana de cien barcos, por lo menos, para entrar en Alhucemas. Unas veces acampábamos en un terraplén y hacíamos noche, otra noche íbamos andando, en ese plan estábamos. El barco estaba comandado por el almirante Lobo. Pasamos bastante tiempo hasta que ya nos tocó ir a Alhucemas. Estuvimos varios días en el Estrecho, diez o quince. Desembarcamos en las playas de Alhucemas porque no había muelle ni nada. Estábamos a cien metros de la costa porque no había desembarcadero. A mí me tocó la mala suerte, como cabo, iba mandando una patrulla y en una barcaza estábamos quince o veinte soldados, yo entre ellos, y en esto se levantó un temporal y estuvimos en el mar dos días o tres. Desembarcamos comestibles cerca de donde estaba desplegado el tercio. Yo llevaba una libra de chocolate caliente. Luego nos recogió el Jaime I, montamos y al día siguiente nos mandaron a Melilla de nuevo.
¿Cómo se produjo el desembarco?
Íbamos en el fondo de las barcazas K, apretados, tanto que siempre había alguien que, “beeh, beeeh, beehh”, imitaba el balido de las ovejas. Había buen ánimo y sentido del humor. En esos desembarcos previos con marchas de maniobra y columnas de avance se hizo todo con la mayor verosimilitud para que nuestros pies supieran caminar sobre el agua y nuestros oídos y nuestros nervios se habituaran a la preparación artillera.
¿Estaba en primera línea militar en aquella zona?
Dos o tres días estuve en segunda línea. Cuando nos mandaron avanzar, presencié unas escenas de miedo. Iba en segunda fila, como cabo, era uno de los escuadrones. Vi que los moros tiraron un cañonazo y mataron a cuatro delante de mí. Vi los muertos y otros heridos quejándose. Había un capitán de Infantería que lo tuvimos en Ferrol, apellidado Ristori creo, que luego casualmente ya licenciado lo vi en Guadalajara en una barbería. En fin, desembarcos allí, en el Alto Cabrerizas y estuvimos esperando una operación de avance. Nosotros no nos movimos desde el alto pero el tercio avanzó. Veíamos cómo empezaba el tiroteo. Desde ahí nos destinaron a un cerro, cerca de Alhucemas. Estaba alambrado y con sacos de tierra. Estábamos cubriendo y no nos dejaban salir si no era con permiso. Yo tuve un pequeño accidente haciendo una zanja, para pasar las tropas de un lado a otro. Cayó un petardo cerca de mí. Me cogieron en una camilla los soldados y me recogieron. Luego fui al nuevo campamento “Morromodo”.
¿Cómo dio con Brihuega?
Es que en Tolosa, unos doctores, dueños del Instituto Llorente de Madrid, buscaban un administrador para la finca que tenían en Brihuega. Había allí dos médicos, que eran los dueños y asistían a la Casa Real. Me recomendaron. Yo tenía el título de capataz agrícola. Los doctores Mejías, dueños del Instituto Llorente, me recibieron bien y desde allí me trajeron a Brihuega. Aquí vine nada más cumplir el servicio militar. Llevo más de ochenta años. En la finca de Brihuega he estado muy bien más de cuarenta años. En la finca he estado con el alcalde de Madrid y con gente importante que venía a cazar.
¿Se ha sentido a gusto en Brihuega?
Mucho, me han atendido bien. Yo tengo agradecimiento y algún enemigo tenía en guerra. Había obreros de Brihuega, pero con todos me hice bien. No tuve conflictos. Y hoy, yo soy vasco de nacimiento, vasco, pero no comprendo como muchos vascos se entorpecen regañando con Castilla. Yo para Castilla no tengo más que agradecimiento. (Rompe a llorar). Tengo castellanos amigos, que también no me acuerdo de nombres pero son muchos. O sea, que soy un vasco castellanizado. ¿Me entiende? Llevo muchos años de Brihuega pero todavía no se me ha olvidado el vasco. (Comienza a entonar una canción en euskera en voz alta y luego traduce la letra).
¿Cuál es el secreto para conservar la memoria que tiene?
La verdad es que tengo memoria todavía, con la edad que tengo… Me acuerdo de la letra de muchas canciones vascas.
¿Dónde estuvo durante la Guerra Civil?
Estaba en la finca de Brihuega, trabajando, a la expectativa. Hasta que llegó el momento de marcharme. Desde la finca a Brihuega, unos seis kilómetros, subimos andando y en Brihuega me atendieron bien, me recibieron bien. Pero en esas que pasó una avioneta y me pegó un tiro, que todavía tendré la señal aquí. Caí rodando como una pelota. Me recogieron, me metieron en una casa, me bajaron al consultorio médico, que eran italianos. Estaban los de las brigadas italianas, los veía llegar a montones del follón que se estaba organizando. Tenía un amigo que era médico también que se encargó de que me metieran junto a otros en un camión con heridos. Mi mujer, mi hijo y yo nos fuimos a Sigüenza, donde me recibieron estupendamente en el hospital. Me estuvieron curando. Luego ocurrió el desastre de los italianos en la batalla de Guadalajara. Me destinaron a Zaragoza, donde tenía un profesor que me había curado en Tolosa.
Después de la guerra, ¿cómo quedó Brihuega?
Las cosas se fueron arreglando poco a poco, vino la normalidad. En Brihuega yo he tenido amistades igual que en todos los lados, no puedo quejarme de este pueblo.