«Cometí un error al no investigar más sobre las armas de destrucción masiva»
«Me intriga saber por qué José María Aznar apoyó tanto a Bush»
«Grandes palabras, obligación y celo. Todo eso se combinó para desencadenar la guerra de Irak»
«Es la guerra de Bush, pero la decisión de cómo hacerla es en gran medida de Rumsfeld»
«Si hubiera [en mi libro] un capítulo sobre Aznar, España y Bush lo titularía ‘Aliado improbable'»
El pasado lunes, Woodward recibió a un enviado de EL PAÍS en su casa de Georgetown, en Washington, mientras se desarrollaba el juicio por perjurio y obstrucción a la justicia de Scooter Libby, el ex jefe de gabinete del vicepresidente Richard Cheney, un proceso en el cual, en cierto modo, también la prensa norteamericana se sienta simbólicamente en el banquillo. «Cometí un error al no investigar más sobre las armas de destrucción masiva de Irak», lamentó varias veces Woodward en la entrevista.
Pregunta. ¿Está interesado en el juicio de Scooter Libby?
Respuesta. Voy a testificar.
P. Sí, lo sé. Pero, ¿está interesado?
R. Estoy interesado, pero no creo que sea el gran acontecimiento que mucha gente cree que es. En cambio, pienso que es algo muy pequeñoen relación con el problema de la guerra de Irak…
P. ¿Por qué un nuevo libro sobre Irak?
R. Porque es un tema tan importante… Su anterior presidente, José María Aznar, formó parte de la coalición de fuerzas que ocuparon Irak. Es sólo un pequeño ejemplo. Es una guerra que define la percepción que el mundo tiene de Estados Unidos y define quiénes somos para nosotros mismos en una medida muy importante. Por eso, Bill Murphy, mi ayudante, me insistió en que era importante: la guerra de Irak está en el centro de los acontecimientos y debes tratar de escribir sobre algo que es tan increíblemente importante. Es duro saber lo que ocurrió, es difícil obtener informes y documentos secretos.
P. Pero ya escribió sobre Irak.
R. Es verdad.
P. La impresión que uno tiene es que sintió usted la necesidad de revisitar esta historia; digamos más directamente, revisitar su trabajo anterior…
R. Bueno, realmente Plan de ataque cubre los 16 meses desde el 11-S de 2001 y el comienzo de la guerra de Irak, en marzo de 2003. Y Negar la evidencia va desde el inicio de la guerra hasta la primavera de 2006. Las circunstancias, por tanto, son diferentes. Hay gente que ha dicho que aquel libro era favorable a Bush y este libro es desfavorable. El candidato demócrata John Kerry recomendó en la campaña de las presidenciales de 2004 Plan de ataque, y The New York Times dedicó dos historias de primera página porque, estimaba, el libro sacudía la Casa Blanca por la gran cantidad de detalles que aportaba sobre los enfrentamientos y la hostilidad entre el vicepresidente, Dick Cheney, y el secretario de Estado, Colin Powell, o entre Powell y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. Se trata de describir lo que ha pasado… No es estrictamente revisitar, aunque es cierto que he dedicado en este libro mucho tiempo a Rumsfed, en su primer año de gestión, 2001. Y hubiera deseado saber todo eso para mi anterior libro. Pero no lo supe. Mi trabajo no logró obtener esa información hasta mucho después. De modo que ya sabe, continuas pelando la cebolla…
P. Rumsfeld es el gran personaje de este libro, ¿no?
R. Sí. Todo el problema con Rumsfeld… Era difícil llegar a esa historia antes. Mientras muchas de las personas siguen en el poder no es fácil conseguir que hablen… Su pregunta es realmente profunda, y creo que la respuesta sería: sí, siempre estás revisitando tu trabajo; no estás cambiando, pero añades detalles o completas la narración. Eso es el periodismo.
P. ¿Irak es la guerra de Rumsfeld?
R. La decisión de ir a la guerra es de Bush. Es la guerra de Bush, no tengo duda. La decisión sobre cómo hacerla es en gran medida de Rumsfeld. Y más importante, lo que centra mi atención es que la gestión de la posguerra es de Rumsfeld. La gestión de la posguerra y el fracaso en la planificación anticipada es el gran problema. De ahí que el foco esté sobre Rumsfeld.
P. Uno de los más importantes capítulos del libro, el sexto, nada tiene que ver con Irak. Es cuando usted narra que el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), George Tenet, solicita una reunión urgente, el 10 de julio de 2001, dos meses antes del 11-S, con la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, y le advierte de un posible ataque de Al Qaeda en suelo norteamericano. Y no le hace caso. Tenet y su colega Cofer Black salen de la reunión muy frustrados, casi derrotados, porque ella no ha captado el mensaje…
R. Sí, me hubiera gustado conocer los detalles sobre esa reunión antes, en el momento de escribir mis otros libros. Pero no lo conseguí. Qué se le va a hacer. Tuve que invertir mucho tiempo para sacar a la luz esa reunión. Era algo muy secreto. Y se mantuvo una cortina de hierro sobre ella y sobre las conclusiones que se barajaron allí. Pero seguí trabajando…
P. Y a propósito, no se refiere a Irak.
R. Cierto, correcto. Pero es sobre la relación entre los servicios de inteligencia y Condi Rice, y sobre la hostilidad y sobre la sensación de que ella no respondió en un momento clave y nos explica la actitud de Tenet…
P. Es una información que confirma y realza lo que ya Richard Clarke, el máximo responsable de la lucha contraterrorista en aquellos meses, había dicho sobre los meses anteriores al 11-S; a saber, que la Administración de Bush no prestó la suficiente atención a esas advertencias sobre la amenaza de Bin Laden, y tampoco decidió, por ejemplo, sobre la posibilidad de atacarle y matarle de inmediato. ¿No hay acaso una convergencia?
R. Sí, es correcto. Estoy de acuerdo. El relato de esa escena coincide con lo que él ha dicho.
P. En su libro anterior incluyó como personaje a José María Aznar. ¿Por qué?
R. Es interesante. Si yo hubiera decidido incluir un capítulo en Plan de ataque sobre la relación entre Aznar, España y Bush lo hubiera llamado Aliados improbables. Me intriga saber por qué apoyó tanto Aznar a Bush.
P. Usted pudo ver las agendas de Bush y allí consta la lealtad de Aznar.
R. Sí. Todo lo que pude averiguar está allí.
P. ¿Cuál sería su principal mensaje, su obsesión más relevante, en este libro?
R. Me gustaría decirle que hay una enorme cantidad de información en este libro. A veces pienso que es muy largo y otras que es muy corto. Lo que me sorprende todavía, después de haberlo escrito, es la tenaz y repetida negación de los hechos por la Administración de Bush. Éste es quizás el punto.
P. Cuando leí su libro asocié el título con una obra teatral de Jean-Paul Sartre sobre la guerra fría escrita en 1955. Se llama Nekrasov. Allí, uno de los personajes, Sibilot, ve al otro, Georges, gesticular ante un espejo y le pregunta qué está haciendo. Georges responde que está ensayando, y entonces Sibilot inquiere de qué ensayos habla. Georges dice que se está mintiendo a sí mismo. «¿A ti también?», pregunta Sibilot. Y esto es lo que contesta Georges: «Sí, a mí en primer lugar. Tengo demasiada inclinación por el cinismo: es necesario que yo sea mi primer engañado». ¿Qué le parece esto, Bob? ¿No hay acaso una trampa en este llamado estado de negación de Bush?
R. Sí, hay un truco…
P. ¿Está de acuerdo?
R. Pero he aquí una cuestión que honestamente no puedo responder y no respondo en este libro. Es verdad. Bush informa de que las cosas están mejor y a la vuelta de la esquina hay un informe secreto según el cual la situación de Irak va a peor. De modo que: ¿a qué está jugando el presidente? ¿Está mintiéndose a sí mismo? ¿Es él su primer engañado, que diría Sartre? No lo sé. Quizá se lo crea. Recuerdo una entrevista con Bush en su rancho de Tejas, en 2002, sobre… la duda. «El presidente tiene que dar seguridad. Yo no puedo mostrar ninguna duda», dijo. Quizá su idea de su trabajo en la Casa Blanca es que… si te enfrentas a malas noticias no debes reconocerlo nunca. O quizá es que simplemente Bush está en una burbuja. Bush me dijo una vez refiriéndose a alguien: «Está burbujeado. Vive en una burbuja». Pero la pregunta psicológica que me hace, que es muy buena, no se la puedo responder.
P. Retroceda a sus años mozos, al Watergate. ¿Diría usted que Richard Nixon vivía en estado de negación? ¿A que no, Bob?
R. He estudiado a Nixon, claro. Hay muchas pruebas, como las cintas grabadas, por ejemplo, de que conocía muy bien lo que hacía y lo hizo.
P. Pero en aquel tiempo, cuando usted cubría el escándalo del Watergate, no dijo que Nixon vivía en un estado de negación. Y no lo diría ahora, ¿o sí?
R. No, no, no… No lo diría.
P. Lo que nos lleva a que establece usted una diferencia entre Nixon y Bush.
R. Sí, sí, sí. Hay una diferencia porque… Al menos, basándome en lo que sé. Cuando cito al presidente Bush diciéndoles a algunos congresistas: «No voy a retirarme de Irak aun cuando Laura y Barney [el perro del presidente] sean los únicos que me sigan apoyando». Lo dijo. Es lo que cree.
P. Su colega y amigo Carl Bernstein, ha afirmado esta semana que Bush es peor que Nixon y que el problema es por qué la prensa no le paró los pies. ¿Lo comparte?
R. Buena pregunta. ¿En qué momento? Quiero decir: la guerra continúa aún. Y la oposición del público y del Congreso está creciendo. Pero diría que una de las lecciones es que en una guerra no puedes parar a un presidente. Tiene los poderes constitucionales para utilizar las tropas que él considera necesarias. No puedes frenar al presidente en una guerra. Es su decisión, que el Congreso respaldó en una proporción de tres a uno. Es una guerra legal…
P. No se puede parar a un presidente en guerra, dice usted. Hablemos de la etapa de la venta de la guerra de Irak al público. Si la cobertura del escándalo del Watergate entre 1972 y 1974 es el auge del periodismo norteamericano, ¿no es Irak el momento de su caída?
R. En mi caso, ojalá hubiera hecho una cobertura y seguimiento más agresivo investigando el tema de las armas de destrucción masiva. Escribí sobre ello en Plan de ataque, después de la guerra, pero debí haber hecho más. Sí, es un error de mi parte no haber indagado más.
P. Paul Pillar, responsable de la CIA para Oriente Próximo hasta 2005, me dijo que la Administración de Bush había lanzado una campaña de manipulación sobre la guerra.
R. ¿Por qué no renunció Pillar?
P. Lo dijo después de que comenzara la guerra. Pillar me dijo que él no tenía tampoco problemas en decir que el presidente Bush había mentido sobre las armas de destrucción masiva. ¿Por qué, ante las evidencias, hay tanta resistencia a admitirlo?
R. Yo pienso que Bush pensaba que había armas de destrucción masiva en Irak. La CIA se lo dijo. Bush exageró la existencia de esas armas. Está la afirmación de Bush en su discurso sobre el Estado de la Unión, en 2003, de que Irak quería comprar uranio enriquecido en África. Bien. ¿Cómo un periodista puede hallar pruebas de que era equivocado o falso? ¿Tratando de ir a Irak y haciendo una investigación sobre armas de destrucción masiva en 2003 antes de la guerra? ¿Sadam lo hubiera permitido?
P. Ha habido un gran debate en la ONU. Sobre el uranio, por ejemplo, una semana antes de la invasión, Mohamed el Baradei, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), denunció que los documentos que le había enviado Colin Powell eran falsos. Eso fue el 7 de marzo de 2003…
R. Sí, sí…
P. Y en la llamada Estimación de Inteligencia Nacional, firmada por los principales organismos de inteligencia de EE UU, solicitada por el Congreso, hay discrepancias serias con la CIA de otros servicios. Había gente dentro de la comunidad de inteligencia que no compartía lo que se aseguraba.
R. Sí, pero el titular, en las conclusiones, era que Irak poseía armas de destrucción masiva. Las discrepancias eran la letra pequeña. Y nadie decía en público lo que pensaba antes de la guerra… Repito que en el tema de las armas de destrucción masiva, yo siento que debí trabajar mucho más.
P. ¿Presionando?
R. Sí, averiguando.
P. Otros periodistas como Judith Miller, de The New York Times, participaron activamente en la campaña de propaganda de preparación de la guerra.
R. Bueno, yo creo que tenía una relación muy especial con sus fuentes. Creo que es un asunto simple, alguien que tenía necesidad…, que tenía estas relaciones con cierta gente y escribió esas historias.
P. Hay una pregunta muy simple que cabe contestar. ¿Por qué, como diría Norman Mailer sobre Vietnam, está EE UU en Irak?
R. ¿Por qué estamos en Irak? ¡Ja, ja! Bueno, el 11-S, el síndrome del 11-S según el cual íbamos a ser atacados otra vez. Las amenazas… Y estoy seguro de que al revisar las diferentes razones nos encontraremos con mucho de idealismo quizá desubicado. En mis entrevistas con Bush para los libros anteriores, él aseguró tener la obligación de liberar a los pueblos. Me sorprendió y le desafié sobre este punto. Y me citó a Tony Blair, a Aznar y a John Howard, primer ministro de Australia. «Tenemos el celo, el entusiasmo, para liberar a la gente». Grandes palabras. Obligación y celo. Todo eso se combinó para desencadenar la guerra.
P. El vicepresidente Cheney le llamó tras publicarse el libro y le colgó el teléfono. Le pidió una entrevista a Bush y no se la concedió.
R. Sí me colgó. En cuanto a Bush, me dijo que no. ¿Cómo me iba a dar la entrevista? ¿Qué podía decir? ¿Que las cosas que yo sabía no habían ocurrido?