Periodismo

17 marzo 2003

Desencanto optimista

GUADALAJARA DOS MIL, 17/03/2003

La persona encargada de verificar la clonación de una niña por parte de la secta de los raelianos es un periodista y “defensor del ocultismo”. El Canal 4 británico emitió una autopsia en directo y un acto de canibalismo en el que un artista chino prueba el cadáver de un bebé que nació muerto. Las agencias despachan que “una diputada dice que es monstruoso y el canal defiende que es para entender el arte”. La cadena Ser, ya en nuestro rincón, destapa el documento que desmiente las explicaciones de Álvarez-ligero de Cascos en el tema del Prestige, pero El País se niega a publicar las notas de prensa de Fomento. Seguimos: el jefe de Informativos de la televisión pública babea en una entrevista-mitin con el presidente del Gobierno. Pedro J. Ramírez, en una de sus sábanas dominicales, habla de Aznar con nostalgia –“Que vuelva Aznar”, que éste no es el mío, que me lo han cambiado, podría agregarse- y cuenta los agobios de la empresa editora de su periódico en el último ejercicio. Se queja de la censura. Precisamente él, periodista de raza, director de periódicos durante casi veinte años y cronista político que lo fue del acorazado venido a menos ABC. Hablando de la realeza. El dibujante Molleda acude a una conferencia en la Facultad de Periodismo y denuncia, con ironía y gracejo como hacen los buenos hombres, su despido fulminante del diario monárquico “por un capricho del director”. ¿Cuántos redactores, becarios, fotógrafos e incluso columnistas podrían decir lo mismo en miles de publicaciones de todo el mundo? A Isabel San Sebastián, por poner un ejemplo exuberante, se la han comido los demonios. La sustituta es su “compañera y amiga” Mamen Gurruchaga, que de corresponsal en Donosti ha llegado a articulista en Madrid, y espérate querida lo que te rondará Anson. Es que me troncho, de verdad…

Total, señores, que el periodismo anda fatal. ¿Quieren un consejo? No se fíen de los periodistas. No porque seamos gente rara, mal preparada o vanidosa que, a veces, también. No se fíen sobre todo porque somos personas vulgares, corrientitas, sujetas a los vicios mundanos como cualquier otro mortal. No se fíen pero tampoco nos ignoren. Quizá lo más atinado sea leer a todos, escuchar a todos y ver a todos (aunque la televisión últimamente repugna) y luego sacar conclusiones. Kapuscinski afirma que el periodismo ha dejado de buscar la verdad para convertirse en transporte de mercancías. Nos compran. Nos venden. Y lo hacen a su antojo: con sobres suculentos, con publicidad, por medio de la coacción o de los intereses de las nuevas empresas de comunicación. Ya no hay editores ni periódicos independientes. ¿Cómo va a ser independiente un diario que representa una unidad de negocio en un grupo multimedia que, a su vez, participa del sistema económico del cual dice ser crítico? Imposible. Por este motivo, humildemente, yo sólo aspiro a jugar limpio: en estas páginas puedo decir lo que me da la gana, y disfruto con ello, y lo agradezco a quién corresponda. Pero llegará un día, cuando tenga el título bajo el brazo, o quizá antes, en que acabaré topándome con la pared del dinero. Del dinero de los que manipulan, claro, no del mío. Será entonces cuando vea la obligación de seguir alimentando mi estómago y tendré que ceder a las presiones si no quiero dar con los huesos en la calle. Puede parecer un argumento triste o sonará a excusa. Piensen lo que quieran, ahora que dicen que hay libertad. Lo cierto es que prometerles lo contrario sería contribuir a reforzar la mentira. Y paso. Paso de llenarme la boca para que después me la cierren. Paso de engañar a la gente como si fuera una pléyade de borregos. Me niego a insultar al pueblo.

Es evidente que nunca debemos bajar la guardia. Lo único que nos queda, también a los pupilos, siguiendo la cátedra de nuestros mejores maestros, es la búsqueda del rigor y la honestidad. Lo demás es basura. La de Polanco y su conchabeo con el socialismo ramplón. La de Berlusconi y su oligopolio. La de los grupos locales y sus salarios lacrimógenos. Expreso ahora mi desencanto con este oficio. Lo que tiene de bonito y embriagador se lo ventila, súbitamente, el poder. Político y económico, tanto da. Se huele desde abajo, no hace falta llegar a ningún despacho. Entonces, ¿por qué seguimos tantísimos ilusos obstinados en trabajar de este modo, en ganarnos la vida peor que las putas, que por lo menos tienen conciencia de su labor y cobran más? ¿Por qué esta pasión por el periodismo? ¿Por qué este desencanto optimista?