Artículos en Nueva Alcarria

12 diciembre 2006

REPORTAJE

Guadalajara en la memoria de la revista ‘Triunfo’

Varios reportajes de la provincia, algunos firmados por Luis Carandell, reaparecen ahora en la edición digital de esta mítica revista de la Transición Un artículo publicado en 1973 denunciaba que “La Huerce es el único pueblo del mundo sin luz, con un tendido eléctrico gigantesco a diez metros de las casas”
La revista Triunfo comenzó a publicarse como un semanario de cine en 1962 y desapareció en 1982, ya convertida en bastión político de los intelectuales al franquismo. Ahora, bajo la dirección de José Ángel Ezcurra, reaparece con una edición digital (www.triunfodigital.com) que recupera su hemeroteca completa a través de un buscador por secciones, cronología, autores o números atrasados. La provincia de Guadalajara es protagonista de algunos de los reportajes que vieron la luz en esta mítica revista, que contó con las colaboraciones de periodistas de la talla de Eduardo Haro Tecglen, Manuel Vázquez Montalbán, Víctor Márquez Reviriego o Luis Carandell.
Nueva Alcarria, 08.12.06
Raúl Conde

Cualquiera que pinche la palabra ‘Guadalajara’ en el buscador de la edición digital de Triunfo comprobará que aparecen cuatro enlaces, correspondientes a sendos artículos en los que la provincia, por diferentes asuntos, se convirtió en protagonista. El primer reportaje sobre Guadalajara apareció publicado en la edición del 17 de febrero de 1973. En pleno invierno, el periodista Pedro F. Cocero publicó un extenso reportaje de cuatro página cuyo título lo dice todo: “El Ocejón, una tierra despreciada”. ¿Podría titularse actualmente de la misma manera en caso de analizar esta comarca?

El texto está cuajado de múltiples referencias a los pueblos de la serranía del Ocejón: Veguillas, Semillas, Arroyo de las Fraguas, La Nava de Jadraque, , Zarzuela, Bustares, Galve de Sorbe, Valverde de los Arroyos, La Huerce e incluso lugares que entonces existían y hoy están despoblados, como Umbralejo y Las Cabezadas. “El Ocejón –escribe Cocero-, en el Noroeste de la provincia de Guadalajara, es un mogote solitario, de unos 2.000 metros de altitud, del cual arrancan, más bajas, unas cuantas sierras secundarias. Su pariente más cercano, al Este, es el espolón del Alto Rey, mientras que al oeste y al noroeste se configuran, respectivamente, ya más distantes, la Somosierra y los montes de Ayllón. Las sierras que del Ocejón arrancan se intrincan en valles y vaguadas de rumbos diversos”.

Tres o cuatro bombillas

El autor describe luego la zona: “En lo hondo discurren arroyos cristalinos, el suelo es por lo común pizarroso, durante kilómetros y más kilómetros, sólo medra, muy espesa, la adusta jara estepa. De cuando en cuando, alguna encina, familias mal avenidas de robles, ligeros corros de fresnos. Desde los collados se suceden las lejanías, el silencio; el aire es transparente sobre manera. Tiene el paisaje una belleza agreste, un acorde no precisamente agrio, mas sí con seguridad huraño. La desolación que de él se levanta más que de yermo parece de cosa olvidada”. La descripción bucólica de la comarca le sirve al periodista de Triunfo para ahondar en la crítica hacia las comunicaciones de estas sierras olvidadas, concretamente, el trayecto que va desde Cogolludo por la senda del río Sorbe y del Bornova. El autor viaja con un seiscientos, un álbum de dibujo y una cámara de fotos. “Veguillas es todavía un pueblo con carretera y con tres o cuatro bombillas que encenderán por las noches”. Así comienza el relato. Después sigue con Semillas, “aún un pueblo con algunos niños” y en Las Cabezadas, donde “quedan dos vecinos”.

Entre un olor a lumbre de carrasca y ventanas que parecen troneras, Pedro Cocero sufre la carretera que hoy une toda la sierra y entonces, en 1973, no llegaba a Galve. “La carretera se emprendió en 1928, en tiempos de Primo de Rivera”, agrega. “En una encrucijada con dos trochas, funcionarios celosos han clavado un “stop” enorme, muy nuevo y reflectante. Talmente parece un espejismo en medio de este desierto. O un cartel de humor negro. Debemos decir en seguida que esta carretera, al cabo de los tiempos, va a ser reanudada prontamente”. La carretera, ciertamente, se reanudó, pero su trazado completo no se acabó hasta la década de los noventa.

El médico, en dos horas

El autor habla en Semillas con Mariano y Aquilino, vecinos. “¿Dónde están todos?. Han ido a comprar a Arroyo de las Fraguas”. En Las Cabezadas “los vecinos que quedan pueden contarse por las lumbres”. ¿Y si alguien se pone enfermo? “Un hombre de buenas piernas tarda unas dos horas en llegar al teléfono más próximo, en Zarzuela o Bustares. Si hay nieve, es mejor que vayan dos hombres, no sea que uno solo se quede atascado”. El médico, que era el de Galve, acudía dos o tres veces al año a estos pueblos. “La taberna es una casucha como las otras, en la cocina. Entramos, casi ciegos, en una sombra, y en seguida se hace una palidez de yeso y acertamos a ver un bulto negro que se incorpora del suelo como animal”.

“En Arroyos de las Fraguas nunca se ha pagado una perra por un albañil. Cuando alguien ha querido construir una casa, todos los hombres del pueblo han acudido en masa a ayudarlo. Cada albañilería ha sido una fiesta, una gran rapidez. El pueblo tiene así un, digamos, urbanismo de rincones bonitos unos con otros. Creemos que si los arquitectos se inspirasen algo más en lo popular, como los grandes músicos, las ciudades no resultarían tan absurdamente feas. El periodista acaba su viaje en La Huerce, y escribe: “La Huerce es el único pueblo del mundo sin luz con un tendido eléctrico gigantesco a diez metros de las casas. Los dobles postes parecen ir a chocar contra ellas, pero no chocan por cuestión de rectitud, y se alejan sierra arriba, impertérritos. Si hay cables y postes capaces del escarnio, son éstos, sin duda. A los de La Huerce, como luego apreciamos, se les debe dar una higa de todo esto, dado su aire de tranquila felicidad”.

Juan Cerrada

El mismo periodista, Pedro F. Cocero, que firmó el reportaje sobre el Ocejón se acercó después hasta Prádena de Atienza para convertir a uno de sus vecinos, Juan Cerrada Cerrada, en arquetipo de sus artículos. La revista Triunfo publicó el 12 de mayo de 1973 un reportaje sobre la historia de este lugareño titulado “El pequeño mundo de Juan Cerrada”: “El censo es actualmente de cien personas. La emigración sólo ha empezado a producirse en los últimos tres años, y de manera atenuada si la comparamos con la de otros pueblos de la comarca. A esta hora de la tarde, las seis o las siete de un día festivo, hay en la taberna casi veinte hombres. Unos juegan a las cartas y otros miran o dan francamente la espalda a la televisión, ya que en el pueblo hay fluido eléctrico. El televisor parece un espectro banal, puesto en un rincón, una lividez para unos ‘massmedia’ que no están aquí”. El artículo se centra en la familia Cerrada, de Prádena de Atienza, como ejemplo del analfabetismo y la situación de atraso que vivía en aquella época la población rural española. El retrato fuerza la estereotipo hasta la ofensa: “todos tienen en común elementos fisonómicos muy notables, a la manera que sucede con los leprosos”, escribe Cocero. “Los Cerrada parecen habitar un limbo o una resignación vegetativa”.

“Sigüenza, Pamplona pequeña”

El 25 de agosto de 1973, después de las fiestas de San Roque en la ciudad del Doncel, el periodista Luis Carandell, vinculado a Atienza y una de las principales firmas de la revista Triunfo, escribe una crónica sobre la “Gran Becerrada Popular” en Sigüenza. Carandell habla del cartel de esta corrida, pero también de “El Faustinín”, el jefe de areneros de la plaza de “las Cruces”: “El Faustinín” y un servidor de ustedes habíamos estado la noche de antes de la becerrada recorriendo las empinadas calles de la bella ciudad alcarreña, a fin de hacer la ritual visita de las “peñas”. Estuvimos en las de “Los Cacos”, “El Tropezón”, “Los Fugaos”, “Los Atilanos” y alguna otra que no recuerdo. Las peñas están abiertas toda la noche para cobijar y dar de beber a los seguntinos en fiestas una vez que han cerrado los últimos bares y salas de fiestas. Sigüenza es entonces como una pequeña Pamplona, donde grupos de muchachos y alguna chica ensordecen con sus cantos y griterío la, en los días laborables, silenciosa, agria, solemne, episcopal y dicen que levítica ciudad”.

Ganado y poco más

Carandell, que era un amante de la sierra de la Guadalajara y gran conocer de sus gentes, escribió en esta crónica que “las estrechas callejas de la ciudad alta tienen un sabor y un encanto extraordinarios”. Y agregó: “Sigüenza es una ciudad de cinco mil habitantes que en el verano sobrepasa los diez mil. Es de antiguo una ciudad de veraneo y, de hecho, aparte de la agricultura del valle del Henares, en que está situada, y de la ganadería, no tiene más actividad que la que se deriva del veraneo. Son muchos los seguntinos que claman por alguna apoyatura industrial de esta situación de monocultivo veraniego”.
Aparte de su situación económica, Carandell se fijó en la gastronomía: “Dos restaurantes, que yo sepa, están en situación de aparecer en una posible guía gastronómica de las que prepara la Cofradía de la Buena Mesa: El Motor y El Moderno, este último más conocido por El Pecas. Entre los clubes nocturnos y lugares de diversión citaré El Boris, El Capitol y, sobre todo, El Molino, un club de juventud situado en un viejo edificio que sirvió de molino, a la salida de la ciudad”. Luego al maestro Carandell la noche se le “pasó pronto, escuchando a Manolo Escobar, paseando por la alameda y visitando luego “las peñas”, despidiéndola, según confiesa, “en la churrería de la señora Rosa”.
La revista Triunfo publicó también muchos artículos del periodista Víctor Márquez Reviriego, otro de los escritores insignes de esta publicación, vinculado a la provincia de Guadalajara. El 8 de mayo de 1971 glosó en una crítica el libro “Conversaciones de Miguel Delibes”, de César Alonso de los Ríos: “En los días laborables, Delibes, reconciliado con este mundo después del baño dominical de naturaleza, da sus clases en la Escuela de Comercio, cumple su diario trabajo en “El Norte de Castilla” y escribe. “Toda la aventura del escritor –dice Alonso de los Ríos- se reduce a una larga escapada a la Naturaleza y una empedernida entrega a la escritura. Ambas actividades responde a la misma pasión: su tendencia solipsista”… El escritor no asiste a tertulias ni hace vida social. Estas costumbres no han variado a lo largo de un cuarto de siglo”.

DETALLE

La Caballada, “una fiesta en Castilla”

El 16 de junio de 1973, el periodista Luis Carandell, catalán de nacimiento y atencino de adopción, publicó en Triunfo un completo reportaje sobre la Caballada de Atienza titulado “Una fiesta en Castilla”, bajo el epígrafe de la sección que firmaba todas las semanas: “Silla de pista”. He aquí un extracto: “Era el sábado pasado, víspera del día de Pentecostés, y la villa de Atienza se disponía a celebrar la antiquísima fiesta de la Caballada. La ermita de la Estrella está en una hondonada, al pie del soberbio cerro dominado por el torreón del castillo, “la peña muy foro de Atiença” de que habla el Poema del Cid, en cuya ladera sur está edificada la ciudad. Los preparativos de la Caballada son complicados. La Cofradía se rige por unas Ordenanzas del siglo XII que se conservan en el pueblo y que han venido cumpliéndose con todo rigor desde entonces. (…) No es la Caballada propiamente una fiesta religiosa, y el cura del pueblo, “el abad” de las Ordenanzas, tome parte en ella. Es una fiesta civil que conmemora un episodio de la lucha por la independencia de Castilla frente a los Reyes leoneses. Pero en ella no toman parte para nada las autoridades. (…). Existe desde hace tiempo el proyecto de crear un pequeño museo en la iglesia de San Gil. El obispado se muestra reacio a ello y, mientras tanto, permanece oculto y con riesgo de perjudicarse el tesoro artístico de la ciudad. (…). Pero Atienza no es mucho más que historia. Su decadencia es manifista. De los 6.000 habitantes que en algún tiempo tuvo la ciudad, no queda más que 600, y la emigración, que no ha cesado en estos años, continúa aún hoy en escala más reducida. Situada en las estribaciones de la cordillera Carpetovetónica, que separa las dos Castillas, la tierra de Atienza es pobre, desolada, capaz sólo de alimentar algunos rebaños de corderos. (…). Pero el domingo, cuando por la tarde bajamos al arrabal de Puertacaballos, para presenciar la galopada que cierra la centenaria fiesta en memoria de la historia huida, Atienza parecía revivir con la animación de los forasteros y visitantes”.