CUANDO SÓLO HABÍA UN BURRO
El constructor más famoso de España, Francisco Hernando, conocido como Paco “El Pocero”, ha dicho durante una rueda de prensa, en tono pretendidamente solemne, con cuatro cuartillas sobre la mano y con un lenguaje algo trastabillado, que “cuando vine a Seseña no había nada, sólo un señor con un carro y un burro” (15.11.06). Así que llegó el constructor y se hizo el pueblo. Antes de su aterrizaje, por lo visto, aquellas gentes no eran más que una cuadrilla de paletos que deberían estar eternamente agradecidos por sus inversiones. Una colaboradora seseñera del ABC Toledo, Pilar Hernández, lo desmiente: “Puede que para «Paco, El Pocero» el desarrollo y la calidad de vida de un pueblo se mida por el número de viviendas que se construyen por metro cuadrado, aunque no se vea ni un árbol en los alrededores, aunque en vez de colegios haya barracones, aunque no tengamos centro de salud, ni caminos por donde dar una vuelta en bicicleta, sin peligro a que un camión te atropelle o las vallas te impidan el paso… ¿Es éste el progreso y desarrollo que queremos?” (17.11.06).
A pesar de su estruendo mediático y de su alharaca financiera –a llegado a regalar viajes a Lanzarote a los jubilados de este pueblo toledano-, el Pocero puede presumir de poco o nada. Más bien al contrario, sus palabras delatan una falta de cultura democrática y una costumbre arraigada entre constructores y agentes políticos que participan del desarrollo urbanístico en nuestro país. “Nadie me dice como tengo que construir”, espetó a los periodistas en la rueda de prensa que convocó en las oficinas de su empresa, Onde 2000. En todo caso, si la actividad constructora que sus empresas llevan a cabo en este pueblo de la estepa toledana se ajusta a la legalidad, no hace falta vanagloriarse ni hacer ostentación de nada. El pueblo urbaniza, la administración aprueba el expediente y la constructora construye. Pura rutina en otros sitios como, por ejemplo, Guadalajara. Ahora bien, si esta actividad constructora incurre en un delito, o en varios, entonces, poco hay que hablar. Más bien son los tribunales quienes tienen que tomar la palabra.
El periodista Fernando Ónega opina que Paco “el Pocero” es “un símbolo de un capitalismo español de la primera década del siglo XXI. “Si fuese un poco más fino, si no se hubiera fijado en él la Fiscalía Anticorrupción, y si estuviera más cerca de la gente guapa, sería un icono para la admiración pública” (La Vanguardia, 16.11.06). Exactamente igual que en su día lo fue Mario Conde, en los tiempos de Felipe González, o Juan Villalonga en la época de Aznar. Este es el sistema que tenemos y estos son los personajes que marcan el paso en la prensa, en las urbanizaciones y en la vida de nuestro país. Las tramas de influencias en el negocio inmobiliario son una lacra que los políticos no se toman en serio. Digo los políticos de verdad, no los alcaldes o concejales que creen estar ante la oportunidad de su vida cuando viene un constructor y les explica un cuento en forma de cheque. No obstante, se me ocurren tres cosas. Primero, no juzgar a todos los empresarios de la construcción por determinados elementos que contaminan el paisaje. Segundo, no condenar a la Administración antes de que se demuestre lo contrario delante de un juez. Y tercero, no enredar la madeja de este tinglado con cosas que no tienen nada que ver entre sí. Me refiero a que los periodistas muchas veces caemos en la equivocación de alimentar el rumor, a través de pequeños comentarios o confidenciales sin firma, en lugar de la información, que se contrasta con hechos. Y así, juntamos a “el Pocero” con todo aquello que huela a ladrillo y relacionamos especulación con un sector de la economía básico para la productividad. ¿La solución? Que los jueces actúen cuando lo deban hacer, que los partidos políticos atajen la corrupción y, quizá, que el Estado vuelva a recuperar parte de su protagonismo en la gestión del suelo. ¿Se acabarían así las corruptelas? Es probable que no, pero sí evitaríamos tener a un alcalde de pueblo, como el regidor de Izquierda Unida que aguanta las envestidas de “el Pocero” en Seseña, amenazado, coaccionado y con una denuncia sobre sus hombros.