Maestros de la República, los otros mártires de la represión
En todo caso, los estudios vinculados a los antecedentes, causas, desarrollo y consecuencias de la Guerra Civil y el franquismo son abundantes. Sin embargo, no todo el mundo tiene el privilegio de encontrar las mismas facilidades para publicar sus ensayos. En el catálogo de las principales editoriales se incluyen a hispanistas e historiadores sólidos (léanse Stanley Payne, Preston o Santos Juliá) que, además de sus libros, frecuentan con sus colaboraciones las páginas de los principales periódicos y participan en tertulias de radio y televisión. Otros historiadores, o personas a quienes la Historia más reciente les apasiona, no han tenido tanta suerte. Existen decenas de libros publicados que, por aquello de la corrección política, o no han tenido la promoción que se merecían o directamente han visto la luz en editoriales de tercera fila casi de un modo clandestino. Hay muchos ejemplos. El ex combatiente Miguel Núñez, esposo de Tomasa Cuevas, una alcarreña residente en Barcelona galardonada con la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo por el Consejo de Ministros hace pocas semanas, publicó un libro en el que recordaba sus experiencias que apenas ha tenido recorrido editorial. El caso de Miguel Núñez es paradigmático, pero no el único. Es muy raro, a no ser que quede alguno en librerías de viejo, encontrar ejemplares de obras más o menos interesantes desde el punto de vista literario, pero que reconstruyen una verdad enterrada durante cuarenta años de propaganda.
La propia Tomasa Cuevas tuvo que utilizar medios precarios para hacer acopio de cientos de testimonios de mujeres que sufrieron torturas en las prisiones de la dictadura.
Hace cosa de un año apareció una reedición de su libro: “Testimonio de mujeres en las cárceles franquistas”. Su autor, Jorge Montes, subdirector de la Biblioteca Nacional, vio como todas las principales editoriales del país le negaban su publicación. Así lo explica a Nueva Alcarria: “me lo rechazaron todas, ya creí que no iba a poder publicarla y al final a través de amistades lo pudimos sacar gracias al Instituto de Estudios Altoaragoneses y la UNED”. Hoy, tan solo unos meses después, el volumen no se encuentra disponible en las librerías por falta de ejemplares, lo cual destruye el argumento, habitualmente utilizado por empresas editoriales que se niegan a financiar proyectos de esta naturaleza, de que la historia de la represión no vende. Está claro que sí que vende, lo que ocurre es que son pocos los que se atreven a significarse. “El documental sobre el libro de Tomasa también lo rechazaron todas las cadenas de televisión nacionales y al final lo compró La Sexta para emitirlo de madrugada”, revela Montes con indignación.
Otros mártires
Pese a todo, en los últimos años se ha producido un auge de los estudios de la etapa más reciente de la historia de España. Pero todavía quedan muchos huecos donde ahondar. Por ejemplo, en la enseñanza. Uno de los proyectos más relevantes de la Segunda República española, truncado por la Guerra Civil, fue el de mejorar los índices de analfabetismo y el nivel de la Educación en nuestro país. Los maestros de la República tuvieron poco tiempo para desarrollar esta idea, pero su trabajo dejó una huella que aún se recuerda como ejemplo de entrega a la cultura y la enseñanza.
La represión franquista se cebó desde 1939 en los símbolos que identificaban el sistema republicano. Cerca de 2.000 maestros murieron en los inicios de la Guerra Civil por el simple hecho de hacer su trabajo. La periodista María Antonia Iglesias los recuerda ahora en el libro “Maestros de la República; los otros santos; los otros mártires”. (La Esfera de los Libros, 2006). Hay una Mª Antonia Iglesias vocinglera y tendenciosa en los debates de televisión y hay una Mª Antonia Iglesias concienzuda y comprometida en su labor intelectual. Fruto de esta segunda vertiente es este libro que recupera la memoria de los maestros republicanos.
Se trata de un trabajo extraordinario –muy poco se había escrito al respecto- y emocionante porque, a través de las palabras de los hijos y nietos de estos maestros, consigue hacer llegar al lector la dimensión real de lo que supuso su exterminio. El ex ministro socialista de Cultura y profesor universitario, José María Maravall, lo califica en el prólogo de “libro sobrecogedor”. Y añade datos estremecedores: “en nueve provincias de las que existen datos sistemáticos, fueron ejecutados en torno a 250 maestros. Y 54 instituciones públicos de enseñanza secundaria creados por la República fueron cerrados. Por añadidura, en torno a un 25 por ciento de los maestros sufrieron algún tipo de represión y un 10 por ciento fueron inhabilitados de por vida”.
Diez testimonios
El volumen de Iglesias reseña las historias de diez profesores que fueron asesinados en distintos lugares de España: Arximiro Rico, de Baleira (Lugo); Ceferino Farfante y Balbina Gayo, de Cangas del Narcea (Asturias); Bernardo Pérez Manteca, de Fuentesaúco (Zamora); Miguel Castel Barrabés, de de Sant Bartomeu del Grau (Barcelona); José Mª Morante Benlloch, de Carcaixent (Valencia); Gerardo Muñoz Muñoz, de Móstoles (Madrid); Severiano Núñez García, de Jaraiz de la Vera (Cáceres); Teófilo Azabal Molina, de Jerez de la Frontera (Cádiz); Carmen Lafuente, de Cantillana (Sevilla); y José Rodríguez Aniceto, de El Arahal (Sevilla).
Sus nombres son importantes porque les rescatan del anonimato en que la dictadura quiso ocultar su calvario. La autora del libro considera que son “los otros santos, los otros mártires”. Defendieron la laicidad que propugnaba la República, pero la mayoría de los maestros asesinados fueron católicos. Nadie se ha acordado de ellos hasta ahora. Ni siquiera la Iglesia. “Los maestros de la República eran los defensores de los valores universales”, dijo Rosa Regàs, directora de la Biblioteca Nacional, en un acto en Guadalajara hace unos meses. El libro de Iglesias, escrito con una prosa periodística, vibrante y directa, redime un tanto el trabajo que hicieron aquellos profesores y el propio régimen republicano: la escuela primaria en España fue por primavera vez obligatoria, gratuita, laica y mixta, se construyeron más de 10.000 escuelas y se crearon 7.000 puestos de maestros, mejor pagados. Quizá esto explica la saña con la que, una vez acabada la guerra, los franquistas torturaron a los pedagogos de aquella enseñanza modélica.
DETALLE
Homenaje en el campus de Ciudad Real
La Facultad de Letras del campus de Ciudad Real, de la Universidad de Castilla-La Mancha, organizó los días 18 y 19 de diciembre unas jornadas dedicadas a la represión que sufrió el magisterio republicano. Los encargados del homenaje fueron el Centro de Estudios de Castilla-La Mancha y el Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza de Castilla-La Mancha (STE-CLM). El director de política educativa del Gobierno regional, Pedro Pablo Novillo, inauguró el acto considerando que era “casi una reparación y, sobre todo, una obligación moral con aquellos hombres y mujeres que fueron depurados tras la II República y que en su momento supieron contagiar a toda una generación de jóvenes el entusiasmo por la razón y el conocimiento” (Lanza, 19.12.06). En este aco se presentaron dos libros: “La depuración del magisterio en Ciudad Real”, de Marisol Benito, y “La represión del magisterio en Castilla-La Mancha 1936-1945”, de Sara Ramos. En nuestra región un 25% de los docentes fueron represaliados con la sanción más dura de todas las aplicadas: suspensión de empleo y sueldo. Otros corrieron peor suerte y fueron ejecutados. Uno de los maestros que fueron protagonistas de las jornadas organizas en la capital manchega fue Serafín Benito, ciudadrealeño de 94 años. Fue acusado de auxilio a la rebelión sólo “porque nos juntábamos maestros o hijos de maestros que éramos de izquierdas y nos denunciaron”. Le condenaron a 15 años de prisión. El indulto le llegó cuando ya había cumplido siete años entre rejas “por ser de izquierdas”. Cuando salió de la cárcel, tampoco le dejaron ejercer la docencia: abrió una escuela clandestina que el alcalde de su pueblo le cerró bajo amenaza de un nuevo encarcelamiento. Al final tuvo que dedicarse a vender pollos y arreglar electrodomésticos.