Fallece en Varsovia el escritor y reportero polaco Ryszard Kapuscinski
EFE.- El destacado escritor y reportero polaco Ryszard Kapuscinski ha fallecido en Varsovia, a los 75 años de edad. El escritor, que sufría de una grave enfermedad, fue sometido a una complicada operación el pasado sábado.
Kapuscinski nació en 1932 en la localidad de Pinsk, que entonces formaba parte de Polonia. Escritor, periodista y ensayista se licenció en Historia en la Universidad de Varsovia.
Considerado uno de los mejores reporteros del mundo, fue miembro de varios consejos editoriales y desde 1962 compaginó sus colaboraciones periodísticas con la actividad literaria.
Es autor de 19 libros, de los que se han vendido cerca de un millón de ejemplares y por los que ha recibido numerosos galardones.
Entre sus obras más conocidas se encuentra ‘Ébano’, considerada por muchos expertos su mejor libro, en la que a través de varios reportajes describe diferentes países de África. Otras de sus obras son ‘La guerra del fútbol’, en la que habla sobre diversos conflictos africanos y latinoamericanos; ‘Viajes con Herodoto’ o ‘Los cínicos no sirven para este oficio’.
Fue también un viajero incansable por los rincones más remotos de Rusia, cuya realidad narró en su libro ‘El imperio’ en el que relató el derrumbe de la Unión Soviética y cómo vivían sus habitantes, con temor y esperanza.
Kapuscinski trabajó como corresponsal de guerra para la agencia de noticias Polish Press desde 1958 hasta 1981, años en los que cubrió cerca de 17 revoluciones en 12 países del tercer mundo y donde cosechó un gran éxito gracias a su peculiar estilo. También colaboró con publicaciones como ‘The New York Times’, ‘Time’ o el alemán ‘Frankfurter Allgemeine Zeitung’, lo que le valió ser considerado uno de los mejores reporteros del mundo.
Nombrado doctor ‘honoris causa’ por la Universidad de Silesia en 1997, ha obtenido diversos galardones por su creación literaria como el premio Alfred Jurzykowski (Nueva York, 1994), el Hansischer Goethe (Hamburgo, 1998), o el Imegna (Italia, 2000).
Toda su creación, pero también sus ideas sobre la profesión de periodista, que consideraba una misión y una vocación, pero no una fuente de dinero, le mereció muchos premios, entre ellos el premio del Pen Club polaco en 1989 y el Premio Príncipe de Asturias de las Comunicaciones y las Humanidades en el 2003.
También recibió el pasado mes de mayo el V Premio de Periodismo Miguel Gil Moreno que conceden la editorial Random House Mondadori y la Fundación Miguel Gil Moreno.
Kapuscinski, que en los últimos meses vio mermada su salud hasta el punto de tener dificultades para andar y moverse, no dejó en ningún momento la máquina de escribir.
Fue operado el pasado sábado porque los médicos consideraron que solamente una intervención quirúrgica podía devolverle la salud o, por lo menos, frenar su deterioro. Según fuentes médicas, no se le despertó de la anestesia hasta este lunes porque lo veían demasiado débil.
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UNO DE LOS MAESTROS DEL PERIODISMO MODERNO
EFE
MADRID.- El escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski, fallecido este martes en Varsovia y Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003, era uno de los grandes maestros del periodismo moderno, adalid de la ética en esta profesión y el autor polaco más traducido y publicado en el extranjero.
Kapuscinski nació el 4 de marzo de 1932 en Pinsk y era licenciado en Historia. Con 17 años se inició dentro del periodismo en la revista ‘Hoy y mañana’, pero su profesionalidad se forjó en la agencia de noticias polaca PAP, para la que trabajó de reportero durante 30 años (1958-1981).
Durante ese tiempo fue testigo de infinidad de acontecimientos mundiales como los numerosos cambios políticos de países del Tercer Mundo, desde Angola hasta el antiguo Zaire (hoy República Democrática del Congo).
Asimismo, cubrió la llegada de la descolonización y la consiguiente independencia en el Tercer Mundo, además de hechos históricos como la caída del régimen democrático chileno o la revolución iraní.
En su dilatada carrera presenció 17 revoluciones, vivió 12 frentes de guerra y fue condenado en cuatro ocasiones a ser fusilado.
Harto de la censura polaca, a partir de la década de los 80 empezó a colaborar con periódicos y revistas internacionales, como ‘The New York Times’ o ‘Frankfurter Allgemeine Zeitung’, a la vez que se introducía de lleno en el campo literario a través del gran reportaje.
El que fue elegido en 1999 mejor periodista polaco del siglo XX y distinguido con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003 tiene una veintena de libros publicados.
Se estrenó como autor con ‘Bus po polsku’ (1962), pero el primero de importancia fue ‘El emperador’ (1978, en castellano en 1989), sobre la caída del trono de Haile Selassie en Etiopía en 1974.
Al título anterior siguieron ‘El Sha o la desmesura del poder’ (1987) -narración de la salida de Reza Palhlevi de Irán-, ‘Lapidarium’ (1990), ‘La guerra del fútbol y otros personajes’ (1992), ‘El imperio’ (1993) -de la ya extinta URSS-, ‘Ébano’ (1998), ‘Los cínicos no sirven para este oficio’ (2000) -en el que habla del buen periodismo-, ‘Desde África’ (2001), ‘Los cinco sentidos del periodista’ (2003) y el libro-taller de la Fundación para un Nuevo Periodismo Latinoamericano (FNPI, 2004).
La combinación de historias
La mayoría de su obra es una combinación de la gran historia con la pequeña que afecta a cada individuo, un análisis fino y pormenorizado de hechos y reflexiones.
En 2004 expuso una muestra fotográfica propia en el pabellón de Europa instalado en la Feria del Libro de Madrid titulada ‘África en la mirada’, una selección de cuatro décadas de viajes por el continente negro de Kapuscinski que reveló una faceta suya menos conocida.
El galardonado en 2004 con el Premio ‘Bruno Kreisky para libros políticos’ de Austria y doctorado ‘honoris causa’ en 2005 por la Universidad catalana Ramón Llull dedicó los últimos años de su vida a viajar, impartir conferencias y reflexionar sobre el proceso de la globalización y sus consecuencias para la civilización humana. Además continuó escribiendo libros en su casa de Varsovia, donde fijó su última residencia.
En el acta del jurado que le concedió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, se destacaba que Kapuscinski se le otorgaba el galardón «por su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje».
«No se ha limitado a describir externamente los hechos sino que ha indagado sus causas y analizado las repercusiones, sobre todo entre los más humildes, con los que se siente hondamente comprometido», destacaba el jurado.
Y calificaba sus trabajos de «valiosos reportajes, agudas reflexiones sobre la realidad circundante y, al mismo tiempo, ejemplos de ética personal y profesional, en un mundo en que la información libre y no manipulada se hace más necesaria que nunca».
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EL ENVIADO DE DIOS
Por Joaquín Estefanía
El País, 24.01.07
Ha muerto Kapuscinski. Desaparece un maestro esencial para los periodistas de varias generaciones, que habitualmente suelen ser contemporáneos nuestros. Ya no vendrá a inaugurar el curso de la Escuela de Periodismo UAM/EL PAÍS, como había prometido. Hace aproximadamente un mes recibimos un fax suyo desde Varsovia diciéndonos que este año tampoco podría acompañarnos, pero sus excusas hablaban de trabajo, no de enfermedad. Firmaba «Ricardo», como siempre. Por alguno de sus amigos más cercanos sabíamos de las complicaciones de su salud, pero no hasta el punto de considerar que eran irreversibles.
Recientemente falló a otra cita con los patronos de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que preside Gabriel García Márquez, y desde Cartagena de Indias hablaron con él a través de videoconferencia. Tampoco en esa ocasión imaginamos que su ausencia se debiese a otra cosa que los compromisos: sus reportajes y sus libros. La mutua admiración periodística y literaria entre García Márquez y el reportero polaco se plasmó en los talleres de periodismo que dio a principios de este siglo en algunas capitales latinoamericanas. Fruto de los mismos fue un libro que representa mejor que cualquier otro (quizá con Los cínicos no sirven para este oficio) esa mezcla de la propia vida, el trabajo y el ocio que ha sido la principal característica de la práctica periodística de Kapuscinski. Ese libro, que se titula Los cinco sentidos del periodista (estar, ver, oír, compartir, pensar), no tuvo una edición venal pero se ha distribuido por miles entre los alumnos de talleres, encuentros prácticos y seminarios que tuvieron la suerte de contar con un maestro como el polaco. Es en este texto en el que Kapuscinski nos da la clave de su éxito, hasta ser calificado como el mejor reportero del siglo XX: el periodismo es una actividad en la que hay que medir las palabras que usamos, porque cada una puede ser interpretada de manera malévola por los enemigos de la gente de la que escribimos; desde este punto de vista nuestro criterio ético debe basarse en el respeto a la integridad y la imagen del otro. Porque «nosotros nos vamos y nunca más regresamos», pero lo que escribimos sobre las personas se queda con ellas por el resto de su vida. Nuestras palabras pueden destruirlos. Y, en general, se trata de gente que carece de recursos para defenderse, que no puede hacer nada.
Aquí se manifiesta con nitidez el protagonista principal de la mayor parte de la obra periodística de Kapuscinski: la gente del continente africano, que tantas veces recorrió antes y en la época de la globalización, justo cuando África dejó de interesar al resto del mundo. En Ébano, una de sus obras canónicas, «el enviado de Dios», como le calificaba John Le Carré (cuya última novela, La canción de los misioneros, también transcurre en África, así como El jardinero fiel), se sumerge en el continente que apenas existe rehuyendo las paradas obligadas, los estereotipos y los lugares comunes; vive en las casas de los arrabales más pobres plagadas de cucarachas y aplastadas por el calor; enferma de malaria; corre peligro de muerte perseguido por los guerrilleros; tiene miedo y se desespera. Pero llega el primero y escribe este testimonio incomparable. Fue a África por primera vez en 1957 y luego, a lo largo de medio siglo, volvió cada vez que se le presentó la ocasión.
Tuvimos la suerte de convencerle para que colaborase en EL PAÍS. Las últimas conversaciones periodísticas con Kapuscinski estaban teñidas de la incertidumbre que hoy acongoja al futuro de los medios de comunicación tradicionales. Pensaba que la revolución tecnológica no debía hacer olvidar los procedimientos tradicionales del mismo. «No sea que por miedo a morir nos suicidemos», decía. Opinaba que es paradójico que se nos diga que el desarrollo digital de los medios de comunicación ha conseguido unir a todas las partes del planeta en la globalización (lo que no es cierto porque todavía hay cientos de millones de personas que no tienen contacto con los medios, que viven fuera de su influencia) y, al mismo tiempo, la temática internacional cada vez ocupa menos espacio en esos medios, ocultada por la información local, por los titulares sensacionalistas, los cotilleos, los personajillos y toda la información mercancía.
Entre las notas que conservo de uno de sus seminarios más recientes, un joven le preguntó cuál era el principal riesgo que corre el periodista en el ejercicio de su profesión. Y Kapuscinski responde: el principal peligro es la rutina. Uno aprende a escribir una noticia con rapidez, y a continuación corre el riesgo de estancarse, de quedarse satisfecho con ser capaz de escribir una noticia en una hora, convencido de que eso es todo lo que requiere el periodismo. Ésta es una visión nefasta de la práctica profesional. El periodismo es un acto de creación.
Su última lección.
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Fue uno de los mejores reporteros del siglo XX, comprometido con la gente del pueblo
Por Carles Geli
El País, 24.01.07
Ryszard Kapuscinski, uno de los mejores reporteros del siglo XX, falleció ayer en Varsovia a los 74 años tras una operación a la que fue sometido el sábado. Nacido en Pinsk, una ciudad de frontera cultural (antes polaca y ahora bielorrusa), en el seno de una familia humilde, supo entender el mundo en que vivió.
Nacer en Pinsk, ciudad de mezcolanza cultural y en el seno de una familia humilde, marcó la mirada del mundo y el oficio de Kapuscinski. Era difícil sustraerse al recuerdo de no haber tenido un par de buenos zapatos hasta llegar a la preadolescencia o no haber leído un libro hasta la edad de 12 años. Fue, como recordó más de una vez, una infancia difícil que le predispuso a ese periodismo ético que impregnó su obra y que se traducía en una máxima que repetía a menudo: «No se puede escribir de alguien con quien no has compartido como mínimo algún momento de su vida». Esa preocupación por los más desfavorecidos fue lo que le valió, entre otros, el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003.
Esa actitud y la práctica de un periodismo honesto -«se puede se escéptico, pero no cínico: el cinismo te aleja de la gente; los cínicos no sirven para este oficio»- guió su pluma, que fluyó tras acabar la carrera de Historia, en 1955.
Kapuscinski vivió con intensidad. Tras un primer viaje por la India y China, se instaló en África como corresponsal para todo el continente de la agencia polaca de noticias, labor que desarrolló entre 1959 y 1981 y que salpicó con estancias en Asia y América Latina, donde aprendió castellano, que hablaba perfectamente.
Su faceta de gacetillero la simultaneó con trabajos más extensos en revistas. En ellos, una irrepetible combinación de periodismo muy documentado -«para escribir una página se han de haber leído 100», aconsejaba-, una capacidad de análisis de las situaciones socioculturales típica del gran cronista y un estilo literario entre lo poético y la fabulación le permitieron granjearse el respeto de colegas como Gabriel García Márquez y el salto a publicaciones como Time, The New York Times, Frankfurter Allgemeine Zeitung y este mismo diario.
Kapuscinski era autor de 19 libros, de los que se han vendido un millón de ejemplares y que han sido traducidos a treinta idiomas. Entre ellos destacan El emperador, El sha (1987), El imperio (1994) y Ébano (1998). Eran el fruto de la mirada azul, transparente, de cejas sempiternamente enhiestas, de un hombre que vivió 27 revoluciones y escapó en cuatro ocasiones de la muerte. Ayer no lo logró.
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EL MEJOR REPORTERO DEL MUNDO
Por Jorge Herralde, editor
ABC, 24.01.07
Publiqué su primer libro «El Sha o la desmesura del poder» hace casi veinte años y lo conocí poco después. Ha estado en España en bastantes ocasiones, también lo he visto en Alemania y teníamos una muy buena amistad. Me alegró mucho que sus primeros libros como «El emperador» y «La guerra del fútbol» tuvieran muy buena acogida por parte de la crítica, aunque he de reconocer que aquellas tempranas obras tuvieron muy pocos lectores, incluso si hablamos de libros como «El imperio», que entonces y ahora me parece una obra fundamental.
Pero poco después se produjo el fenómeno de «Ébano», con el cual no sólo siguió cosechando críticas buenísimas que lo reconocían, que lo acreditaban como el mejor reportero del mundo, sino que consiguió muchísimos lectores. Luego muchos de aquéllos que llegaban a él por esta obra tan célebre retrocedieron a sus libros anteriores y eso le ha ido convirtiendo en uno de los autores más respetados y leídos en su género. Está considerado el gran cronista de nuestro tiempo, dotado de un gran talento y una incesante curiosidad, una enorme sencillez y humildad. Son cualidades que le han convertido en un personaje excepcional.
No hace muchos meses pasó por última vez por Barcelona, cuando le entregaron el premio Miguel Gil Moreno de periodismo. Entonces lo vi como siempre, o casi. He de decir, para ser sincero, que noté que estaba un poco rabioso porque podía viajar menos debido a sus problemas de salud. Recuerdo que, así como con «Viajes con Herodoto», que ha sido su último libro, dejaba a su inspiracion perseguir a Herodoto como el primer periodista de la historia, ultimamente tenía proyectado una operación semejante con otro autor. Se trataba nada menos que de Bronislaw Malinowski, el gran antropólogo y Ryszard Kapuscinski tenía pendiente un viaje por el Pacífico que, desdichadamente, no ha podido completar.
Por demás, se ha convertido en un referente ético de una gran valentía y un auténtico periodista, de esos que escudriñan y se juegan la vida como él se la ha jugado en muchas ocasiones. Baste recordar que uno de sus libros preferidos era «Un día más con vida», que es el relato de los primeros días de la independencia de Angola, donde sobrevivió de milagro.
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EL HONRADO MAESTRO KAPUSCINSKI
Por Lluís Foix
La Vanguardia Digital, 23.01.07. 23:13 H.
Ha muerto Ryszard Kapuscinski, periodista polaco, escritor y ensayista. Uno de los mejores reporteros de mi generación, un profesional honesto que explicó el mundo las complejidades de las guerras, sus causas, el sentir de la gente ordinaria. Un Pérez Galdós de nuestro tiempo.
Ha muerto a los 75 años en un hospital de Varsovia. Empezó su carrera en la Polonia comunista como redactor de una agencia de noticias. Viajó por todo el mundo, conoció a personajes relevantes pero, sobre todo, penetró en la conciencia y en la cultura de las sociedades que observaba.
No era una estrella mediática. Era un personaje que miraba la realidad con transparencia, sin prejuicios, pegado al terreno y alejado de los estados mayores y de los gobiernos que siempre pretenden controlar la información que sale al exterior.
Su último libro, ‘Viajes con Heródoto’, es una pieza extraordinaria. Nos narra su extensa biografía con la Historia de Heródoto bajo el brazo. Desde la India a China pasando por Àfrica y la ex Unión Soviética aplica la fría lógica del historiador griego y saca consecuencias que normalmente se nos han escapado a quienes hemos narrado la realidad desde las prisas y las imprecisiones.
Descubrí a Kapuscinski hace muchos años cuando publicó un ensayo histórico sobre el último emperador de Etiopía, Haile Selassie, el León de Judá, adorado por los etíopes hasta que perdió el poder y los amigos que durante más de dos generaciones había hecho en todo el mundo.
Para quien quiera estudiar una revolución es aconsejable que lea urgentemente ‘El Emperador’. Nos describe la vulnerabilidad del poder, la frivolidad de los cortesanos, la traición de los más próximos, hasta explicarnos cómo los revolucionarios destruyen un régimen para construir otro que no es necesariamente mejor que el anterior.
En una entrevista que le hizo Bru Rovira, un gran reportero de ‘La Vanguardia’ que ha trotado mucho por el Tercer Mundo, Kapuscinski decía que «estamos en una situación donde los medios ya no observan los eventos sino que participan en ellos. Y los manipulan con sus mentiras, desinforman. Hay que saber que los medios también participan del capital financiero, al que nada le preocupa la ética periodística y sólo quiere hacer dinero, tener ganancias».
No tengo el libro a mano, pero lo que escribe de Kapuscinski el editor Jorge Herralde en su último libro ‘Por orden alfabético’, es un homenaje a la trayectoria de un periodista humanista, culto, comprensivo con los más débiles, crítico siempre con los que no utilizan la razón sino la fuerza.
También nos transmitió las vivencias y el significado de otra gran revolución, la islámica, que destronó al Sha de Persia con la llegada del ayatolá Jomeini en Teherán en enero de 1979. Aquella revolución, la última del siglo XX, ha tenido y sigue teniendo una gran repercusión en el mundo. Kapuscinki ya lo advertía.
Viajó por la Unión Soviética cuando el régimen que pretendía comerse el mundo se desmoronaba y de sus cenizas no se podía aprovechar prácticamente nada. Sus reportajes ubicados en varios países africanos los resumió en el libro que le dio fama universal. ‘Ébano’ es uno de los documentos periodísticos imprescindibles para conocer la realidad africana de los años ochenta y noventa.
Tiene un libro formidable sobre una de las más extrañas guerras del siglo pasado. Su título es ‘La guerra del fútbol’. Narra la guerra que Honduras y El Salvador libraron con pasión y violencia con el detonante de un partido de fútbol entre las dos selecciones nacionales de los dos países para decidir la participación en los Mundiales de fútbol de México de 1970.
Pasó por muchas penalidades, por peligros de muerte, por amenazas de todo tipo. No se hospedaba en los grandes hoteles. Pernoctaba en pensiones de mala muerte, recogía testimonios de la gente ordinaria, hablaba con todos y emprendía viajes hacia la selva o hacia lo desconocido sin más equipaje que un cepillo de dientes y unos recortes de prensa local.
Con Kapuscinski desaparece una saga de grandes reporteros, de periodistas de raza, de hombres que sabían poner en perspectiva histórica los hechos que relataba. Lo comparo con Stanley, Hemingway, Montanelli, nuestro admirado Manu Leguineche y muchos más periodistas que han escrito el borrador sin el cual sería imposible reconstruir la historia en las generaciones futuras.
Cuando un conflicto se acababa, cuando los tiros y las bombas callaban, Kapuscinski se quedaba un tiempo en los lugares devastados. Es entonces cuando sacaba consecuencias, dibujaba el cuadro de la situación, escribía lo que sus colegas mediáticos ya se encontraban en sus redacciones de Londres, París, Nueva York o Roma.
Si tuviera que definir a un periodista completo, de mirada clara, independiente y sobrio, un periodista que influye en la opinión, Kapuscinski sería el perfil más aproximado.