La Sierra, kilómetro cero de las municipales
Por si fuera poco el estado lamentable de algunas de sus carreteras; por si no fuera bastante pena soportar una densidad de población igual o inferior a la de una estepa siberiana; por si no era suficiente carecer de banda ancha en internet, la Sierra de Guadalajara une a sus problemas, desde hace años, una refriega política constante y de baja estofa entre alcaldes del Partido Popular y del Partido Socialista. La más reciente, un cruce de cartas al director en Nueva Alcarria entre los alcaldes de Valverde, Hiendelaencina e Hijes –los tres socialistas- con un diputado provincial del PP. No está claro a quien benefician estas polémicas. Sí, en cambio, a quien perjudica: a los propios lugareños, que ven como las carencias de su vida cotidiana siguen sin encontrar una solución. Ortega y Gasset exclamó en 1938 caminando por la zona: “¡Esta pobre tierra de Guadalajara y Soria, esta meseta superior de Castilla!.. ¿Habrá algo más pobre en el mundo?”.
A lo largo del año 2006, especialmente en el último trimestre, se ha producido una novedad en la zona: la entrada del nombre de la ‘Sierra Norte’ en el debate político de los candidatos del PSOE y del PP a la presidencia de la Junta de Castilla-La Mancha. El objetivo: las elecciones municipales de la próxima primavera. Tanto José María Barreda, que visitó en noviembre algunos de los pueblos de la comarca y anunció la puesta en marcha de un “transporte a la carta” que ya era una realidad en muchos pueblos; como Mª Dolores de Cospedal, que tuvo una sonora visita en Sigüenza el pasado 21 de octubre, incluyeron a la sierra como un factor más de su batalla política. Ambos, con la aquiescencia de los responsables provinciales de sus partidos, han decidido pisar de primera mano el terreno de una de las comarcas más deprimidas de la región. Y se han encontrado un panorama bucólico y encantador, un paisaje otoñal de colores rojizos y plateados, pero también una perspectiva desalentadora sin buenas carreteras, ni posibilidades de empleo, ni señal de radio y televisión. Lo de internet, claro, queda reservado para otro siglo.
El Partido Popular ha estado trabajando durante todo este año en un Plan de Revitalización de la comarca cuyo promotor, el diputado Mario González, sostiene una máxima de Benjamín Franklin para explicarlo: “el mejor medio para hacer bien a los pobres no es darles una limosna, sino hacer que puedan vivir sin recibirla”. Parece ser que el Gobierno regional se ha puesto manos a la obra y prepara una declaración de Parque Natural para el perímetro entre Cantalojas (en realidad Villacadima), Valdepeñas de la Sierra y Tamajón. Obviamente, aprobar un decreto ley etiquetando a una zona resulta bastante asequible para un político. Lo que quizá cueste más es que esta medida vaya aparejada de inversiones. ¿En qué? Según las demandas de los vecinos, habría que priorizar carreteras, comunicaciones y patrimonio ligado al turismo, una actividad económica incipiente. De momento, ya le han ofrecido a la Junta la cesión del castillo de Galve de Sorbe para convertirlo en centro de interpretación del futuro Parque Natural de la Sierra. Podría ser un buen punto de partida para convertir este nombre pomposo en una realidad positiva para los serranos. Sin embargo, salvo iniciativas esporádicas, la situación social está estancada porque fallan los cimientos: no hay gente, no hay actividad. No hay empleo, no hay trabajadores. No hay matrimonios, tampoco niños.
El territorio de la sierra de Guadalajara se extiende a lo largo de 3.300 kilómetros cuadrados en el norte de la provincia. 85 localidades agrupan a tan solo 14.000 habitantes, de los cuales algo más de 5.000 están censados en Sigüenza. La mayoría de los pueblos tienen pocos vecinos y mayores. La densidad de población es del 4,2%, rayana con los desiertos arábigos. No hay por qué exagerar pintando un panorama tercermundista, pero tampoco ignorar las necesidades. La sierra de Guadalajara no es Zaire ni Guinea, pero dista mucho de Alovera o Cabanillas. En ese abismo que separa las comodidades de los elegidos y las estrecheces de los desgraciados, surgen matices. Hace mucho tiempo que las líneas de teléfono fijo se extendieron a la mayoría de la población, pero todavía hay pueblos sin teléfono público fijo y gran parte del territorio serrano carece de cobertura móvil. Hace casi cincuenta años que los aparatos de televisión llegaron a la serranía, pero todavía quedan poblaciones con dificultades para ver las cadenas privadas, ya no digamos los canales digitales. Y hace dos décadas que los ganaderos españoles –incluidos los serranos- reciben subvenciones para mantener sus cabañas, pero los jóvenes brillan por su ausencia y la población fija cada vez se moviliza más. Entre medias, eso sí, las escuelas están mejor dotadas y los centros de salud y consultorios locales, también. Incluso la Junta ha instalado helipuertos de emergencias sanitarias en diversas poblaciones del entorno. Pero todo se queda corto: la mínima comparación con las localidades más pobladas de la provincia no resiste ni un asalto. Faltan más habitantes en la sierra, más escuelas, mejorar la equipación y la informatización de los centros de salud, crear bibliotecas, construir polideportivos, facilitar el acceso a las nuevas tecnologías y solucionar, con peaje en la sombra o sin él, el gran problema de las carreteras.
El PSOE obtuvo mayoría absoluta en la Diputación Provincial en las últimas elecciones municipales gracias al partido judicial de Sigüenza, que fue el que desequilibró la balanza. Durante los últimos cuatro años, las grietas han aparecido con demasiada frecuencia entre los alcaldes de aquellos pueblos que, por regla general, tienden a votar al PP como ya antes lo hacían en tiempos de Tomey. Ahora la batalla vuelve a resurgir a la vista de los comicios de mayo. La Sierra, a pesar de su escasa población, va a ser decisiva. Por eso unos y otros meten el acelerador en la comarca. Incluso Izquierda Unida, que ha abierto una asamblea republicana en Bustares. Ahora falta por comprobar que tantas atenciones se traduzcan en beneficiar aquello que de verdad interesa a la gente: su calidad de vida. O lo que es lo mismo, su derecho a sentirse, aunque quizá sea demasiado tarde, ciudadanos de primera.