Periodismo

9 diciembre 2002

Periodistas en el fango

GUADALAJARA DOS MIL, 09/12/2002

Hace un frío de pelotas y media España vuelve a casa después de su letargo en las carreteras del estado. Qué triste destino el de este Occidente de capitanes desalmados, políticos moribundos y marisqueros con lágrimas en los ojos. “La Voz de Galicia” está ejerciendo un periodismo modélico cubriendo el hundimiento del “Prestige” con responsabilidad, moderación y rigor. La prensa internacional otorga a la catástrofe una atención inusitada. “Corriere della Sera” llevaba el tema a su portada hace escasos días con una información a cuatro columnas. Los periódicos franceses, por la cuenta que les trae, también se hacen eco de forma amplísima. “Le Monde” recoge en primera el descalabro del Gobierno español, la patética actuación de unos irresponsables que por fin han demostrado su verdadera talla política. O, por mejor decir, la carencia de ésta. “Caos logístico”, señala “Libération”. “The Times” titula que las autoridades españolas “admiten que el buque sigue despidiendo fuel”. El ministro Cascos viaja a Bruselas y, a modo de disculpa, asegura que “el Prestige es el Chernóbil español”. Él y su jefe han tardado casi un mes en darse cuenta. Mientras tanto, ahí está el bombero Rajoy para apagar los fuegos que sea menester. “¿Quién está al mando?”, inquiere Fernando Vallespín en El País.

Y el caso es que a mí, que siempre me da por mirar la hemeroteca, me vienen a la memoria las riadas de Yebra y Almoguera. Un periódico apenas le dedicó sus ¡dos últimas páginas! Sin opinión, comentarios, testimonios, contracrónica ni análisis de fondo. ¿Para qué hacerlo?, se preguntarían. Es mejor contar la rehabilitación de la ermita de San Salustiano y su correspondiente merendola. Al fin y al cabo, quizá eso es lo que quiere la parroquia. “El mejor periodismo es el que espera, devoto y mudo, que la verdad le caiga como una hostia” (Arcadi Espada). Puede que tal afirmación sea cierta, pero entonces no podríamos entender el periodismo de Julio Camba, ni el de González Ruano, ni siquiera el de Josep Pla. Esta gente no se quedaba quieta en la redacción, contando chistes, fumando unos pitis, esperando a ver si caían los teletipos en la punta de la pluma. No se limitaban a contar la verdad oficial, se ha dicho. “El periodismo es crítico o no es”, sostiene Umbral. Cuando suceden catástrofes como la que ahora contempla el mundo entero en las costas gallegas, el periodista no puede hacer otra cosa más que abandonar el fax, agarrar la libreta y salir a la calle. O sea, que podemos confirmar que hay vida más allá de las facultades y las redacciones. No todo es teoría en este depauperado oficio. El mundo funciona más mal que bien y la obligación del periodista es –pienso- levantar acta de esa realidad. Claro que, tristemente, después vienen “los de arriba” con la cruz de los intereses publicitarios y los flirteos con el poder que, por otro parte, son consustanciales a la profesión. Pero reflejar lo que cada uno ve, dejarlo por escrito en un papel o en la pantalla de un ordenador, es un acto íntimo y exclusivo que sólo atañe al honor de cada uno. Quizá sea lo más gratificante. Leo que el colegio de periodistas de Galicia denuncia el “apagón informativo” auspiciado desde el palacio de La Moncloa. Casi nos fiamos más de los gobiernos de Portugal y Francia, ¡y eso que también son conservadores! Los intelectuales rugen contra la política de mordaza de unos seres que disfrutan pegando tiros por los montes de Castilla. Y en Guadalajara todo esto, ¿qué? Ni nos va ni nos viene, le oigo decir a un colega. Claro, aquí los periodistas no cobran lo suficiente para librar batallas tan escabrosas.