OPINIÓN

La presidenta

"El tema del agua es la gota que colma el vaso. Aguirre asegura que ha tenido que recurrir a la recarga artificial de acuíferos por culpa de la derogación del trasvase del Ebro. La peregrina teoría de doña Esperanza es que si este trasvase funcionara, el agua del Ebro se iría para Levante y Murcia y, por tanto, el caudal de la cabecera del Tajo se reservaría, casi en exclusiva, a Madrid."
Henares al día, Enero 07
Raúl Conde

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, lleva varios meses tocando la fibra sensible al Gobierno de Castilla-La Mancha. Sus desencuentros con Bono quizá estén influyendo en los furibundos ataques que ha lanzado hacia determinadas cosas de esta región que, al parecer, le molestan mucho. Doña Esperanza sólo tiene una ligazón con nuestra tierra: los terrenos de Yebes en los que crece lozana la airosa flor de la ciudad del AVE, una gigantesca población de 30.000 habitantes en medio del erial de La Alcarria, al más puro estilo Paco el Pocero, pero sin yate de por medio ni un constructor bocazas. La familia política de Aguirre, según han publicado decenas de medios de comunicación, se benefició de la expropiación de la superficie donde se construye “Avelandia”. Más allá de este dinerito fresco con aroma a tomillo alcarreño, Esperanza Aguirre defiende el estilo británico de hacer política: primero los intereses y luego la diplomacia. Quizá por ello después del verano cuestionó el desarrollo urbanístico de los corredores del Henares, en Guadalajara, y de la Sagra, en Toledo; y antes de Navidad, dejando atónito al personal del terruño, se permitió el lujo de decir que “el agua de la cabecera del Tajo debería corresponder a Madrid”.

La cosa tiene miga porque ambos asuntos afectan de manera directa al Ejecutivo que preside Barreda: el urbanismo y el agua. De lo primero huye el presidente de la Junta como de la pólvora, no vaya a ser que le metan en líos a pocos meses de las elecciones. De lo segundo continúa haciendo bandera, como ya se comprobó en la reciente conferencia de presidentes autonómicos. Que la presidenta de Madrid critique el progreso de los dos únicos cinturones industriales de Castilla-La Mancha, tiene sus nísperos. Si existe una autonomía que ha permitido el desarrollo salvaje en España esa ha sido Madrid. El propio Ruiz-Gallardón, desde sus tiempos de presidente regional, apostó por un tipo de crecimiento que favorecía la especulación urbanística, la densidad de población y la falta de servicios para afrontar esta coyuntura. El desarrollo de municipios como Azuqueca, Alovera o Illescas no es más que la continuación natural de los ejes de expansión, absolutamente desbordados, de la comunidad vecina. Madrid es un ogro que lo engulle todo de forma desproporcionada. Por eso su presidenta tiene que salir al paso de las carencias propias acusando de mala planificación a los gobiernos regionales limítrofes, sobre todo si son del adversario político. Sin embargo, ¿para cuándo un poco de autocrítica entre los gestores de la Villa y Corte?

El tema del agua es la gota que colma el vaso. Aguirre asegura que ha tenido que recurrir a la recarga artificial de acuíferos por culpa de la derogación del trasvase del Ebro. La peregrina teoría de doña Esperanza es que si este trasvase funcionara, el agua del Ebro se iría para Levante y Murcia y, por tanto, el caudal de la cabecera del Tajo se reservaría, casi en exclusiva, a Madrid. Que no se haya aprobado el Plan Hidrológico Nacional, sostiene la señora presidenta, “es lo que ha hecho que Madrid no pueda disponer del agua que naturalmente correspondería a nuestra cuenca” (Efe, 19.12.06). Lo curioso de este asunto es que nadie o casi nadie de la Junta se molesta en contestar estas palabras, al menos, de manera solemne. ¿Pura estrategia? No lo sé, pero Barreda debería intentar atajar estas salidas de pata banco. A Castilla-La Mancha no le interesa tener malas relaciones con sus vecinos ricos. La presidenta Aguirre parece ignorar la bestialidad que supone acumular millones de habitantes sin prever los servicios que garanticen su bienestar. Para Madrid, las soluciones siempre son concéntricas. Si la M-30 y la M-40 se quedan pequeñas, pues hacemos más rondas de circunvalación. Si el agua del Sorbe o del Lozoya no nos llega, pues reclamamos la titularidad de Entrepeñas. No es extraño, por tanto, que con esta clase de política se degrade el territorio, se especule con el suelo y se acabe con una mínima calidad de vida.