Los últimos de la meseta
Los campos de cereal y las tierras en barbecho rebosan como en un cuadro de Benjamín Palencia. La llanura amarilla cultiva dos históricas rutas: la de la plata y la del Cid, que anduvo por estos rincones hace 800 años camino de su destierro. La estampa engaña. Detrás de una colina suave aparece una vasta llanura silueteada por los renglones torcidos de las carreteras. No hay niños en las plazas, sólo los que vienen de Madrid. Tampoco hay comercios, sólo los que practican la venta ambulante. A cambio, sobra el silencio. Los estorninos repican con su cántico como en una novela de Delibes. Poco más se oye. Un coche cada tres horas y el pito del panadero cuando llega, puntualmente, tres veces por semana.
La estampa de la Sierra de Pela, en la zona norte de la provincia de Guadalajara, podría ambientar el aire bucólico de un verso machadiano. Sin embargo, la realidad no es tan poética. La falta de servicios y de infraestructuras resulta lacerante. Las carreteras de la comarca se pudren bajo un asfalto recalentado, el transporte público empeora, los servicios sanitarios son mínimos y, lo peor de todo, faltan pobladores. El 43% de la población de la comarca supera los 60 años, el 22% está entre 20 y 40 años, otro 22% entre 40 y 60 años y una minoría tienen menos de 20 años. La densidad de población de la Sierra Norte es de 4 habitantes por kilómetros cuadrado. En la Sierra de Pela, esta cifra aún baja unas décimas. Hijes tiene 32 habitantes censados, Ujados 30 y Bañuelos 24, por poner tres ejemplos elocuentes. No hay gente. Y sin gente, el progreso se hace inviable. Aunque haya cobertura de teléfono móvil, pongamos por caso, o las casas estén remozadas. Todo parece insuficiente.
Los inmigrantes, que ya han llegado a pueblos recónditos, están empezando a paliar este déficit de capital humano. Eugenia Popa tiene 26 años y vive con su familia, compuesta por cinco miembros, en una casa alquilada en Bañuelos. Hace más de cinco años que llegó desde Rumania. Sin papeles, sin documentación. Ahora en verano conviven con otros amigos también aterrizados desde el este. Cada día, por la mañana y por la tarde, abre el centro social del pueblo para que los lugareños puedan echar la partida o reunirse para charlar. Su marido es empleado de una empresa de materiales de construcción en Atienza. “Mi marido estuvo trabajando primero en los pinares de Molina y Tamajón y luego llegamos aquí y estamos muy a gusto”, explica. Eugenia y su familia se fueron a vivir primero a Atienza, pero al cabo de pocos meses regresaron a Bañuelos: “no me gustan las aglomeraciones, queremos estar muy tranquilos, aquí la gente es muy amable y no hemos tenido ningún problema”. El idioma lo manejan sin problemas y se han adaptado a las costumbres del pueblo con total normalidad. “Yo no sé si es más fácil la adaptación en una ciudad o en pueblo, lo que sé es que aquí no hemos encontrado ningún obstáculo”, remacha Eugenia.
Turismo, el futuro
En lo que se refiere al empleo en la Sierra de Pela, el sector mayoritario es el terciario, seguido del secundario y, a gran distancia, el primario, según datos de la asociación ADEL Sierra Norte. Las actividades relacionadas con el turismo están en auge, pero tampoco cunden como en otras zonas de la provincia. En este ramal serrano, sólo hay alojamientos rurales, de distinto tipo, en Romanillos, Imón, Bañuelos y Somolinos. Antonio Salto de la Fuente, 48 años, es un empresario radicado en Madrid que todos los jueves por la tarde se escapa a su pueblo, Bañuelos. Preside la asociación cultural San Antonio y es el alma máter de multitud de iniciativas socio-culturales de la localidad. Acaba de invertir 90.000 euros en rehabilitar el antiguo pajar de su tío Teodoro para convertirlo en dos cómodas, modernas y confortables casas rurales. Ha renunciado a subvenciones públicas “para no depender de nadie”, según afirma. “Se trata de hacer algo para que la gente venga a esta zona, que está muy abandonada y muy dejada. Me decidí hacerlo porque no me costó nada el pajar, que era de la familia, y le prometí a mi tío que no lo iba a dejar hundirse”.
La casa rural de Antonio no está todavía inaugurada, aunque pronto empezará a funcionar. Pero no todo es oro lo que reluce en el turismo, que habitualmente aparece presentado como la gallina de los huevos de oro. Invertir en un alojamiento rural exige una inversión que ronda los 100.000 euros y luego hay que planificar el mantenimiento. “Nosotros ahora el problema que tenemos –comenta Antonio- es encontrar alguien cualificado para atender las casas, es decir, mi mujer y yo, que somos los promotores, venimos con frecuencia al pueblo pero necesitamos alguien que despida a los huéspedes y que limpie las habitaciones. No encontramos a nadie”. La idea que tiene en mente es contratar a tiempo parcial a Eugenia Popa para que se ocupe de la intendencia de las casas rurales. El resto del tiempo estaría contratada por el Ayuntamiento para barrer las calles en invierno y ocuparse del mantenimiento general. Ha nacido una ocupación moderna fruto de la despoblación: cuidador de pueblo.
Vivir de una casa rural
Los alojamientos rurales enseguida destilan el empeño personal de sus impulsores. Se nota cuando una casa está montada con gusto y profesionalidad y cuando no. En el caso de “El pajar de Teodoro”, habilitado en once meses, Antonio Salto ha cuidado hasta el más mínimo detalle: unos muebles rústicos traídos desde la India, lámparas de originales formas compradas a un artesano de Sigüenza, una decoración acorde con el entorno y unos materiales de construcción de primer nivel. “Nos ha costado encontrar oficios de calidad, la albañilería más o menos la teníamos cubierta pero luego había que buscar todo lo demás”, cuenta. Incluso sus dueños se han preocupado de elaborar una guía turística de la zona, mucho mejor que las que reparten en los centros oficiales: “estamos convencidos que el turismo rural está dirigido a un público que busca calidad, no quiere medias tintas ni nada cutre y nosotros hemos hecho la casa pensando en este público”.
La incógnita de futuro para la Sierra de Pela es saber hasta qué punto el turismo puede convertirse en una tabla de salvación. Para ello, el primer requisito que debe cumplir es que sus promotores puedan vivir a costa de este negocio. De momento, no es así. Mª Carmen Perea, esposa de Antonio, apunta que “ahora mismo el turismo de aquí está focalizado a alguien que le tiene que gustar la zona, y es muy de temporada. El turismo que puede venir es en otoño, por el tema de las setas, y en primavera, gracias al patrimonio”. Antonio Salto, que tiene el título de operador técnico en hospedería rural en la Universidad San Pablo CEU, piensa que ahora mismo “no se puede vivir de esto, tienes que tener una fuente de ingresos alternativa. Para que fuera rentable, tiene que llegarse al 60% de ocupación los fines de semana, pero en esta zona es muy complicado alcanzar esa cifra, y que se pueda pagar el sueldo de la persona que la atiende y deje beneficios”. Al mismo tiempo, apuesta por erradicar la pillería en las subvenciones, “gracias a la cuales algunos se han construido sus casas sin estar abiertas al público”, y unir esfuerzos entre los promotores de turismo rural, en lugar de hacerse competencia desleal: “debería haber una asociación de empresarios de este sector en Atienza, acordar los precios más o menos porque, a la larga, es más rentable estar unidos que ir cada uno por su lado”.
Comercio y ganadería a la baja
La actividad económica en la Sierra de Pela, aunque escasa, no se ha extinguido por completo. Muchas personas han reconducido su labor del sector primario al sector secundario. El comercio local predomina. Juan Benito Lozano se dedica a la construcción y, al mismo tiempo, posee alojamientos turísticos en Romanillos de Atienza. También en este pueblo, José Luis Jiménez, 48 años, mantiene abierta una tienda de alimentación desde hace tres décadas, cuando la heredó de sus padres y abuelos. Es un colmado de los de antes: techos altos, estanterías alargadas, báscula y todo tipo de productos, desde judías y fruta hasta detergente. “Ahora en verano hay gente, pero en invierno no queda casi nadie, yo porque voy a los pueblos por ahí a vender, que si no ya había cerrado”, argumenta. José Luis vende comestibles en Riofrío, Naharros y en algunos pueblos vecinos de la provincia de Soria: “esto habrá que dejarlo porque no da para mucho, en invierno hay pueblos donde quedan dos personas, o tres, en fin, va quedando menos gente cada año. No merece la pena el negocio para la gente que hay”.
El que fuera cronista de la provincia, Francisco Layna Serrano, dejó escrito que “esta tierra de Atienza es pobre en general, más a causa del clima ingrato que por la calidad del suelo. Tiempo atrás, la comarca era casi rica gracias a la abundante ganadería, maderas y carbones, reduciéndose el cultivo a los anchos y fértiles “bachos” así como a las vegas regables”. Ha cambiado mucho la historia porque aquellos “bachos” hoy no encuentran quien los cultive y aquellas vegas han sucumbido ante las zarzas y la maleza porque tampoco hay quien las riegue. Todos los pueblos de Guadalajara rayanos con Soria conservan pequeños huertos con patatas y judías. En Casillas, pedanía de Atienza, los terrenos de labrantío circundan el caserío, pero es un espejismo porque en invierno no quedan más que tres personas. Ya no se trabaja la tierra como antes, sencillamente, porque los agricultores se cuentan con los dedos de una mano.
En Romanillos de Atienza había muleteros, tejeros, albañiles y panaderos. El pueblo se autoabastecía. Ahora, cincuenta años después, la producción agrícola tiene lugar sobre todo en secano, cereales y girasol, y en las vegas de los ríos, cultivos de regadío. Luisa Mangada, 51 años, lleva casi tres décadas atendiendo a su rebaño de ovejas en Romanillos, que es donde reside durante todo el año. En esta localidad quedan tres ganaderos y 2.200 ovejas, según datos del Ayuntamiento. “Mi marido y yo vivimos del ganado, pero no es lo habitual porque cada vez se dedican menos personas a este oficio”, explica. Es una cifra considerable teniendo en cuenta la despoblación. “Este trabajo es como todos, unas veces va mejor y otras peor, las ayudas de la Unión Europea cada vez son menos, cada año nos ponen más pegas y nos exigen más, parece que encima molestamos”, sostiene Luisa. En su opinión, si no fuera por las ayudas oficiales, los ganaderos no podrían subsistir “porque los precios de venta siguen siendo los mismos que hace treinta años”. “No te ayudan para que esto vaya adelante, por eso la gente se va yendo”, apostilla Sandra Alejandra Redondo, una joven que se vino hace quince años desde Madrid, donde nació, para vivir en el pueblo. Ahora es directora de la Caja Rural en Atienza y sus dos hijos son los únicos que el autobús escolar recoge en Romanillos durante el curso. “A pesar de todos los problemas, no cambiaría Madrid por esto por nada del mundo, tenemos otras ventajas. Al principio me costó hacerme a la idea, pero ahora Madrid me agobia”, sentencia.
Despiece 1
Agravios y exclusiones
Hay un tema que flota en el ambiente en la Sierra de Pela, pero que no siempre trasciende. En el área política, la zona sufre un reflejo de las inversiones escasas que recibe. La alcaldesa de Romanillos, Ángela de la Iglesia, revela que, en cinco años que lleva ejerciendo su cargo, tan sólo ha recibido la visita una vez de un diputado provincial, y era el de la zona. Ningún delegado provincial, ningún consejero, tampoco el presidente de la Diputación se han acercado hasta este rincón. Florentino Álvaro, alcalde de Bañuelos, matiza: “yo no tengo queja de los políticos de mi tierra, a mí me han escuchado siempre y me han ayudado bastante”. El reparto de los planes provinciales de la Diputación, además de otras ayudas oficiales, las reciben los municipios en función de su población. Sin embargo, luego las administraciones se reservan la posibilidad de firmar convenios para acrecentar esas ayudas. Ahí es donde algunas localidades se sienten agraviadas. “Llegan más subvenciones si eres del partido del que gobierna en Guadalajara y en Toledo”, subraya Ángela. Los vecinos de Bochones, con el Ayuntamiento a la cabeza, matizan que “todavía influye mucho el color político para que te hagan caso o no en Guadalajara y Toledo”, señala Eugenio Andrés, teniente de alcalde.
Despiece 2
“Esta pobre tierra de Guadalajara y Soria”
En la actualidad, la tierra de Atienza de la que hablaba Layna Serrano en sus libros pertenece a la Sierra Norte de Guadalajara, una de las comarcas más despobladas de la provincia. El nombre proviene de un invento administrativo porque, históricamente, la Sierra Norte ha sido siempre la Sierra, a secas. Pedro Vacas, un poeta de Bustares que ha recopilado en un libro el vocabulario de la pastorería, opina que “yo lo llamo sierra, meseta alta, porque la sierra norte es un calificativo burocrático que a nosotros ni nos convence ni nos ayuda en absoluto. Porque la Sierra Norte va desde la Nacional II hasta la Nacional I, y eso es media sierra. Sierra de verdad es la nuestra, pero casi todas las ayudas se quedan, la mayor parte en Sigüenza y luego en los pueblos negros. Al centro no llega nunca nada. A lo que es sierra sierra, nada”. La Sierra Norte comprende 85 pequeños municipios muy dispersos en un área de 3.338 km2. Al déficit en comunicaciones y en obras públicas, hay que sumar una parálisis social que se traslada a la escasez de iniciativas privadas, lo que unido a la falta de inversión pública ofrece un panorama desalentador. Cuando descubrió Sigüenza en 1938, Ortega y Gasset exclama: “¡Esta pobre tierra de Guadalajara y Soria, esta meseta superior de Castilla!… ¿Habrá algo más pobre en el mundo?”. Ahora, siete décadas más tarde, hay quien se pregunta si a la comarca le interese que llegue dinero. “¿Inversiones en qué? No nos conviene que arreglen las carreteras. Cuanto peor están las carreteras, mejor se conserva el entorno. Lo que ganas por un sitio, lo pierdes por otro. No nos equivoquemos”, advierte Pedro Vacas, que es el artífice del Día del Pastor en la Feria del Ganado de Hiendelaencina. Es difícil saber lo que realmente necesitan los pueblos de la Sierra en general y de la Sierra de Pela en particular. Hay un refrán por estas tierras que dice: después de burro muerto, la cebada es rabo. Las administraciones instalan parques infantiles y frontones relucientes en pueblos donde no hay niños o para que jueguen tres tardes en una semana de verano. Sin embargo, las casas de los pueblos han ganado en confort y la cobertura de teléfono móvil se ha extendido a municipios que carecen de líneas fijas. Internet, por supuesto, se deja para otro siglo. Los gestores de ADEL Sierra Norte, la asociación que fomenta el desarrollo local, la comarca “necesita imperiosamente mantener su población y siempre que sea posible favorecer el asentamiento de nuevos pobladores”.