Manu Leguineche

15 febrero 2007

SANTIAGO BARRA

El Leguineche más alcarreño

"Este libro de Manu Leguineche se puede leer de cualquier forma, como se dice de El Quijote, «a saltos, a páginas, a párrafos...». Incluso pueden leer el libro los que no han leído nunca un libro porque les desazona la perspectiva de tragarse más de 300 páginas. A ellos le diré que este libro-manual de supervivencia, al que no le faltan los consejos para salir de viaje, «viajar es vagabundear, saltarse a la torera el tiempo», ha resumido y acotado toda la experiencia acumulada por su autor en una especie de breviario que, como en casa de chamarilero, da para casi todo".
El Decano de Guadalajara, 16.02.07
Santiago Barra

Manuel Leguineche ha dado dos veces la vuelta al mundo sin coger un transporte aéreo, sobrevivió de milagro y hace un tiempo se vino a vivir a Brihuega a un viejo caserón del siglo XVI, que compró a Margarita Pedroso, una mujer exquisita de sangre aristocrática. Puso a los árboles de su jardín nombres de escritores y con el tiempo consiguió uno de sus propósitos: «Lo esencial no es habitar una casa sino que ella te habite a ti».Después de tanto ver mundo, «mi patria son mis zapatos», y aun reconociendo que los paraísos perdidos ya no existen, «la vida es lo mejor que se ha inventado, ¿para qué los paraísos», este vasco de la ría de Gernika, «me he alejado de Euskadi para estar más cerca», ya he dicho que recaló en la heroica Brihuega, «pertenece a la España defensiva, desde los romanos y los árabes hasta la Guerra Civil», y casi sin quererlo porque él es un tímido impenitente, «la gente es agradable en Brihuega pero salgo poco porque con mi timidez me molesta no saludar a alguien a quien conozco», se rodeó de buenos amigos, cuyos sucedidos ha tenido a bien trasladar a su último libro El club de los faltos de Cariño, que es una especie de autobiografía a medio camino entre el Leguineche que entrevistó a Mandela, su personaje preferido, «uno siempre está al lado de los que padecen la historia», y el brihuego que juega al mus en la desaparecida taberna de La Taurina, y que por el sabemos que también la llamaban Los Espontáneos porque la abrieron unos de fuera, «unos espontáneos».
Este libro de Manu Leguineche se puede leer de cualquier forma, como se dice de El Quijote, «a saltos, a páginas, a párrafos…». Incluso pueden leer el libro los que no han leído nunca un libro porque les desazona la perspectiva de tragarse más de 300 páginas. A ellos le diré que este libro-manual de supervivencia, al que no le faltan los consejos para salir de viaje, «viajar es vagabundear, saltarse a la torera el tiempo», ha resumido y acotado toda la experiencia acumulada por su autor en una especie de breviario que, como en casa de chamarilero, da para casi todo. De una parte está el Leguineche corresponsal de todas las guerras que uno pueda imaginarse, porque las guerras no faltan, desgraciadamente, con una selecta ristra de anécdotas que nos harán dudar de la condición humana, o nos provocarán la mejor de nuestras sonrisas: iba el corresponsal por una carretera durante la revolución sandinista, y un soldado le puso una pistola en la frente. Sólo acertó a decir: «coño, una pistola de mi pueblo». Era una Astra. Es delicioso el relato de la vida de Luis Calvo, el redactor de ABC que espió para los nazis, rezuma inteligencia la entrevista con Perón, humanidad el encuentro con Urtain, el boxeador prefabricado para que otros se enriquecieran…
Luego hay otra parte del libro en la que Leguineche y sus amigos hacen filosofía, pero como hacemos filosofía en esta Castilla de pan segar. Mediante sentencias. O sea: «Trabaja como si fueras a vivir 100 años y diviértete como si fueras a morir mañana». «En todos los pueblos hay un tonto y una torre. Y de ahí para arriba». «Todas las campanas hieren, la última mata». «Los que son sabios rara vez saben hablar y los que hablan mucho rara vez son sabios». «Si te tomas dos vinos, eres un borracho. Y si no te tomas ninguno, un ruín».Y así. Como alcarreño me reconozco más en la filosofía de Leguineche que en la de Kirkegaad. Y mi tío Nicasio, también.
Hay una tercera parte en este libro de cabos sueltos que me interesa particularmente, es la del Leguineche alcarreño, léase Manu. El corresponsal cede el testigo al Manu que se vino a vivir al campo para estar siempre de vacaciones y que acabó siendo parte de él, como el ciprés de alargada sombra al que llama Miguel Delibes, su director en El Norte de Castilla. Es el Manu que clama «contra el cemento que avanza y nos obligan a poner buena cara», el que contempla el AVE «como los sioux cuando el ferrocarril llegó a la pradera de los búfalos», el bellotero que se marchó hasta la Virgen de los Enebrales con el Kempis y una garrota, tratando de encontrar a los diablos que acechan en el sabinar. Es el Manu que puede jactarse de no haber perdido nunca, al menos a sabiendas, un amigo o una amiga. Con este libro, además de no haber perdido ninguno, y sé que es difícil, se ganará el cariño de los alcarreños que no le conocen personalmente, y que ahora querrán apuntarse también a su Club.
El de Manu Leguineche.