La muerte de Kapuscinski suscita una catarata de elogios hacia el periodista
AGENCIAS
La muerte del escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski ha conciliado opiniones de destacados miembros del oficio periodístico, quienes resaltan de este reportero el haber sido «referente moral» del periodismo, en cuyas redacciones valoraba, sobre todo, el ser «buena persona».
El director de la Fundación Príncipe de Asturias, Graciano García, que mantenía una «maravillosa relación» con el periodista y escritor polaco, recuerda con emoción «una frase que jamás se me olvidará: que para ser periodista hay que ser ante todo buena persona».
De «enorme pérdida» lo ha calificado el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), Fernando González Urbaneja. A su juicio, Kapuscinski estaba empeñado en «procurar que a este oficio llegue buena gente», opinión que, sostiene, estaba «cargada de sentido» porque el periodismo es un «oficio delicado» en el que se trata con «la reputación de las personas».
«Uno de los grandes periodistas del siglo XX» fue la frase que le dedica a este reportero el profesor emérito de la Universidad San Pablo CEU, Alberto Miguel Arruti, miembro de la Ejecutiva del Club Internacional de Prensa.
La escritora mexicana Elena Poniatowska, lo recuerda como «un hombre generoso» cuyo principal legado «es su universalidad». «Como polaco aprendió distintos idiomas con mucha facilidad, porque en el mundo poca gente habla su idioma, y a diferencia de muchos periodistas, él viajó por el mundo entero y nos hizo el honor de vivir en México (donde fue corresponsal)».
El secretario general de la Federación Latinoamericana de Periodistas, Nelson del Castillo, también ha llorado por la pérdida del «creador de un periodismo honesto» y «maestro de la crónica».
La colección de calificativos concilian, en fin, su forma de ser y su cualificación profesional, pues por los anteriormente citados se le ha definido como un «hombre sencillo entrañable y generosísimo» y como «maestro del periodismo». El escritor era uno de los grandes maestros del periodismo moderno, adalid de la ética en esta profesión y el autor polaco más traducido y publicado en el extranjero.
Una vida de lucidez
Kapuscinski nació el 4 de marzo de 1932 en Pinsk (actual Bielorrusia) y era licenciado en Historia. Con 17 años se inició dentro del periodismo en la revista «Hoy y mañana», pero su profesionalidad se forjó en la agencia de noticias polaca PAP, para la que trabajó de reportero durante 30 años (1958-1981). En su dilatada carrera presenció 27 revoluciones, vivió 12 frentes de guerra y fue condenado en cuatro ocasiones a ser fusilado.
Harto de la censura polaca, a partir de la década de los 80 empezó a colaborar con periódicos y revistas internacionales, como The New York Times o Frankfurter Allgemeine Zeitung, a la vez que se introducía de lleno en el campo literario a través del gran reportaje.
El que fue elegido en 1999 mejor periodista polaco del siglo XX y distinguido con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003 tiene una veintena de libros publicados.
En el acta del jurado que le concedió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, se destacaba que Kapuscinski se le otorgaba el galardón «por su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje».
«No se ha limitado a describir externamente los hechos sino que ha indagado sus causas y analizado las repercusiones, sobre todo entre los más humildes, con los que se siente hondamente comprometido», destacaba el jurado, que calificaba sus trabajos de «valiosos reportajes, agudas reflexiones sobre la realidad circundante y, al mismo tiempo, ejemplos de ética personal y profesional, en un mundo en que la información libre y no manipulada se hace más necesaria que nunca».
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Blog Arcadi Espada
«La Unión Soviética mató a la izquierda»
KAPUSCINSKI
Ryszard Kapuscinski, (Pinsk, 1937) es un mito que trabaja. Rara condición. Una vez alcanzado su estatus los mitos se adomercen, como pesados leones que sólo buscan quien les rasque la barbilla. Sin embargo, el polaco sigue en pie, dominado por su curiosidad por los hombres. Su sentido ético sobresalta: su periodismo es una misión de exigencia implacable cuyo objetivo es rescatar del olvido a los olvidados. Sin embargo, nadie debe confundirse con su bondad: va armada de una de las escrituras más bellas y poderosas del siglo. Sus libros, El Emperador, El Sha, Imperio (Anagrama), traducidos a más de treinta idiomas, han indicado al periodismo cómo apartarse de la banalidad novelizadora. Para otoño se publicará en español Ébano, su último reportaje sobre África, y aguardan turno tres volúmenes de la saga Lapidarium —un conjunto de escritura fragmentaria: ensayo, reportaje, aforismo— que acaba de romper las más felices previsiones de su editor alemán.
Kapuscinski pasa la mitad del año viajando. No es fácil dar con él, dada su preferencia por lugares poco recomendables. Ahora acaba de volver de América del Sur y pasa los días en su buhardilla de Varsovia, entre libros e improvisados tendederos de donde cuelgan innumerables notas manuscritas: un lugar muy humano y silencioso, sin ordenadores ni máquinas de escribir, donde el periodista describe a mano, lentamente, lo que ha visto.
Pregunta. ¿Dónde estaba en 1968?
Respuesta. En Chile y en otros países de América Latina. Había una agitación tremenda. Hacía poco que habían matado al Che. El Che estaba presente en todos lados. También en los salones burgueses. Por cierto que todavía hoy sigue en los salones, fotografiado, presente. Puro folklore inofensivo, claro está. Había una gran agitación, ya le digo. En América Latina se discute mucho. Pero en aquellos días sólo se discutía.
P. ¿De qué discutía usted?
R. Del golpe de Praga, por ejemplo. La izquierda latinoamericana pensaba que la primavera checa había sido un movimeinto contrarrevolucionario.
P. ¿Y usted qué pensaba?
R. Bueno, yo conocía ese mundo y sabía cuáles eran las razones del levantamiento.
P. ¿No era usted marxista?
R. No, aunque trabajaba en la agencia oficial polaca, que era el único lugar donde podía trabajar. El movimiento de 1968, el movimiento mundial de 1968, fue importantísimo.
P. Hoy se tiende a ponerlo en duda.
R. Mire: ni antes ni después ha habido en el mundo un momento como aquél, de tanta participación y de tanta fe.
P. Pero se cuestionan sus resultados.
R. Aunque no hubiera dejado nada, lo que pasó entonces, aquella voluntad de los jóvenes de cambiar algo en el mundo, en sentido real, fue un hecho. ¡Un hecho indiscutible! Quizá las cosas no cambiaron. Pero nunca jamás se ha repetido eso. Una fe tan masiva es un hecho histórico. Porque, normalmente, las gentes duermen. Entonces despertaron. Y algo más: nunca, nunca jamás el establishment se había sentido tan inseguro y tan amenazado. Los poderosos no comprendían lo que estaba sucediendo, se sentían completamente desconcertados. Hoy vuelven a estar seguros. Usted va a preguntarme también por 1989…
P. Sí, iba a hacerlo.
R. Pues bien. 1989 tiene mucha menor importancia, como movimiento, que 1968. En 1989 se derribó un edificio que estaba ya vacío. Se murió un moribundo. Un país como Ucrania, de más de cincuenta millones de habitantes, pudo alcanzar la independencia sin un solo tiro. ¿Qué quiere decir eso? Que 1989 fue sólo un pequeño golpecito final en un movimiento que había empezado mucho antes y donde, por cierto, también tuvieron gran influencia los acontecimientos de 1968.
P. ¿Qué papel cree que tuvo la gente, las masas, por decirlo en el antiguo léxico, en la caída?
R. Escaso. Sí, hubo manifestaciones y demás. Pero todo estaba decidido ya. Las élites habían abandonado el barco mucho antes. Tenían información y sabían que aquello no podía durar. Por eso trataron de reciclarse como propietarios, que, por cierto, es lo que son ahora. Se decía que el cambio no iba a ser posible porque el formidable poder del comunismo aplastaría la respuesta… Y nadie levantó un dedo para defender al sistema, cuando llegó la hora..
P. ¿Qué mató al comunismo?
R. La burocracia. El sistema cayó por la burocracia. Pero el problema es que la Unión Soviética mató también al socialismo y a la izquierda.
P. Las conclusiones de su libro Imperio, sobre la Unión Soviética, son demoledoras. El comunismo no ha dejado nada. Sólo el dolor, que no tiene ninguna utilidad.
R. Eso es quizá lo que piensa la mayoría de la gente, especialmente si son jóvenes. Pero hay otros, que se preguntan dónde fue a parar su trabajo y su honradez. Hace algún tiempo me internaron en un hospital de aquí, de Varsovia. Había más gente en la sala. Un día se entabló una discusión, ya típica, sobre la herencia del comunismo. Entre jóvenes y viejos. Los viejos se preguntaban, casi con lágrimas, cómo podía decirse que no quedó nada cuando ellos pusieron lo mejor de sí mismos en la tarea y trabajaron fuerte y convencidos de que construían otro mundo. Los datos y todo eso, indican que no quedó nada; pero hay esta perspectiva psicológica de las gentes que complica mucho los análisis: porque si no quedó nada del comunismo, no quedó nada de sus vidas: esto es lo que están diciendo. Por otro lado, el comunismo no provocó el atraso en el desarrollo de las naciones del Este. Nuestros países están atrasados desde el siglo XVII, cuando quedaron al margen de la Europa de los descubrimientos y se convirtieron en graneros. Estábamos condenados al subdesarrollo: no sólo por nuestras propias incapacidades, sino por el lugar donde nos había colocado la historia.
P. Ha dicho antes que la Unión Soviética acabó con el socialismo.
R. Sí, sin duda.
P. ¿Entonces, cómo se puede ser de izquierdas hoy?
R. De ninguna manera. Ya no hay izquierda. Ni derecha. Entramos en un mundo de otras definiciones. No se puede entender y explicar el mundo usando esas definiciones y esas herramientas. Los partidos ya no existen.
P. ¿Qué hay entonces?
R. Ésa es la gran pregunta. ¿Cómo se organzian las sociedades hoy? Eso es lo que hay que preguntarse. Aún hay algunas estructuras partidistas, pero ya no son decisivas. Vivimos en un mundo de paulatino debilitamiento de todas las estructuras tradicionales. Incluso el Estado. El Estado está en crisis. Han desaparecido estados en Europa, en África. Las regiones parecen más fuertes. Los Estados existen en sentido internacional, pero no interno. ¿Y los sindicatos? ¿Qué me dice de los inexistentes y vacíos sindicatos?
P. ¿Cree que la aspiración a la igualdad subsiste?
R. No, ni siquiera. Esto es muy interesante. La pobreza ya no genera revoluciones, sino acomodamientos. El pobre trata de encontrar algún lugar de adaptación. La adaptación es la única respuesta del pobre. El dinamismo se da en las emigraciones: pero sólo una minoría sigue ese camino.
P. ¿Cómo se ha conseguido esa conciencia resignada?
R. ¿Cómo? ¡Los medios! Los medios han difundido la consigna: la lucha no da resultados. Los pobres mueren sin ni siquiera saber lo que es la lucha. Desde niños ya aprenden a adaptarse: es el único medio para sobrevivir. Se trata de una victoria de los medios. Y del posmodernismo político. La gente siempre se organizaba, en sus luchas, alrededor de los centros, alrededor de las jerarquías: como no existen centros y no existen jerarquías, la única solución es ir cada uno por su cuenta y organizar en solitario la propia vida, la propia estrategia de supervivencia .
P. ¿Cómo escribir entonces?
R. La tarea del intelectual está clara: más que nunca debe trabajar para describir estas situaciones, para describirlas críticamente y para tratar de que la pobreza no siga enfrentada a su peor consecuencia: la ausencia absoluta de salidas, la sumisión a la cuna y al destino.
P. Se parece a la Edad Media.
R. Es la nueva Edad Media. Tiene razón Alain Minc.
P. Una Edad Media con periodismo.
R. Ésa es la gran novedad histórica.
P. Mayor novedad es que el periodismo sirva a la dominación y a la resignación.
R. La verdad es que ése parece ser su sentido global. Pero, claro, hay muchas maneras de ser periodista. Para mí, el periodismo es una misión. Viajo solo, en condiciones duras, tratando de llegar hasta los olvidados. Hay que tener salud y voluntad y curiosidad.
P. ¿No ha perdido la curiosidad con los años?
R. Todo lo contrario. Cada vez tengo más. Y cada vez vacilo menos a la hora de embarcarme en una nueva aventura. ¿Sabe?: es con ese riesgo con lo que pago mis libros y con lo que los hago fuertes. Y con lo que yo mismo puedo llegar a ser fuerte. Hace años, cuando en la agencia polaca los jefes me decían que estaba dando una visión incorrecta de la realidad lo único que me servía era decirles: yo he estado allí y vosotros no.
P. Tal vez por ello no hay verosimilitud, novelización, en ninguno de sus reportajes.
R. Lo que me ha interesado siempre es buscar una escritura que me sirviera para describir la realidad. Cuando era periodista de agencia me daba cuenta de que mis palabras no alcanzaban a describirla. Claro, que utilizaba muy pocas palabras ¡Teníamos poco presupuesto y cada palabra costaba lo suyo! Por eso me puse a escribir libros y de esta manera. En cuanto a la novela, nunca me ha interesado: la novela es una huida.
(El País, 14 de agosto de 2000)