70 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE MIGUEL DE UNAMUNO

Unamuno en las “tierras trágicas” de Sigüenza

El escritor vasco, del que acaba de cumplirse el 70 aniversario de su muerte, consideraba “muy hermosa” la sierra de Guadalajara
El pasado domingo 31 de diciembre se cumplieron setenta años de la muerte del escritor bilbaíno Miguel de Unamuno. Fue uno de los representantes más conocidos de la Generación del 98. Su honda preocupación por lo que se llama “problema de España”, su vinculación a Castilla a través de su rectorado en la Universidad de Salamanca y su interés por el casticismo impregnan a su obra del sentimiento de las tierras de la meseta. Se convirtió, como reza el tópico, en un vasco universal. Se sentía español y vinculaba lo castizo como sustrato de España. Paseó mucho por los campos castellanos, entre ellos, por aquellos que describió como las “tierras trágicas” de Sigüenza. Trágicas, pero también hermosas en su parecer.
Nueva Alcarria, 07.01.07
Raúl Conde

El periodista Manu Leguineche, en un artículo aparecido en el diario El País, recuerda la figura de su paisano Unamuno a su paso por Guadalajara: “Unamuno pedía que no se confundiese “lo que parece triste con lo feo”. Ortega y Gasset, que se estrenó como torero por estas tierras, alabó el cerro de Jadraque y el castillo del Cid. Ningún paisaje es feo, escribe Unamuno, ni siquiera estas tierras guadalajareñas, “desoladas, saháricas, pero muy hermosas, las tierras trágicas de hacia Sigüenza”. El 4 de septiembre de 1931, el novelista vasco, pero salmantino de adopción, publica un artículo en el diario El Sol de Madrid en el que repasa las tierras del Cid: “unos días –escribe- a restregarme el alma en la desnudez ascética de la vieja Castilla reconquistadora, la del Cid, Guadalajara, Atienza, Berlanga, Burgo de Osma, San Esteban de Gormaz, Soria, Numancia, Almazán, Medinaceli, Cifuentes, Brihuega…, nombres que son tierras que suenan en este romance castellano”. El literato consideraba a esta tierra “pobre, con pobreza divina”.

Pobre variedad

Unamuno siempre se mostró preocupado, incluso antes del desastre de la pérdida de las últimas colonias de la metrópoli española, por el sustento histórico de la patria. En una de sus obras más célebres, “En torno al casticismo” (1902), reunió cinco ensayos en los que teorizaba sobre esta cuestión. No frecuentó la provincia de Guadalajara, pero sí la conoció como parte de su inmersión en Madrid y en los alrededores de la capital. Anduvo en más de una ocasión por Sigüenza y la zona que limita con lo que entonces era la Castilla vieja. Escribe: “¡Ancha es Castilla! ¡Y qué hermosa la tristeza reposada de ese mar petrificado y lleno de cielo!”.

El paisaje castellano, en opinión de Unamuno, es “uniforme y monótono en sus contrastes de luz y sombra, en sus tintas disociadas y pobres en matices. Las tierras se presentan como en inmensa plancha de mosaico de pobrísima variedad, sobre que se extiende el azul intensísimo del cielo”. Castilla, para Unamuno, era al mismo tiempo “el país de los castillos” y la flor del espíritu de España. “Y lo castellano es, en fin de cuentas, lo castizo”, agregaba. La radiografía que realiza de la estampa mesetaria resulta melancólica y realista: “Se ofrecen a la vista campos ardientes, escuetos y dilatados, sin fronda y ni arroyos, campos en que una lluvia torrencial de luz dibuja sombras espesas en deslumbrantes claros, ahogando los matices intermedios. El paisaje se presenta recortado, perfilado, sin ambiente casi, en un aire transparente y sutil”.

Vida de don Quijote

La vinculación de Unamuno con las tierras castellano-manchegas no se limitó a Castilla. También profundizó sobre La Mancha en su ensayo “Vida de don Quijote y Sancho” (1905). Este es un fragmento: “Y si la bondad nos eterniza, ¿qué mayor cordura que morirse? «Verdaderamente se muere y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno»; muere a la locura de la vida, despierta de su sueño. Hizo Don Quijote su testamento y en él la mención de Sancho que éste merecía, pues si loco fue su amo parte a darle el gobierno de la ínsula, «pudiera estando cuerdo darle él de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece». Y volviéndose a Sancho, quiso quebrantarle la fe y persuadirle de que no había habido caballeros andantes en el mundo, a lo cual Sancho, henchido de fe y loco de remate cuando su amo se moría cuerdo, respondió llorando: «¡Ay, no se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más!» ¿La mayor locura, Sancho?”

“¡Viva la inteligencia!”

Su compromiso político con el país, ligado a sus preocupaciones religiosas y filosóficas, resultó decisivo en su desenlace vital. El 12 de octubre de 1936 se celebraba en el paraninfo de la Universidad salmantina el Día de la Raza, aniversario del descubrimiento de América por Colon. Millán Astray había llegado escoltado por sus legionarios armados con metralletas. Varios oradores soltaron los consabidos tópicos acerca de la «anti-España». Un indignado Unamuno, que había estado tomando apuntes sin intención de hablar, se puso de pie y pronunció un apasionado discurso. «Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis…». Alguien del público gritó: «¡Viva la muerte!» Entonces Millán añadió a voces: «¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación!”. El poeta José María Pemán exclamó: «¡No! !Viva la inteligencia!». Unamuno no se amilanó: «¡Este es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir, Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”. El incidente no acabó en tragedia porque Unamuno salió de la universidad acompañado por el obispo, pero luego los falangistas le amargaron la vida hasta el punto de morir pocos meses después.

DETALLE

Original, desbordante y polémico

Miguel de Unamuno y Jugo nació en Bilbao en 1864. Obtiene la cátedra de Griego en 1891 en Salamanca, ciudad en la que vivirá el resto de su vida, salvo los períodos de exilio y deportación que tuvo que sufrir por sus ideas políticas. Ese mismo año contrae matrimonio con Concepción Lizárraga. En un principio, Unamuno se muestra partidario de las ideas positivistas, pero después se inclina hacia el socialismo, y se afilia al Partido Socialista. En el año 1900 es nombrado rector de la Universidad de Salamanca, cargo del que primero es desposeído en 1914, por declararse partidario de los aliados, y luego restituido en 1931, aunque el Gobierno de la República le apartó del cargo por haberse adherido al levantamiento del general Franco. Unamuno fue un hombre de una personalidad original y desbordante, muy polémica y, a veces, contradictoria, tanto en su pensamiento como en su actividad política. Entre sus libros merecen destacarse los siguientes: En torno al casticismo (1902); Vida de Don Quijote y Sancho (1905); Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (1913); La agonía del Cristianismo (1926-1931); Niebla (1914); Abel Sánchez (1917); San Manuel Bueno, Mártir (1933); y el poema El Cristo de Velázquez (1920).