EL AUTOR DE 'EL RIO QUE NOS LLEVA' CUMPLE 90 AÑOS

Sampedro, la vitalidad descreída

El escritor José Luis Sampedro cumple hoy 90 años asegurando haber dicho “todo lo que quería decir y siendo coherente”
A principios del pasado mes de septiembre, José Luis Sampedro se acercó hasta Zaorejas, uno de los corazones del Alto Tajo de Guadalajara, para inaugurar el museo etnográfico de esta hermosa localidad. Una semana antes, Nueva Alcarria le pidió una entrevista. “No puede ser ahora, está reposando en los baños termales de Alhama de Aragón”, respondió su ayudante en estos temas. El caso es que tuvimos que esperar algo más de un mes para disfrutar de la charla. Lo abordamos a mediados de octubre en su ático del barrio de Moncloa, muy cerca de Islas Filipinas, donde durante mucho tiempo residió, en su piso y en los bares de Vallehermoso, otro maestro de las letras llamado Manu Leguineche.
Nueva Alcarria, 01.02.07
Raúl Conde

Sampedro recibió a este periódico a las once de la mañana, pero dijo que llevaba seis horas en marcha. “Me levanto a las cinco todos los días y hago media hora de bicicleta estática”. Después desayuna con su mujer a las ocho, pasea un rato por la calle y compra la prensa. Lo del paseo lo sigue haciendo en estos días de viento y frío, pero en Tenerife, su refugio invernal. Y lo que nunca abandona es la lectura de los periódicos. El despacho de José Luis Sampedro en Madrid es una habitación rectangular amplia, decorada con muebles antiguos y abarrotada de objetos. Tiene varios sofás, unas cuantas sillas, decenas de libros y una tabla de madera que utiliza para ponerla atravesada en su sillón favorito y, de esta forma, posar encima los periódicos. La luz de la ventana le entra por la izquierda, pero se vale de un flexo para fijar la vista y subrayar lo que le parece interesante. El día que nos vimos tenía abierto el diario El País y, en una de las páginas de Sociedad, había marcado varias frases de un artículo dedicado a la tala de árboles en una urbanización de casas que se va construir en un pueblo de Ávila. “¿Y los pinos qué? ¿No hay que protegerlos, que son más difíciles de construir que unos adosados?”, inquiría.

Hoy, 1 de febrero de 2007, cumple 90 años. Decir que no los aparenta sería faltar a la verdad. Los aparenta, y mucho. Pero no porque esté muy envejecido o por los achaques propios de la edad, sino por la apariencia de sabio que transmite. Cualquier persona que lo viera por primera vez se llevaría la misma impresión: este hombre larguirucho, flaco, con su bastón, con su barba albina, con sus gafas con cristal de culo de vaso y con sus pocas canas, ofrece la imagen viva de alguien curtido por la vida en muchos frentes. Sampedro ha sido, en las últimas nueve décadas, profesor emigrante, funcionario de aduanas, escritor, economista, conferenciante, catedrático de Estructura Económica, empleado del Servicio de Estudios del Banco Exterior de España, senador por designación real, miembro de la Real Academia Española y novelista de éxito. “Estoy contento porque hay una coherencia entre lo que quería hacer y lo que he hecho. No he ahorrado trabajo en expresarme, en decir lo que quería”. ¿Cuántos literatos quedan en España que puedan pronunciar estas palabras?

Siempre le ha encantado Guadalajara. En los años cincuenta, cogió un autobús de Flora Villa y se plantó en los pueblos del Alto Tajo, para hablar con sus lugareños, para recorrer la ribera del Tajo, “el río bravo de Iberia” lo llamó, y para inmiscuirse en las tareas de los gancheros. Luego escribió “El río que nos lleva”, una de sus novelas más celebradas. Aquellos gancheros, “incorruptibles como una roca” según Sampedro, lanzaban las maderadas al agua a falta de medios y dinero para utilizar otros métodos. El trabajo de estos hombres ha desembocado en una fiesta de extraordinaria relevancia, cultural y turística, que Sampedro visitó en septiembre con satisfacción. “Fueron muy cariñosos conmigo, muy generosos”, dijo a este diario. La primavera vez que pisó la provincia de Guadalajara fue en marzo de 1939, al final de la Guerra Civil, y la última ha sido esta visita a Zaorejas, pero piensa volver, aunque de momento recomienda a los que considera sus paisanos “apostar por un turismo de calidad, no de dinero, sino de intención”.

Nació en Barcelona, pero tiene muchas patrias, además de Peralejos de las Truchas o Poveda de la Sierra: Tánger, donde pasó su infancia; Cihuela (Soria), adonde le mandaron sus padres con apenas ocho años; Aranjuez, “con los troncos de pinos flotando sobre el Tajo”; Madrid, donde hizo carrera de economista y de escritor; Santander, donde le sorprendió la sublevación del 18 de julio; y Melilla, cuando le mandaron con su padre durante la guerra. Pepe García de la Torre, periodista cifontino y colaborador de Nueva Alcarria, fue alumno suyo en la Facultad de Económicas de la Universidad Complutense: Juan Velarde representaba la línea más conservadora y Sampedro y Tamames, la progre. Aunque es economista y ha trabajado en los bancos, desprecia el capitalismo y se define como un ciudadano laico, de izquierdas (“a veces voto al Partido Socialista y a veces al Comunista”) y de vuelta de todo. Ataca a Bush, a Aznar y deplora la locura de Irak. Tampoco está de acuerdo con la posición de la jerarquía católica: “yo creo que Dios no existe pero no tengo pruebas para demostrarlo. Ahora bien, si quieren Iglesia, que se la paguen ellos pero que no pidan dinero al Estado”. Irreductible. Coherente. Sensato.

Hace unos diez años, durante su estancia en Nueva York, sufrió una enfermedad que a punto estuvo de costarle la vida. Vino con fuerzas porque luego ha publicado “Monte Sinaí”, “El amante lesbiano”, “El mercado y la globalización”, “Escribir es vivir” y “La senda del Drago”. Ahora, en su noventa cumpleaños, ha declarado a la agencia Efe que “me voy a morir pronto pero hasta cierto punto lo haré satisfecho porque no me gusta nada”. Se refiere al sistema, a nuestro entorno, al mundo que soportamos. De hecho, en octubre ya dijo: “vivimos gobernados por dirigentes que piensan perversamente”. También ha confesado que se siente “optimista en lo personal” y que continúa escribiendo porque es “para lo que valgo”. Lo cual es un alivio porque la vitalidad que irradia Sampedro, más en su faceta intelectual que en sus novelas, resulta imprescindible en tiempos atribulados. En un diálogo con Vicente Molina Foix, sostenía: “Es en los presupuestos donde se hace la verdadera política. Dar al pueblo la capacidad de decisión sobre en qué se va a gastar el dinero seria aumentar la democracia, hacerla más verdadera”. Su pensamiento está tamizado por el descreimiento de la política y de la economía, por la dificultad de transformar las cosas. Aun así, sigue sin bajar la guardia. Preguntado por los placeres que disfruta a su edad, Sampedro contestó: “estar tranquilo y asombrarme con las barbaridades que se hacen en el mundo”.