Artículos en Nueva Alcarria

19 noviembre 2006

CULTURA

Juan Ramón Jiménez en la Residencia de Estudiantes de Madrid

Exposición antológica a los cincuenta años de la concesión del premio Nóbel
No resulta nada extraño imaginar las correrías, allá por el año 1913, de los poetas del 27, de Rafael Alberti o de Juan Ramón Jiménez en las instalaciones de la Residencia de Estudiantes. A dos pasos de la glorieta del Doctor Marañón, al lado de la Castellana, en pleno corazón de ese Madrid de modestos rascacielos, sobrevive un espacio tranquilo, amplio y hermoso “donde crece lozana la airosa flor de la poesía”, tal como escribió Cela sobre Guadalajara. Pues lo mismo, pero al borde de la arteria principal de la capital de España.
Nueva Alcarria, 18.11.06
Raúl Conde

Un remanso de paz escolta el pabellón Transatlántico de la Residencia, donde permanece abierta hasta enero de 2007 la exposición “Juan Ramón Jiménez. Premio Nobel 1956”, comisariada por Javier Blasco y Antonio Piedra, profesores de la Universidad de Valladolid, y patrocinada por el Ministerio de Cultura, la Junta de Andalucía, la Fundación El Monte y la Residencia de Estudiantes.

Efectivamente, hace medio siglo que le concedieron el principal galardón de las letras a este poeta cuya muerte le sorprendió tan solo dos años después. La muestra es un cruce constante entre corrientes estéticas, un paseo surcado por cuadros y libros a ambos lados de las salas, en una síntesis ajustada de la clásica dicotomía entre artes y letras. El recorrido es ameno e interesante porque no agobia: manuscritos de originales, ejemplares de prensa de todas las épocas, fotografías en Moguer, en sus casas de Madrid, en el exilio, en Nueva York, en Cuba y en San Juan de Puerto Rico, donde Juan Ramón se sentía como en familia por el aire andaluz de las fachadas blancas y las calles estrechas. Las pinturas de Picasso; de Sorolla (inmenso su retrato de Zenobia Camprubí, la mujer del escritor); de Benjamín Palencia, con sus trazos de impresión; de Daniel Vázquez Díaz, de Salvador Dalí o de Juan Gris, entre otros, ponen de relieve la capacidad intelectual del poeta onubense y su complejo mundo interior. Fue una persona neurótica y atormentada alejada durante buena parte de su existencia de los clásicos circuitos literarios. “Escribirnos no es más que recrearnos, crearnos una segunda vida para un poco más de tiempo; y dejarlo en manos de los otros”, escribió el autor de “Platero y yo” en unos momentos en que la correspondencia era frecuente con literatos como Ortega y Gasset, Lorca o Miguel Hernández.

La exposición está dividida en cinco apartados: los comienzos de Juan Ramón en el terreno de las letras; su llegada al Madrid “de la colina de los chopos”, en 1913, precisamente a la Residencia de Estudiantes; su etapa de vanguardias, desde 1918 hasta que estalla la Guerra Civil española; su llanto durante la contienda fratricida; y, finalmente, su prolongado exilio, al que le costó acostumbrarse, desde 1940 hasta el 58. El documental “La obra en marcha de Juan Ramón Jiménez”, dirigido por Manuel Armán, completa la muestra. Cuando se produjo el levantamiento contra el Gobierno legítimo de la República, Juan Ramón Jiménez escribe: “Yo estoy seguro de que cultivando mi poesía ayudo al hombre a ser delicado, que es ser fuerte, más que haciendo balas”. Los documentos de “Guerra en España” resultan, al mismo tiempo, elocuentes y estremecedores. Juan Ramón se alineó a favor de la legalidad republicana y firmó un manifiesto de apoyo a Manuel Azaña, quien finalmente le proporcionó un puesto de agregado cultural de la Embajada española en Nueva York con el que obtuvo los visados para poder salir de España. Juan Ramón y su esposa vivieron momentos de placidez y de intenso trabajo en las universidades americanas, pero sin abandonar una cierta sensación de pesar, de decaimiento. El escritor cayó en varias enfermedades y ella logró sobreponerse a una operación de cáncer. El año 1956 fue clave en la vida de Juan Ramón Jiménez: el 25 de octubre, la Academia Sueca le concedió el premio Nobel de Literatura y tres días más tarde, el 28 de octubre, murió su mujer Zenobia Camprubí, catalana de nacimiento, una persona fundamental en toda su trayectoria. Fue el principio del fin. La figura del poeta de Moguer renace ahora en Madrid con una exposición extraordinaria que pone de relieve la función pedagógica, insustituible, de la Residencia de Estudiantes.