Labros, teatro de calidad en verano
La Asociación de Amigos de Labros acaba de editar el número 26, correspondiente al verano de 2007, de su periódico, que sirve de altavoz de su alta actividad durante el resto del año. En el editorial de la primera página se exhorta a los chavales del pueblo, y a los niños, a redescubrir su pueblo: “tal y como eran, los pueblos van desapareciendo, transformándose en algo que poco se parece a lo vivido hace apenas cuarenta años. Es impensable volver ahora, en este tiempo veraniego, a segar a mano, con hoz y zoqueta, ser acarreador llevando en mulas la mies del piazo a la era y luego trillar para recoger la parva con la barrastra, como nos han contado mil veces nuestros padres o nuestros abuelos”. Quizá por ello, por estas razones cargadas de historia, la asociación labreña propone que “los más pequeños, que ya no nacieron en Labros, conozcan y reconozcan lo peculiar de nuestro pueblo, (una pequeña comunidad casi familiar, que nunca tuvo más de 250 habitantes, pero que suma siglos de historia), será otra manera de luchar contra el olvido”.
El editorial es aleccionador para tantos otros pueblos que se encuentran en la misma situación e indica el referente de la Asociación de Amigos de Labros, que lleva trabajando mucho y bien desde hace años para conseguir los objetivos que se propone. En el último número de su periódico aparecen varios artículos relacionados con distintas cosas del pueblo, como la torreta de comunicaciones, el asunto del agua, la vida familiar y una reseña del libro de Teodoro Alonso sobre los 20 pueblos de la Mancomunidad Campo-Mesa en el Señorío de Molina. La última página está dedicada a la actividad de la Compañía de Teatro de Labros, que resulta prolífica. “El hacer teatro –explican sus promotores- aparece vinculado inicialmente a la Cofradía del Santísimo Sacramento de Labros. En sus estatutos aprobados el 30 de mayo de 1597 se habla de cambiar las fechas del Corpus al domingo inmediato siguiente, para mayor aprovechamiento y participación. Y así en la ampliación de esos estatutos, de fecha 16 de junio de 1619, se dice que “…si hubiese que representar en la fiesta del Corpus o en sus octavas, que esté obligado a cualquier cofrade a hacer el papel que el piostre le repartiere, so pena de una libra de cera, trayendo la cofradía todos los vestidos necesarios”.
La afición teatral en Labros se vio perjudicada por aquellas época, ya afortunadamente olvidadas, en que se terminó con las representaciones por sus “malos ejemplos y peores incentivos”. Desde hace más de un siglo se volvió a la costumbre de hacer teatro. Antes de la Guerra Civil ya había teatro, como recuerda el testimonio de Petra Aparicio, y después se ha seguido con la costumbre, aunque se perdió con la despoblación. Hace más de veinte años que se recuperó esta actividad, gracias a la Compañía dirigida por Nati Marco y el empeño de hombres como Andrés Berlanga. Cada año, los actores que participan preparan la obra en sus lugares de residencia (Labros, Madrid, Zaragoza, Valladolid o Barcelona) y luego ensayan, al menos, una vez en conjunto. Las representaciones teatrales en Labros se han convertido en una cita ineludible para los labreños y los molineses, en una actividad cultural de nivel en medio del páramos de los juegos triviales que inundan buena parte de las fiestas patronales de nuestros pueblos. Su calidad no debe envidiar a montajes dotados de mayor presupuesto y material técnico. Y, sobre todo, tienen la virtud de implicar al pueblo, de llevar cultura de verdad a un núcleo alejado de las ciudades como Labros.
Durante las fiestas patronales de este año, “si el frío no lo impide, con permiso de la autoridad competente y entrada de gratis”, tendrá lugar una representación teatral de alto nivel. A partir de las 19 horas del domingo 19 de agosto se representará la obra de Tirso de Molina “Don Gil de las calzas verdes”. “Una hora de diversión asegurada con la Compañía de Teatro de Labros”, indica el estupendo programa de mano, a todo color, que han preparado de la asociación del pueblo. La dirección corre a cargo de Nati Marco, los decorados de María José Cano y en el reparto figuran, entre otros, Andrés Berlanga como Don Diego, Juan Manuel Román como Don Juan y José María Gutiérrez como Don Pedro. En la obra se insertarán músicas de los siglos XVI y XVII, además de canto gregoriano de la Abadía de Santo Domingo de Silos.
Calles en cuesta
Labros, encavado a 1.283 metros de altitud, es uno de los cuatro pueblos anexionados al Ayuntamiento de Tartanedo, junto a Amayas, Concha e Hinojosa. En invierno apenas queda una treintena de personas. Herrera Casado y Serrano Belinchón, en su coleccionable de los pueblos de Guadalajara, escriben sobre Labros: “En las mañanas del mes de abril, Labros se despierta bajo el cielo más azul y más limpio de todas las tierras de España. El pueblo se recuesta silencioso y expectante sobre un escalón molinés mirando hacia los fríos llanos de la paramera. De vez en cuando, las aves rapaces merodean por los cielos de Labros. El pueblo no dice nada, se solaza acristalado en la ladera como si bastante hiciese con estar allí. Todavía es pronto para que vayan acudiendo los jubilados que se marcharon del pueblo y los veraneantes que lo animan todo, que lo revuelven todo. Labros no es Monchel, como en la novela de Berlanga; ni es tampoco la Lacóbriga romana en la que dicen que nació Poncio Pilatos. Labros es él mismo, con su recia personalidad, con sus leyendas y sus costumbres caducas, con el joyel de su iglesia desmoronada, con el empeño de sus hijos ausentes por sacarlo adelante, con sus abiertos campos de verdín, con sus aves rapaces en el cielo, con sus virtudes y con sus defectos”.
Labros invita al paseo, con sus calles en cuesta, con sus rincones singulares. Cerca de la plaza está colocada, entre el pairón de San Isidro y el frontón, una placa en la que se lee: “A Labros, una de Lorenzo Cetina (1644), gaitero de por vida a cambio de 12 reales de plata. Y a todos los dulzaineros que han llevado el júbilo por los confines de esta tierra. La Escuela de Folclore de la Diputación de Guadalajara”. No es extraño que en este liga se le haga un homenaje a un dulzainero. Labros, a medio camino de Aragón y de Castilla, se apasiona con la dulzaina, que es la música de la eterna juventud de los pueblos de esta tierra. En las fiestas de este año, por ejemplo, está previsto que acudan los “Dulzaineros de Sigüenza”: José Antonio Arranz, Juan José Molina y Agustín Canfrán, sobrino del inolvidable José María Canfrán, que desde Galve hasta Labros recorrió de punta a punta toda la provincia para rescatar del olvido a la dulzaina y a nuestra propias tradiciones.
Detalle
Tirso de Molina, monje en Guadalajara
La obra que en agosto se representará en Labros es “Don Gil de las calzas Verdes”. Su autor es Gabriel Téllez, conocido en el mundo literario con el pseudónimo de Tirso de Molina. Nació en Madrid en 1579 y murió en Almazán, Soria, en 1648. A diferencia de Lope de Vega, tuvo una andadura vital con pocos sobresaltos y estridencias. De origen humilde, ingresó de joven en el convento madrileño de la Merced, para profesar un año después en el de Guadalajara. Luego recorrido una cantidad notable de conventos mercedarios, como Guadalajara, Trujillo, Soria, Segovia o Sevilla. La época más feliz de su vida transcurrió al principio de la segunda década del XVII, cuando residió en Toledo, entregado a su vocación religiosa, a la lectura, a la producción teatral, a la enseñanza, a los amigos. Su encontronazo más grave sucedió en 1625. Sufrió el ataque de la Junta de Reformación de las costumbres por escribir “comedias profanas y de malos incentivos”. Ello le obligó a exiliarse de la Corte, en concreto a Sevilla. Sin embargo, años después aparecen cinco tomos sucesivos que recogen el grueso de su obra. Afectado por el episodio de la Junta de Reformación, y por las presiones de su propia orden, Tirso abandona lentamente la producción teatral. Sus últimos años los pasa como comendador en el convento de soriano de Almazán. Allí enferma en 1648, para acabar falleciendo el 20 de febrero. Recibió sepultura en la capilla de enterramiento de los frailes. “Don Gil de las calzas verdes”, estrenada por la Compañía de Pedro Valdés en julio de 1615, en Toledo, constituye una de las obras más destacadas de Tirso de Molina. La obra fue levemente adaptada para su representación por el grupo de teatro: doña Juana, confesándose a Tirso de Molina, recuerda sus correrías de juventud, en concreto la historia siguiente: Doña Juana se ha trasladado de Valladolid a Madrid disfrazada de hombre para buscar a don Martín, quien, después de darle palabra de matrimonio, se fue a Madrid con el falso nombre de don Gil de Albornoz, para casarse con doña Inés. Doña Juana, para recuperar a su prometido, toma el nombre de don Gil (que siempre va vestido con calzas verdes) e intenta enamorar a doña Inés, prometida de don Gil de Albornoz(en realidad, don Martín). La comedia se complica, pues doña Juana tiene que hacer el papel de hombre, como don Gil, y de mujer, como doña Elvira, otra falsa identidad que se crea ella misma para poder congeniar con doña Inés, esta vez de mujer a mujer. Doña Inés va a enamorarse de don Gil. Sin embargo, la obra no acaba aquí y conviene difrutar del final en la representación que llevará a cabo la Compañía de Teatro de Labros.