Luis Carandell, la ausencia de un cofrade
Luis Carandell nació en Barcelona en 1929 y murió en Madrid en el año 2002. Fue un periodista de largo aliento: entregado, comprometido y con unas excelentes relaciones en la profesión. Se embarcó en mil aventuras editoriales, se hizo popular con su clásico “Celtiberia Show”, una sátira de la época, y está considerado el mejor cronista parlamentario que ha pasado por el Congreso de los Diputados. Hablaba más de diez idiomas: español, catalán, inglés, alemán, francés, ruso, griego, árabe, japonés, portugués e italiano. Y chapurreaba algún otro. Tenía una mente privilegiada “y una capacidad asombrosa para contraponer un idioma con otro, en Suiza compró una gramática del romanche y se molestaba en buscar el origen de las palabras”, cuenta su viuda. Viajó por todo el mundo pero por azares del destino fue a parar a Guadalajara y, concretamente, a la villa de Atienza, en la sierra norte. Allí disfrutó, junto a su familia, de largas temporadas de descanso y escritura, se compró una casa, hizo mil amigos y fue nombrado cofrade de la Caballada, el máximo honor que puede recibir un atencino. Y allí está enterrado, en compañía de sus paisanos de la sierra.
Viajero incansable
“Conocí a Luis –explica Eloísa- el día de su cumpleaños, el 24 de febrero de 1954, en casa de unos tíos abuelos míos amigos de su padre. Yo soy de padre suizo y madre madrileña. Era una persona que contaba muchísimas cosas y cada día me acompañaba a la salida de la facultad”. La afición viajera también les unió. Y su pasión por hablar. “Era muy comunicador, también con la familia, explicaba muchísimas historias a nuestras hijas”. El matrimonio Carandell-Jäger tuvo dos hijas: Eugenia, médico de familia en Mallorca, y Zoraida, profesora en la Universidad de la Sorbona. Ambas disfrutaron mucho con las narraciones de su padre, que no escatimaba en viajar por España y por el mundo para seguir ampliando horizontes.
Uno de sus mayores amigos y colega de oficio, Víctor Márquez Reviriego, relata que juntos hicieron viajes divertidísimos: “un verano que estaba mi familia en Salou y la de Carandell en Sitges, salimos un día de julio que hacía mucho calor a tomar unas chuletas a San Fernando de Henares. Nos fuimos a la piscina y alquilamos unos bañadores. De repente él se puso a hacer el pino durante un rato y fue el centro de atención, casi pasó la gorra después…”.
Vivió en Madrid como nadie –de hecho fue nombrado hijo adoptivo de la Villa y Corte- sin dejar de ser catalán. Era lo más contrario a un cateto: un cosmopolita total. Cuando en España no viajaban ni los diplomáticos, a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, él ya había vivido en Islandia, en Oriente Medio y en Japón varios años. “Sabía lucha japonesa”, relata Márquez Reviriego. Estuvo allí trabajando en el departamento de español de una radio japonesa y le sucedió en el puesto Fernando Sánchez Dragó”.
Atencino de adopción
No es extraño que su último viaje fuera a Atienza. Sencillamente, le apasionaba. En 1970, el matrimonio Carandell buscaba un sitio para sacar a la hija pequeña al campo. Estuvieron viendo muchos pueblos y al final optaron entre Riaza o Atienza. “Elegimos Atienza –confiesa Eloísa- por la tranquilidad y porque estaba un poco alejado de todo. Compramos una casa y la restauramos por completo y ahora no la podemos vender ni nada porque forma parte de nuestro patrimonio sentimental”. Acudían allí desde mayo en adelante “porque de enero a abril es espantoso, no tenemos calefacción central y hace mucho frío”, lamenta Eloísa. Luis concibió muchos artículos en Atienza. Como no usaba ordenador, se los dictaba a su mujer. Algunos de estos textos tenían como fin, precisamente, cantar las bondades de Atienza.
Su integración en el paisaje y el paisanaje del lugar fue absoluta. Desde el principio se interesó por sus costumbres, por su historia, por sus gentes. Tuvo el honor de que la Cofradía de la Caballada le hiciera hermano, lo cual le hizo mucha ilusión por dos motivos: por lo que significaba de arraigo en la población y porque, de esta manera, podía montar a caballo cada año. Fue el propio Carandell quien decidió ser enterrado en Atienza. “Lo mismo que yo”, recalca Eloísa. “Ahora, sinceramente, me cuesta trabajo ir a Atienza porque me acuerdo mucho de Luis. Este verano he estado cuatro o cinco días, me cojo el autobús que sale a las dos”.
La primera vez que Carandell pisó Atienza fue en compañía de Víctor Márquez Reviriego, hacia 1970: “él no lo conocía –señala Reviriego- pero yo sí tenía la querencia de Guadalajara porque ya estaba casado con mi mujer, que es de aquí. Luego él se compró una casa en Atienza por la zona de los oficios. Carandell tuvo allí un amigo que era Manuel Ballestero, un intelectual marxista con una casa justo en el centro de Atienza, en la plaza, donde también adquirió una vivienda Iturmendi, ministro de Franco que luego fue relevado por Osorio”. Más tarde, Carandell y Eloísa compraron una casa adosada a la primera para tener un jardín. “Recuerdo haber estado con él en pleno verano provistos de jerseys, porque hacía un frío de mil demonios, y hacer muchas rutas, la que más le gustaba era ir por Soria hasta el castillo de Berlanga, El Burgo de Osma y San Esteban de Gormaz. Los viajes de Carandell sabías cuando ibas pero nunca cuando volvías ni por donde ibas a ir. Además eran viajes muy instructivos porque era una persona que sabía muchas cosas, y cosas raras, porque el coche debía ir a una velocidad media de 30 kilómetros por hora”. ¿Por qué se fijó en Atienza? Según Márquez Reviriego, porque “le gustaba mucho la campiña y la sierra, Carandell era un catalán universal”.
Humilde y moderado
Tuvo interés por todas las cosas y una facilidad innata para ponerse en el lugar de los demás. “Él estaba hablando con un señor de Atienza y era como si fuera atencino de toda la vida pero tenía que hablar con un embajador y sabía desenvolverse igual, a su altura”, matiza Víctor. “Un día fuimos a comer a un sitio, pedimos cordero pero nos lo sirvieron duro como una piedra, pero no se enfadaba, lo decía en plan irónico. El paisaje de la serranía de Guadalajara le encantaba. Al principio, en el 73, era como uno más, estaba en Atienza como si fuera la Barcelona de su adolescencia, le trataban muy bien en todos los sitios, en la fonda, en el veterinario… Carandell era muy humilde a pesar de ser de una familia rica”.
Y en política nunca adoptó posiciones intransigentes ni radicales. Aceptaba que la otra persona tuviera un punto de vista diferente. “Nuestros dos abuelos fueron agricultores y algo nos quedaba de ello, era muy sencillo y yo también”, subraya Eloísa. Le sacaban de quicio esas posturas de todo negro o todo blanco. Él siempre matizaba. Podía defender sus ideas, pero de una manera civilizada. Se sentía de izquierdas pero de una forma especial. Su padre estaba en el consejo de los algodoneros en Barcelona, pero se arruinó en 1952. Carandell votó siempre al PSOE. Tenía buenas relaciones con Felipe González pero también con Suárez y otros conservadores. En opinión de Márquez Reviriego, “fue un agnóstico amable, pero no era pío, aunque fuera socialista de voto, de comportamiento era un liberal en el sentido clásico, elegante. Todo lo contrario de un partidista y de un fanático. Se involucró mucho pidiendo dinero a Felipe para arreglar la iglesia de la Trinidad de Atienza”.
Periodista vocacional
Carandell leía cinco o seis libros a la vez. Le gustaba mucho la historia, la arqueología y la literatura francesa. Fue uno de los primeros periodistas que escribieron en “Triunfo” sobre Atapuerca. Estaba al día de todo. En el hospital, dos días antes de morir, leía la biografía de Franco escrita por Preston. Las razones de esta relación tan fluida con las letras se debe, en gran parte, a su padre que, según detalla Eloísa, “fue una persona muy adelantada a la época, incluso a sus hijos les hizo aprender alemán, fíjese, ¡en aquellos años!”.
Como periodista, oficio que ejerció durante cincuenta y tres años, nunca estaba plenamente satisfecho. Todo le ilusionaba: la prensa, la radio y la televisión. Quizá su mayor éxito fue “Celtiberia Show”, un retrato mordaz, satírico, brillante, del ‘Spain is different’. Formó parte de una generación de periodistas muy tenaces que se hizo a sí mismo, como Haro Tecglen, Vázquez Montalbán, Márquez Reviriego, Miguel Ángel Aguilar o Manu Leguineche. Eran autodidactas. Luis tocó todas las facetas, cubría un congreso eucarístico, una necrológica o una crónica parlamentaria, una de sus especialidades. Sabía componer un periódico y llevaba en la sangre el calor de una linotipia. Su ilusión, tal como confiesa Eloísa, hubiese sido retirarse a los 75 años, abandonar la radio y el artículo semanal, pasar desde mediados de mayo hasta finales de septiembre en Atienza y escribir relajadamente ensayos, artículos de profundidad y libros. Allí, en su refugio predilecto, en su pueblo del alma. Los planes, desgraciadamente, se truncaron por un maldito cáncer de pulmón. En el hospital volvió a demostrar su entereza. Nunca se quejaba y hablaba de sus proyectos. “Me gustaría –reconoce Eloísa- que las nuevas generaciones recordasen a Luis por sus ganas de vivir, por su ilusión, por su bondad y por su afán de aprender y comprender”.
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DETALLE
Márquez Reviriego: “Carandell sabía todas las tradiciones de los pueblos de Guadalajara”
Carandell se hizo popular por su facilidad para contar historias y chascarrillos que nadie, o muy pocos, conocían. Lo hacía en sus artículos igual que en la televisión o en la radio. En una de sus colaboraciones en la cadena SER, durante una entrevista a José Bono, le preguntó al ex presidente de Castilla-Mancha sobre pueblos de la sierra de Guadalajara como Condemios o Cantalojas. En seguida ambos se enzarzaron en historias de estos lugares. “Luis me llevaba dos o tres veces a Galve para ver las vacas porque mis abuelos eran ganaderos y también al Hayedo de Tejera Negra, en Cantalojas”, confiesa Eloísa Jäger, su viuda. El periodista Víctor Márquez Reviriego, que conoció a Carandell en 1966 y se profesaban un afecto mutuo, declara que “le gustaba mucho las tradiciones y sabía todas las costumbres de Madrid y Guadalajara, todos los pormenores y cuestiones de santos, y eso que era agnóstico”.
Licenciado en Derecho y formado como periodista en unos cursos del Ateneo de Barcelona, se inició en la profesión en 1949 en el diario «El Correo Catalán». Después fue corresponsal de «El Noticiero Universal» en Egipto, Israel, Turquía, Iraq y Japón, además de enviado especial a multitud de países para cubrir acontecimientos como la guerra del Yom Kippur, la caída de Haile Selassie en Etiopía o la portuguesa revolución de los claveles. De regreso a España, fue colaborador estelar de publicaciones como las revistas «Triunfo», «Cuadernos para el diálogo” o las vitriólicas «Por favor» y «Hermano lobo». Su labor como columnista comenzó en el diario «Informaciones». Carandell ejerció el periodismo en todas sus facetas con audacia, brillantez y reconocimiento. Tras su etapa como corresponsal, fue el más apreciado cronista parlamentario en la transición, presentador de telediarios en la televisión pública en los 80, articulista para cabeceras como «El Sol», «El Independiente», «El País» y «Diario 16». Fue también colaborador de Antena 3, Radio Voz y la Cadena SER y presentó programas culturales como «La hora del lector» o «Carandelario». Sus últimas apariciones tuvieron lugar en el programa «Lo que es la vida», de RNE. Márquez Reviriego recuerda su último encuentro con su amigo y compañero: “la última vez que vi a Luis fue en una conferencia en una sociedad aragonesa que se llama Conde de Aranda. Quedamos en vernos en verano en Guadalajara, pero luego ya se lo tuvieron que traer a la clínica en Madrid”. El centro cultural Blanquerna, de la Generalitat de Cataluña, organizó una exposición de homenaje a Carandell en Madrid y Barcelona en la que, entre otros muchos elementos, se mostraba el traje de cofrade de la Caballada de Atienza.