Treinta años de soledad
Con el triste y sugerente título de Treinta años de soledad, el programa Pueblo de Dios que emite La 2 de Televisión Española se acercó el pasado 6 de noviembre a la realidad social de los pueblos de la sierra de Guadalajara. Salvando la comparación exagerada de la emigración interior –del campo a la ciudad- con el drama de las pateras que se realiza al principio del documental, el resto es un extraordinario trabajo de periodismo. ¿Por qué extraordinario? Porque rara vez se ofrece en una cadena nacional un reportaje riguroso sobre la despoblación del medio rural en España y porque en este caso se hace con rigor, capacidad de síntesis y vivacidad. Primero relatando con brevedad el éxodo de habitantes que vivieron estos pueblos en la década de los sesenta y que aún hoy repercute en su quehacer diario. Y segundo porque se centra, excepto en el tramo dedicado al museo diocesano de Sigüenza, en los testimonios, en la palabra de aquellos que soportaron el fenómeno migratorio y de los que vuelven en verano para recuperar su propia memoria.
A pesar de su carácter religioso, el programa dejó a un lado la catequesis y aborda al campanero de Campisábalos, a los molineros de Albendiego, al cura de Galve y a los pocos lugareños de Villacadima que son presentados como vecinos, cuando en realidad ya no queda nadie en invierno. Junto a ellos, los encantos de la sierra: las ermitas románicas, la laguna de Somolinos, el castillo de los Estúñiga o las vacas pastando en las laderas del Alto Rey. El director del programa, el alcarreño Julián del Olmo, puede sentirse satisfecho porque la imagen que transmite de su tierra resulta equilibrada pero sin concesiones a la propaganda: los pueblos están semivacíos, el censo brilla por su ausencia y la bondad del paisaje y de los recuerdos es casi de lo poco que queda de bueno por estos pagos de Dios. Treinta años de soledad, por cierto, es un tipo de reportaje que todavía no se ha visto en la televisión autonómica. Puede que cuando acaben con la filmografía de Manolo Escobar se acuerden del asunto.
Conviene, en estos tiempos dominados por los planes de ordenación del Corredor y las perspectivas de la Guadalajara rica, la que ronda Madrid, que la situación de los pueblos recupere posiciones, si es que alguna vez las tuvo. La cosa está jodida, que diría Maruja Torres. Me hace mucha gracia, por no decir otra cosa, ahora que tanto se discute sobre el desarrollo del Levante a causa de la guerra del agua, que nadie se acuerde del subdesarrollo, del atraso y de los agravios comparativos que sufren los pueblos de la meseta castellana en general y de Guadalajara en particular. Nadie se acuerda de estas gentes. Nadie menciona esta realidad salvo para establecer estériles peleas entre gabinetes de prensa sobre quien se hace una foto en un parque natural, quien da cuatro duros para el Ducado o quien presenta un rimbombante pero vacío ‘plan director de desarrollo’. Nadie se acuerda de esta realidad tristísima, ni siquiera los propios políticos de aquí que, en lugar de defender los intereses de forma racional y cohesionada, se enzarzan en estúpidas trifulcas. Hay un debate que ni Aragón ni Castilla-La Mancha, a pesar de situar el conflicto hidráulico en pleno eje de las reformas estatutarias, han logrado sacar a la palestra: los pueblos, sus pocos habitantes, su situación precaria, sus males endémicos. ¿Qué pasa con ellos?