José María Canfrán y los dulzaineros de Sigüenza
Pocas personas he conocido en mi vida que desprendieran tan profundo amor por su tierra y sus gentes. José María Canfrán poseía el entusiasmo y la fe que se supone a la juventud, sin mengua con el paso de los años. Ese apego lo probó con su presencia en todo tipo de actividades populares, en iniciativas de cualquier alcance dentro de la vida local, en su militancia en múltiples instituciones, en su renuncia a cualquier vida que no tuviera su residencia en Sigüenza. Desaparecido prematuramente, de sus empeños nació y creció la Escuela de Dulzaineros de Sigüenza. A través de su análisis y las palabras de sus allegados, el Afilador tributa un merecido homenaje a un hombre singular, seguntino hasta la médula, cuya trayectoria, unida a su entusiasmo, debiera de servir- al decir de sus conocidos- de estímulo a las generaciones que, con el tiempo, contribuirán a hacer una Sigüenza mejor.
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La dulzaina, instrumento perteneciente a la familia de la madera, proviene, según algunos, de los árabes, y según otros, fue introducida en España por Alfonso X el Sabio, gran entusiasta de la música. En escritos provenientes de su Corte aparece el instrumento. Viene de la caña de los pastores, como la flauta, con su evolución. En un principio no tuvo llaves, hasta que un constructor vallisoletano, un tal Angel Velasco innova la dulzaina introduciendo las llaves. El instrumento se desarrolla y se ha llegado a la dulzaina de ocho llaves, que aporta una técnica bastante completa. En Aragón, curiosamente, sigue utilizándose sin llaves. En Valencia igual, pero más aguda. El formato castellano es el que tratamos, usando el modelo afinado en Fa sostenido. Quién comenta todo esto es José María Arranz, veterano miembro del grupo de dulzaineros de Sigüenza desde hace años. Amante de la cultura tradicional de la región, su dedicación a la misma conserva el entusiasmo de los primeros años. Este compromiso, unido a sus conocimientos sobre la cuestión y su profunda amistad con el que fue alma mater del grupo de dulzaineros seguntinos, José María Canfrán, obliga a recoger sus palabras en estas páginas. Carente de afán de protagonismo alguno, desea, con esta entrevista, rendir un sentido homenaje a quien fue su amigo y maestro, a las tradiciones populares y a sus propios compañeros y colegas del oficio. Manos a la obra, pues. Nos recibe en el establecimiento de su titularidad, el popular Bar Alameda, concediéndonos amablemente un tiempo de su trabajo, lo que el Afilador expresamente agradece. De entrada, nos expone sus raíces castellanas: mi origen es soriano, mi padre de Arcos de Jalón y mi madre de Medinaceli, mis abuelos palentinos y de Valladolid; yo vine con mis padres hace treinta años, cuando ellos vinieron aquí al Parador, y nos quedamos. Desde luego yo estoy plenamente integrado, y tengo muy claro que me considero seguntino cien por cien, manifiesta firme y sonriente. En cuanto al tema que os ocupa, la cuestión de la dulzaina tiene su principio en a el año ochenta y seis, más o menos, cuando José Mari (Canfrán) y Carlos Blasco deciden recuperar este instrumento, que en la provincia de Guadalajara estaba prácticamente desaparecido…no quiere decir que no se hicieran fiestas con dulzaina, pero a la fiesta de San Vicente aquí en Sigüenza, venían gaiteros de fuera, de Soria, o de Segovia…vinieron, por ejemplo, de Riaza, de dónde era Julián, un tamborilero al que hicimos un homenaje, que estuvo viniendo prácticamente hasta que se murió, junto con Juanito el de la Fresneda, de Duruelo, en Segovia. Los gaiteros de Guadalajara vinieron creo que tres años, y luego los hermanos Zamarrón, de Segovia, grandes dulzaineros y amigos, comprometidos en la cultura del folklore, que a fecha de hoy siguen viniendo. Como te he dicho, en el 86 José Mari y Carlos Blasco tomaron el tema en serio. José Mari, su personalidad le animaba a ello, se empeñó en aprender la dulzaina de forma autodidacta. No tuvo ningún profesor, a sus conocimientos que obtuvo en el orfeón añadió su empeño a base de fijarse, de cintas…y aprendió a tocar. Cu ando tuvo un repertorio, junto con Carlos hicieron varias romerías, la primera en Mirabueno, luego en unos ciento y picos pueblos de la provincia: eran los únicos que trocaban como dulzaineros de la provincia. Jose Mari siempre intentó, metiendo el dedo en la llaga, que en la escuela de folklore de Guadalajara se incluyeran dulzaina y tambor, lo que consiguió a base de empeño. Esta importante escuela, de gran aceptación de la gente, ha formado desde entonces muy buenos dulzaineros. A su frente ha estado mucho tiempo Javier Barrio, que estuvo un año aquí en Sigüenza. La labor de Canfrán fue más allá: había que traer la formación de dulzaineros al mismo Sigüenza. Al cabo de unos pocos años propuso traer a Sigüenza un aula de dulzaineros, lo que se consiguió, trayendo a Barrio, un profesor estupendo, hacia en 96 ó 97… hubo bastante gente, al principio unos quince o veinte chavales… ahí empezamos la trayectoria. No puede ocultar su respeto y consideración hacia el viejo amigo desaparecido: siempre estaba encima de nosotros, animándonos: “vámonos a tocar a este pueblo, a este otro…” su modestia le impidió ser profesor, para lo que valía, pero siempre quiso que fuera alguien con más formación que él, y sabía que Javier era la persona más adecuada, por eso le trajo aquí, al principio. Luego vinieron Antonio Trijueque, Valentín Pérez, Fernando Llorente, ahora está Daniel, un chaval de Alcalá de Henares, que viene todos los viernes. Las clases se dan en el Colegio Nacional…. Desde luego José Mari fue clave en el nacimiento de esta escuela: él quería que la gente aprendiera bien, que cogiera el sentimiento de lo que todo esto significa; el era el transmisor más de la tradición que del instrumento…. Para él la dulzaina era un instrumento modesto, para la calle, en resumen, del pueblo…para llegar a la gente, no para grandes escenarios. Era sentimental, amaba los pueblos y le dolía todo aquello que pasaba del abandono, del deterioro…estaba porque las cosas se hicieran bien…la dulzaina era adecuada para los pueblos, llega a todo, procesión festejos…has hecho algo que evidentemente los sientes, pero solo somos eslabones de la cadena, de esa gran cadena del folklore, de la tradición, que por nosotros no se cierra. Nosotros no somos artistas, cumplimos una labor en ese mundo… los protagonistas son otros, los santos que se festejan, el pueblo…nosotros simplemente colaboramos para que este espíritu siga vivo…ponemos nuestra armonía, lo profano de la fiesta, algo importante… Las tradiciones… ¿viven, desaparecen?… En los pueblecitos pequeños es dónde más se guardan, aquí en Sigüenza hay más fiestas, más actos, y nosotros tocamos en diversas procesiones, los Arcos de San Juan, Jornadas Medievales, actos municipales… el día 22 de enero tocamos en el Certamen de dulzainas, iniciativa de José Mari, hoy convertido en su homenaje. Tocar en San Vicente es como si Jose Mari estuviera con nosotros, tanto le tenemos presente: pensamos en él porque fue nuestra luz y guía, por eso tocamos con un gusto tremendo. Fíjate que hemos conseguido que el Certamen sea único: creo que no hay en España otro festival de dulzaina que dure diecinueve años siempre el mismo día a la misma hora…viene gente de primera línea y ha adquirido un gran prestigio. Lo organizamos los dulzaineros de Sigüenza, Blasco, Juan José Molina, Agustín Canfrán, yo mismo… y luego, como te digo, viene gente de alto nivel. Molina es de Chiloeches, muy vinculado a Sigüenza, y muy amigo de José Mari, con quien colaboró siempre… ¿A qué pueblos habéis ido con más asiduidad? Pues mira…cabe destacar Hinojosa, Miruete, Salinas de Medinaceli… son tantos… ¿Galve de Sorbe? Sí… José Mari fue, junto a Celedonio Sierra, que era el zamarrón de los danzantes de Galve, un recuperador de las danzas de esa localidad. ¿Zagarrón? El zagarrón es el guía de los danzantes, el que va armando bulla, el que va danzando delante…Celedonio fue el que le enseñó todas las danzas a Jose Mari, tarareándoselas; las aprendió y las interpretó. El día de los jubilados iba con Carlos a darles un baile; este tipo de actuaciones formaba parte de la personalidad de José Mari, para quien la dulzaina no fue nunca un negocio: pretendía únicamente que la gente disfrutara, y el ir a un pueblo lejano, por ejemplo un mes de enero, con el frío que hace, a dar un baile para ancianitos, aquello valía más que todo el dinero que te pudieran dar. Por cierto, ¿cobráis algo?. Hombre… hay ciertos actos que tienes que cobrar algo, porque hay gastos…hay instituciones a las que se cobra…pero hay pueblos en los que no…no hacemos negocio, vamos con nuestros instrumentos, y a disfrutar. Toca repaso a la actualidad del grupo. Seguimos actuando…el problema que hay en los pueblos, y que nosotros tenemos, es que la gente joven sale del pueblo, y si el grupo no está bien montado, se desmorona. Ahora estamos un poco volviendo a empezar, con otra remesa… estoy empeñado en hacer este verano un repertorio y tirar para adelante…ahora seremos en la escuela unas dieciocho personas, y si de ahí salen ocho, estupendo… hay dos chicas, tambor y dulzaina…lo bueno es que hay chicos que no llegan a catorce años… para ser Sigüenza ésto es estupendo. Los de antes tenemos que seguir en la batalla e intentar conseguir un buen grupo poco a poco… ¿El repertorio? José Mari recuperó mucho por los pueblos, luego Juanjo Molina y Julio García Bilbao hicieron lo mismo; gracias a eso hay muchas piezas de la provincia, incluso se grabó un disco en la Escuela de Guadalajara, ya sabes, jotas, corridos…básicamente con la dulzaina como instrumento principal, aunque también se graba dulzaina con metal, con cuerda…incluso en orquestinas de los años 20, con su saxo, bombardino…incluso van a venir unos que tocan con tuba. ¿El futuro? Prometedor, teniendo en cuenta la existencia de estas escuelas, la de Sigüenza, apoyada por el Ayuntamiento y las dos actuales de Guadalajara, la de la Diputación y “La Cotilla”, del Ayuntamiento, con Juanjo Molina y Valentín Pérez Pezuela en ésta última, y, Antonio Trijueque en la anterior… los grupos que han salido de estas escuelas… por lo menos hay cuatro grupos formados, lo cual está muy bien…pero hay que llevarla dentro.
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Juanjo Molina, citado anteriormente, se suma al diálogo y al recuerdo del amigo. Yo empecé a tocar el tambor y conocía a José Mari en el año 87, tocando con Carlos por ahí en pueblos. La dulzaina, que entonces era un vago recuerdo en la gente mayor, pudimos recuperarla. Estoy orgullosísimo de continuar con su legado. Alcarreño, se siente muy unido a Sigüenza. Vine a estudiar a la Safa, luego empecé a venir cada vez más, y así me lié. Comencé a dar clases aquí de tambor en el 96, y ahora estoy en la Escuela “La Cotilla”, en Guadalajara. El valor de José Mari fue encender la mecha, y de ahí los grupos que luego salieron. Fuimos a certámenes a mostrar nuestro folklore en otras provincias, Palencia, Burgos, Soria…y seguimos yendo por la provincia, con la misma ilusión desde el primer día. Defensor a ultranza de la tradición, comparte con Canfrán el castellanismo cultural de esta tierra. Tenemos nuestra cultura eminentemente castellana, y una manera de reivindicarla es el certamen, y la fiesta de San Vicente… somos realmente castellanos, algo que José Mari reivindicó siempre… defendemos la singularidad de Guadalajara, de Sigüenza… tenemos que potenciar nuestras señas de identidad más singulares, más cercanas a Castilla la Vieja, de la que Sigüenza formó parte hasta 1833, junto con Atienza, Huérmeces…hasta la división de las provincias de Isabel II. Hicimos las jornadas de cultura castellana en el Parador, por San Vicente… hubo una exposición de instrumentos musicales castellanos… se habló de Castilla, vino gente castellanista… Existen asociaciones culturales comuneras, como Concejo Comunero… y es que Juan Bravo era de Atienza, hijo del alcaide, aunque fue destinado como capitán a Segovia, donde casó con una moza de Muñoveros, donde está enterrado; por cierto, que Atienza y Muñoveros han hecho este año un hermanamiento… el caso es que el movimiento comunero casi fue más castellano nuevo que viejo, fíjate, Padilla era de Toledo… Burgos no se sumó al movimiento, sí lo hizo Guadalajara, siendo el Duque del Infantado quién reprimió el movimiento.
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Carlos Manzanera, madrileño de nacimiento y seguntino vocacional, compartió con José María Canfrán años de juventud en las Peñas festivas y en otras ocasiones memorables. Su alegría era única, gran amigo, siempre recordaré de él, con lo que le gustaba la fiesta, que en unos Sanfermines, fiesta sagrada para todos por aquél entonces, fuimos un 7 de julio, y el día 8 se volvió a Sigüenza… para ver a su novia, de lo enamoradísimo que estaba… Para Ignacio Garcés, compañero seguntino de siempre, no ha habido otro igual que quisiera tanto a Sigüenza, su pueblo, sus costumbres, su gente… cualquier acontecimiento que hubiera, los fuegos artificiales por ejemplo, su gesto era mirarte, morderse un poco así los labios y decirte: “Nacho… si es que esto es lo más grande que hay… Sigüenza…” Lo mismo con un encierro, la charanga… no se perdía nada. Disfrutaba viendo disfrutar a sus amigos.
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Teresa Pardo, viuda de José María, recuerda sus inicios musicales: empezó solo y ensayaba en el armario empotrado, cuando los niños eran pequeños… se compraba cintas, se fijaba en otros, y fue realmente autodidacta. Su tema era Castilla, y él identificaba la dulzaina con la región. José Miguel Antón, su gran amigo desde niño, corrobora: siempre quiso hacer algo por Sigüenza…que era todo para él; estaba en todo, era armado, la rondalla, las fiestas… Intentó la vía política –dice Teresa- se presentó con el CDS, pero no le votaron suficientemente…, no logró ser concejal, fue solo un sueño, aunque si estaba integrado en toda actividad de tipo cultural seguntina. A los íntimos les pregunto: ¿Hubo acaso correspondencia a su dedicación, a su entrega?, Poco para lo que él dio. -ambos de acuerdo- sólo se llevó disgustos…él lo daba todo, pero nunca le reconocieron su altruismo y su entrega… traía dulzaineros aquí, los metía en su casa a dormir, les daba de comer…todo a su cuenta… le gustaba y lo hacía así, nos dice José Miguel. Sé que tratamos de una figura irrepetible en afecto y entusiasmo por su ciudad, ¿y ahora?, Para el amigo que yo sepa no hay nadie con su entrega y su vitalidad, de forma tan desprendida y generosa…Para la esposa él estaría satisfecho con que ahora se siguiera hablando de lo que él quería en su momento… ahora está saliendo todo lo que él pensaba hace veinte años… ¿por ejemplo? Para Antón muchísimas cosas, los pendones de Castilla por la calle, las fiestas medievales…y le trataban como si estuviera loco…nos reíamos un poco de él, le decíamos que estaba en las nubes… Teresa recuerda anécdotas: cuando el encierro salía tarde, montaba el mitin, todos los años había historia…traía en raya al pobre alcalde… y oír la dulzaina en las fiestas era demasiado…Perfeccionista para lo suyo en grada sumo: le gustaba que las cosas se llevaran a rajatabla, aquí la gente venimos los veraneantes a pasar… a comer, beber y pasarlo bien, y ahí te quedas… eso no iba con él, quería la perfección y, desgraciadamente, se quedaba sólo, porque la gente, desgraciadamente, decía ¿de qué va éste? Es José Miguel quién se lamenta. Para Teresa es motivo de orgullo que el Festival de Dulzainas de San Vicente, que lleva su nombre, se llena de gente, y se le reconoce su labor. Toño Pérez conocía a José Mari desde los tres años, igual que José Miguel. Siempre tomaba partido por los perdedores, por los más necesitados, incluso en las películas de indios le fastidiaba que siempre ganaran los americanos… Lo de la dulzaina me parece estupendo, una idea buenísima, pero no se hizo como debía, se le tenía que haber dado más apoyo que el que se le dio…lo que ha hecho Jose Mari tiene un valor incalculable, y ahí está…Los tres juntos recuerdan anécdotas curiosas de otros tiempos, especialmente los primeros pasos tras la futura novia: Dice Toño : me decía en la discoteca Boris: “Qué hago” “Coño, sácala a bailar” estaba cortadísimo. ¿“Y si me dice que no”? “El no ya lo tienes, ¿Qué puedes perder?” Los dos amigos comparten inquietudes y recuerdos. Su amor le empujó a venir a Sigüenza tras trabajar en Madrid y vivir tres años en Soria…era su obsesión, trabajando de lo que fuera…Más de lo mismo: En el 25º aniversario de la peña de fiestas, trajo dulzaineros que actuaron en el Capitol, y la peña no acompañó; fuimos cuatro, y los tuvo que pagar de su bolsillo, no le hicieron ni caso…recuerdan José Miguel y Teresa con poca disimulada indignación.
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Ahora sí responde la gente, vienen los dulzaineros y son muy festejados, y todo se le debe a él, insiste Toño, que le costó dinero y cabreos…desde luego poca gente con sus inquietudes. José Miguel todavía se asombra de la visión de futuro que tenía acerca de las personas y de las cosas; asuntos que mencionaba hace 30 años han salido adelante…lo triste es que ya no hay nadie que pueda recoger su testigo con la misma generosidad que él. Hoy en día no creo que salga ninguno que se moje como él se mojaba hace tantos años, sin nada, siempre moviéndose por su pueblo.
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Cuando conocí a Jose María Canfrán me encontraba yo dentro del antiguo bar Moderno, acompañando a mi padre dando buena cuenta de unos vinos en presencia del añorado Teodoro López. De repente, aparece en el local un joven en uniforme festivo, llevando al hombro una bota de vino y luciendo una boina roja a medio lao, cantando una copla relativa a las fiestas seguntinas, Nos miró fijamente y nos dedicó una sonrisa mientras se llevaba la mano a la boina, como un acto de respetuoso saludo. Acababan de comenzar los festejos de San Roque, uno de los primeros años de la década de los setenta. No sabía quién era, pero pronto seguí sus pasos intrigado por la apabullante personalidad y desbordante y contagiosa alegría de aquel joven. En Madrid, cuando trabajó, compartimos alguna velada junto con otros amigos seguntinos y madrileños. En Sigüenza mantuvimos contactos ocasionales, relacionados en su mayoría con festejos populares. En todas partes le escuché lo que fueron sus propósitos acerca de su tierra. Nunca me defraudó, porque siempre fue fiel a sí mismo, sus ideales, sus inquietudes. Genio y figura hasta que nos dejó, tal vez cansado de nuestra falta de entusiasmo por seguir sus inquietudes y participar de sus principios. Porque su amor y entrega a esta ciudad y sus gentes fueron siempre cuestión de principios, entre los que destaca aquél que te susurra que no hay mejor lugar que el que te vio nacer, y Sigüenza era la madre tierra que viene reclamando cariño y apego. José Mari se lo dio. Desinteresadamente, añado. En unos tiempos en los que prima el interés por doquier, resulta refrescante ver la generosa entrega física y emocional a los valores propios que este amigo realizó durante sus casi cuarenta y ocho años de existencia. Como su grupo de amigos de siempre, creo que nunca encontró la contestación adecuada a sus propuestas, desde luego bien pensadas y nada desdeñables. Sé que disfrutó de lo lindo con su entrega y sus logros-ahí está la Escuela de Dulzaineros y cuánto se consiguió a través de ella-, veo que su legado no cayó todo en saco roto, que muchos de sus sueños se verán realizados, y sé también, por que lo he comprobado, que a su desaparición física no ha seguido la espiritual: su imagen, sus ideas , su persona, en fin, son tal vez su mejor legado, puesto que siguen vivas en los suyos, familia y amigos, a los que va dedicado especialmente este reportaje, en suma, este recuerdo.