“Nadie sabía que Cela era cercano, generoso y tierno”
Este es el cuarto libro que publica sobre Cela. ¿Qué tiene que añadir que no haya contado en los tres anteriores?
Este libro no tiene nada que ver con los anteriores. Es un libro de ensayos, en el que aparece mi tesina revisada por el propio Camilo José Cela y aparecen algunos estudios sobre su primera novela, “La familia de Pascual Duarte” y el proceso creativo de “Madera de boj”, del que fui testigo de excepción porque le ayudé. Y también algo que la gente desconoce, incluso los estudiosos de la novelística de Cela, que es la dictadologia tópica. Ni siquiera su viuda está haciendo nada en prodigar este aspecto desconocido. Digo su viuda porque es presidenta de la Fundación, quizá no está preparada intelectualmente para saber que dentro de la obra de su marido hay algo que se llama dictadología tópica. Todo esto aparece recogido en este libro de ensayos prologado por Ian Gibson.
¿Cuándo conoció a Cela?
En 1992, fue a raíz de una entrevista que tuve la oportunidad de hacerle cuando yo estudiaba segundo de carrera de Filología Hispánica. Tengo que admitir que Cela una de las personas que más me llamó la atención, hasta el punto de tener clarísimo que para subir a matrícula de honor, que era una de las posibilidades, yo quería trabajar sobre Cela barajando esa posibilidad de hacerle una entrevista. Fue premio Nóbel de Literatura en 1989 y era difícil acceder a él. Pero tuve suerte. Superé un obstáculo que parecía infranqueable y muy amablemente me concedió la entrevista en su casa de Guadalajara. A partir de ahí no perdemos contacto epistolar nunca. Y hay una cosa que la gente está muy equivocada: no soy yo quien me ofrezco para trabajar con Cela de secretario, en alguna publicación he visto esto. Fue él quien me ofrece la posibilidad de trabajar a su lado.
Fue el 18 de julio de 1995 cuando Cela le propuso en Guadalajara que fuera su secretario. ¿Por qué aceptó?
Hombre, yo acepté encantando porque era una de las cosas que más ilusión me hacía. Estar al lado de alguien a quien se admira profundamente fue un privilegio. Acepté porque era Cela y para mí era importante.
En la entrevista a Cela el 4 de abril del 92, ¿qué le contó el escritor?
Me la dejó grabar en vídeo, fue una entrevista larga y me habló sobre muchos aspectos de su obra, digamos del concepto de técnica, también sobre “La familia de Pascual Duarte” y “La colmena”, sus obras más emblemáticas junto con el “Viaje a la Alcarria”. Y a partir de ahí digamos que estuvimos hablando sobre muchas más cosas, me detuve en aspectos de “La colmena”. Fue una conversación amplia pero hablamos de anécdotas, por ejemplo, que había elaborado un guión para “La familia de Pascual Duarte” pero que luego lo perdió y el personaje se le fue por otros derroteros. Cela se puso irascible cuando le pregunté por la crítica, decía que no la consideraba si quiera.
Usted publicó un libro titulado “Cela, mi derecho a contar la verdad”. ¿Cuál es su verdad sobre el escritor?
Lo que quiero es dar a conocer otro Camilo José Cela desconocido. Es el gran desconocido por excelencia. Nadie sabía como era ese otro Cela del día a día. Hay una característica que queda patente en ese libro, que es el Cela cercano, cotidiano, generoso, incluso tierno. Es el Cela que conocí. También me detuve en sus dos mujeres: la primera, Charo Conde, quien crea realmente a ese Camilo José Cela que obtuve el premio Nóbel, una persona preparada intelectualmente, que ocupa un acertado segundo plano, y luego existe esa comparación de esa primera etapa con su segunda mujer, que no tiene nada que ver.
¿Cómo era Cela un día cualquiera en casa?
Yo conocí el Cela último, el más anciano. Establecería dos personalidades muy bien definidas: una era el que veía conmigo, al que yo acompañaba en sus paseos, con el que me tomaba cervezas y pinchos de tortilla, el que se reía a carcajadas, el que contaba chistes malos, malísimos. Pero el chiste era que el propio Cela contara un chiste. Este Cela no tiene nada que ver con el de Marina, con un comportamiento distinto. Más serio, más adusto, más soberbio. Le transformaba el carácter. Me decía las cosas con distanciamiento delante de ella.
El libro que ahora publica recopila cinco ensayos. El segundo está dedicado al “Viaje a la Alcarria”. ¿Qué explica de nuevo?
Es un trabajo revisado por Cela, me apasionaba “Viaje a la Alcarria”. Cela me dijo que tenía que hacer un trabajo de compilación para la fundación y los investigadores. Allí me serví de NUEVA ALCARRIA y de los periódicos y libros de esa época. Recuerdo que Cela me lo corrigió y me hizo puntualizaciones y matizaciones, que aparecen en el libro en negrita. Es un trabajo atractivo sobre todo para la persona que por vez primera se acerque al libro de “Viaje a la Alcarria”. Y le va a facilitar todo lo que se escribió hasta la fecha en que se publicó. También incluye entrevistas a las personas que realizaron trabajos sobre el libro, como Fernando Huarte Morton, bibliógrafo, que es un hombre que me merece todo el respeto del mundo. Cela lo definía como un pozo de sabiduría. Es un estudio más o menos completo que facilita el estudio a esas personas que se acercan por vez primera a “Viaje a la Alcarria”. Este trabajo es la base de mi tesina, en 1997. Cela me pidió que trabajara en partes de su obra desconocidas.
¿Qué documentos recibió de la fundación CJC que le hicieron al escritor realizar algunas correcciones?
Para esas fechas estuve en la Fundación Camilo José Cela para trabajar en esta obra, me tuve que documentar lógicamente y Cela me proporciona todo esto porque él tenía muchas ganas de convertirme en su discípulo. Cela luego lo revisó y colocó sus anotaciones personales.
¿Viaje a la Alcarria es una novela?
Según Cela, sí. Yo creo que fue un testimonio novelado. Cuando a Cela le preguntaban si “Viaje a la Alcarria” es una novela de viajes, él contestaba que la novela no tiene apellidos, una novela es una novela y punto. No hay que darle más vueltas.
¿En su opinión, “Viaje a la Alcarria” es el mejor libro del Nóbel?
Según su madre, sí. No tiene precedentes, digamos que Cela introduce una serie de novedades. A mí me encanta por ejemplo cuando Cela en todo momento utiliza la tercera persona: el viajero, el viajero… Ahí se podía deducir, dependiendo de la perspectiva, varios narradores. Cuando leo “Viaje a la Alcarria”, me produce varios placeres a todos los niveles. La prosa es incuestionablemente bonita, el Cela de “Viaje a la Alcarria” me apasiona. Desde mi punto de vista, la mejor novela es “La colmena”, más allá de “La familia de Pascual Duarte”.
¿Qué le contó Cela de la Alcarria?
No, Cela lo que me hablaba cuando estábamos revisando todo sobre “Viaje a la Alcarria”, además con estas palabras: “es un país que me apasiona”. De hecho, le tuvo que apasionar no sólo por el viaje, sino porque se fue a vivir a La Alcarria. Siempre hablaba de país, bonito país en el que se afincó por pasión. Fue un gran error irse a vivir a Madrid. A él le apasionaba salir a su finca El Espinar, creo que allí respiraba tragándose el mundo. Era el Cela que estaba realmente contento. Lo pasó mal en Madrid hasta que se adaptó. Además la casa de El Espinar la hizo con arreglo a sus necesidades.
¿Por qué abandonó la finca de El Espinar y se fue a vivir a Madrid?
Porque así lo quiso su mujer. Él no, evidentemente. Me acuerdo que cuando estábamos haciendo la mudanza, él decía: “esto es una auténtica barbaridad”. En un pasillo que comunicaba con el salón, él se sentaba allí y decía eso. Yo le preguntaba qué hacemos y él me respondía: “nada, hombre, que vamos a hacer todo sea por la niña”. Las circunstancias apremian y mandan.
¿En ese momento Cela era capaz de contradecir a su mujer?
Cela no tenía nada que ver entre el personaje público y lo que era. Era una persona generosa. Ahora bien, como no tenía nada que ver, Cela creó el personaje que acabó engulliendo a la personalidad real de Camilo José Cela. Si su mujer le decía que había que irse a Madrid, se dejó convencer. La mudanza fue increíble porque en la casa de El Espinar había cientos de cosas.
Usted en el libro recoge varios artículos de Benjamín Arbeteta y Aguilar Eugenio publicados en Nueva Alcarria en los que se destaca el renombre alcanzado por la provincia a raíz de la publicación del primer libro de viajes de Cela. ¿Se portó bien La Alcarria con Cela?
Sí, claro que sí. Siempre se portó bien con Cela y Cela siempre correspondió, desde mi punto de vista, de la misma forma con La Alcarria. Hay una evidencia: Cela se fue a vivir a La Alcarria, es la mayor evidencia de que estaba a gusto. El guadalajareño, al menos el que yo conocí, es noble por naturaleza. Siempre se le admiró en La Alcarria y ha recibido muchas condecoraciones.
¿Marina Castaño está capacitada para presidir la Fundación Camilo José Cela?
No, nunca lo ha estado. Ni ahora ni nunca. Para presidir la Fundación, primero uno tiene que estudiarse la obra íntegra de su marido. Punto uno. Punto dos: hacer honores y una cosa que ella no está haciendo en absoluto, que es dar a conocer algo prioritario que es el Diccionario geográfico popular de España. Siento en el alma estar implicado en ello. Puede parecer que haya interés. Bien, lo acepto: un interés académico, intelectual, porque soy discípulo de Camilo José Cela.
Ian Gibson dice en el prólogo que Cela “necesita descansar en barbecho algunos años”. ¿Qué quiere decir?
Cela necesita descansar en barbecho antes de que alguien haga la gran biografía que todavía no existe sobre Camilo José Cela. A Cela hay que seguirle investigando y para ello es necesario que se facilite el acceso a la Fundación Camilo José Cela a las personas que queremos estudiar su obra. Cela es patrimonio de la Humanidad, no patrimonio de una viuda. Ese es el problema. Esta señora ha confundido que es patrimonio de sí misma.
¿Piensa publicar algún libro más sobre Cela?
Cuando a Cela le hacían esta pregunta, siempre respondía: “seguiré escribiendo sobre esto hasta que no tenga nada que contar”. Evidentemente, el discípulo de Camilo José Cela seguirá escribiendo sobre el maestro hasta que no tenga absolutamente nada que contar.
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Título: ‘Maestro Cela’
Autor: Gaspar Sánchez Salas
Berenice, 2006
Un discípulo lenguaraz
R.C.
Uno de los principales editores del país, Jorge Herralde, de Anagrama, reflexionaba hace poco sobre la cantidad de libros que se publican cada año en España. Es una cifra de escándalo comparada con los bajos índices de lectura en la misma población. Algo falla. Y quizá no es el criterio de los editores que, a fin de cuentas, tienen todo el derecho del mundo a intentar vender con un autor o con otro, incluso a apostar por autores desconocidos, como Ildefonso Falcones, que ha triunfado con su novela La catedral del mar. Quizá el problema se localiza en los propios autores. ¿Por qué? Muy simple: son ellos, mejor dicho, algunos de ellos, quienes sienten un anhelo irrefrenable por ver estampado su nombre y sus diatribas negro sobre blanco. Tienen todo el derecho, desde luego, pero el empecinamiento no es sinónimo de calidad. Tal es el caso de Gaspar Sánchez Salas.
El que fuera secretario personal de Cela desde 1995 lleva tres libros escritos sobre su maestro. Todos, innecesarios, aburridos, insípidos, incoloros e inodoros. El último, “Maestro Cela”, es un compendio de muchas cosas y de nada. Mezcla ensayos literarios con crónica rosa pero sin aportar nada nuevo. Uno de los que sale mal parado en este texto es nuestro paisano Francisco García Marquina. El poeta, que fue amigo personal y estrecho colaborador del novelista gallego, llama a Sánchez Salas “asistente vengativo” y explica en un artículo que “Cela necesitaba tener a mano a alguien que le buscase citas en los libros, le archivara papeles, le ayudase a corregir pruebas y le diera conversación. A esta mezcla de documentalista, recadero y ayudante le cuadraría bien el antiguo término militar de asistente” (El Correo Gallego, 22.11.04).
De manera desafortunada, Sánchez Salas ha aireado los trapos sucios y algunas anécdotas privadas ocurridas en el domicilio de los Cela-Castaño. Su objetivo predilecto en las invectivas es Marina Castaño, a quien tilda de falsa marquesa, falsa periodista, pesetera, ruin, tacaña, avariciosa, manipuladora y una ristra más de insultos. Marquina explica con nitidez las razones de estas críticas: “Gaspar reverenciaba a la señora marquesa, pero Marina (que no estaba para malgastar su tiempo con tal pretendiente), jamás dio pie ni ofreció mano a su servidor. Y el acomplejado Gaspar alcanzó su punto de ebullición cuando Marina no compareció al acto de presentación de ese su primer libro grimoso Cela, el hombre a quien vi llorar. Aquí, la decepción se convirtió en odio. Por eso, este segundo libro de ahora es fruto de la venganza y —lo que es peor— todo lo que encierra o son falsedades, o son irrelevancias o son obviedades”. Lo peor de todo es que, además de contener revelaciones insignificantes, los libros de Sánchez Salas son de una baja estofa literaria que echan para atrás.