Conversando con mi abuelo Miguel
El mismo año que Miguel Delibes envió a la editorial su última novela El hereje, los médicos le diagnosticaron un cáncer de colon, se operó y no ha vuelto a escribir. La intervención salió bien, pero Delibes, mi abuelo, lleva diez años padeciendo lo que él llama «la resaca del posoperatorio». Aprendiendo todo de nuevo, a comer, a digerir, a pasear, a controlar los nervios, a olvidar sus pasiones (escribir y cazar). En suma, a vivir.
Asegura que su cuerpo se resiste a «continuar la vida que llevaba antes». Ya no da largos paseos por el campo ni monta en bicicleta; tampoco acude a las sesiones de la Real Academia (nunca fue muy asiduo) ni recibe a periodistas en casa. El pasado mes de junio, el grupo de comunicación Vocento le otorgó el Premio a los Valores Humanos por su «defensa de la libertad, su sensibilidad personal hacia los desfavorecidos y su compromiso con la naturaleza».
Al acto de entrega que tendrá lugar el próximo 17 de octubre en Valladolid, el mismo día y en la misma ciudad en la que nació mi abuelo hace 86 años, acudirán los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, pero no el premiado, que desde su casa agradecerá y elogiará a través de videoconferencia la «bonita distinción» que sus amigos de Vocento han creado para premiar lo que «antes se consideraba normal y ahora se ha convertido en algo extraordinario: ser portador de reservas morales, de valores humanos».
Dice que se encuentra «jodido». La franqueza se impone y él padece demasiadas miserias para hablar de otra cosa. Sin embargo, quienes lo conocen bien no pueden olvidar su ingenio, su admiración por la belleza en todas sus manifestaciones, su sentido del humor… Y si le preguntas sobre novedades literarias, sobre cine o sobre los últimos triunfos deportivos, aparecerá el otro Delibes, el olvidado en un quirófano hace diez años, el viejo escritor.
Ha dejado sobre la mesa el periódico. Observo que ha estado leyendo un artículo sobre la polémica revelación del premio Nobel alemán Günter Grass.
ÁNGELES CORZO. ¿Qué opinas de su confesión?
MIGUEL DELIBES. Poco podría decir yo de Günter Grass y de su pertenencia a las SS. De aquella decisión sólo puede hablar el interesado. Él sabrá si se sintió un fanático o no, si quería imponer su régimen a toda costa o no. Yo creo poco en lo que dice. A los 17 años, y más a los 20, uno ya tiene conciencia de lo que hace. No le hago responsable, pero podría serlo. Mi opinión no aumenta su culpa ni pretende crucificarlo.
A.C. ¿Tú no estarás ocultando algún secreto impactante?
M.D. No tengo secretos, hijita, está todo al día. Mi madre consideraba no católica a la Falange, y no había más que hablar. En una familia larguísima como éramos los Delibes Setién, no se dio ni un solo caso de falangismo ni aun en los meses más apurados de la guerra.
A.C. A lo mejor alguna sorpresa literaria.
M.D. ¡Que más quisiera yo! No, no hay ningún libro oculto, ningún libro en el telar con el que sorprender el día menos pensado, si es a lo que te refieres. No tengo humor para sorpresas; primero, tendría que sorprenderme a mí escribiéndolo y, luego, al resto publicándolo. De momento no hay nada, lo contrario me haría bailar en una pata [sonríe].
A.C. No escribes, pero sigues recibiendo galardones, como el Vocento. ¿Se debe premiar al defensor de estos valores?
M.D. Antaño, todo hombre nacido de mujer se consideraba portador de cosas positivas, de algo digno, algo noble, unos valores, en suma. Pero la descendencia de Caín pesaba sobre nosotros, y el hombre que era portador de reservas morales se convirtió en un ser peligroso, maligno, de difícil definición. Ahora, el hombre miente, ataca, mata, hiere, viola y su presencia lógicamente engendra desconfianza. El hecho de ser parido por mujer no lo dignifica ni quiere decir nada. Sinceramente, el hombre que se esfuerza por ser mejor, que defiende la naturaleza, que sostiene ideas de amor, paz y progreso por su rareza, bien merece ser distinguido, con un premio o con lo que sea.
A.C. Pero no todos los premios tienen el mismo significado. ¿Cuál recuerdas con más ilusión?
M.D. El primero, el Nadal, lo recuerdo con mucha ilusión. Me abrió todas las puertas. Me sancionó como escritor. Fue una cosa que llevé en secreto, sólo lo sabía Ángeles, mi mujer, y mis padres. Yo tenía exactamente 26 años. En verano terminé el libro y lo mandé a Barcelona, donde lo evaluaría un jurado. Una cosa que no he contado a nadie es que un miembro del jurado, Ignacio Agustí, me escribió días antes de las votaciones para decirme que le había impresionado mucho mi novela y que, independientemente de lo que pasara en la votación, él se decantaba ya por el libro y me consideraba un gran novelista. Como puedes imaginar, eso me puso muy nervioso y a Ángeles, tu abuela, más que a mí. Nos pasábamos las noches en claro, charlando, imaginando… apenas dormíamos. El Nadal, que nació con Carmen Laforet, había demostrado precisamente ser un premio independiente, en el que todos los jóvenes habíamos puesto gran esperanza.
A.C. Aunque lo he escuchado mil veces, cuéntame otra vez cómo recibiste la noticia.
M.D. Cuando llegó el 6 de enero del 48, yo estaba trabajando en El Norte de Castilla. Esa noche iba al teletipo mucho más de lo habitual y veía que, según avanzaban las votaciones, cada vez quedábamos menos; los últimos creo que éramos Pombo Angulo, que era ya un hombre conocido, director de un periódico de Madrid y con muchos apoyos; Rosa María Cajal; Ana María Matute, con 19 años, y alguno más. Uno a uno fueron cayendo hasta que a las dos menos cuarto de la madrugada el último teletipo decía: «Los finalistas son Pombo Angulo con Hospital General y Miguel Delibes con La sombra del ciprés es alargada; se hacen apuestas por el vencedor». Salí entonces a la redacción y grité: «¡Soy finalista del Nadal!». Todos se revolucionaron. El director, que hasta entonces no sabía nada, llamó al café Suizo de Barcelona, donde se reunía el jurado y me dijo que había ganado. Te puedes imaginar entonces, la emoción, las felicitaciones, los abrazos… Cogí corriendo la bicicleta y me fui a casa donde me esperaban mi mujer y mi hijo Miguel, de 11 meses. Nos abrazamos locos de alegría.
Sorprende que a sus años recuerde con tal precisión aquel momento. Habla despacio, eligiendo muy bien cada palabra, sabe cautivar al que lo escucha tan bien como al que lee sus novelas. De vez en cuando interrumpe su discurso para dar una calada al cigarrillo BN que es lo único que los médicos no le han prohibido.
A.C. Si tu cabañita fuera un bar te pondrían trabas para fumar, ¿qué piensas sobre la ley antitabaco?
M.D. Antes fumaba todo el mundo. El cine lo puso de moda; Gable, Fonda, Tracy, salían a escena con el pitillo humeando, como locomotoras. Detrás llegaron las mujeres, fumando y adoptando posturas atractivas. Al cabo del tiempo, los médicos advirtieron que el tabaco era la causa del cáncer de pulmón y los Gobiernos se lanzaron a prohibir su consumo. Ahora ha nacido una manía creciente por proteger al que no lo pide: los fumadores. ¿Por qué no vigilamos también a los nadadores y a los automovilistas? A todos los que corren un riesgo, ¿no crees? A mí no me parece mal que pretendan remediar el cáncer a unos y otros, y tal vez poniendo todos un poco de nuestra parte podamos hacer algo útil en este sentido.
A.C. Con 26 años eras ganador del Nadal, catedrático de Derecho Mercantil, periodista de El Norte de Castilla y esperabas tu segundo hijo. ¿Los jóvenes de ahora iniciamos la vida adulta muy tarde?
M.D. Sí, claro, era catedrático, era periodista, era escritor y, además, fumaba, buen provecho. Yo no creo que los jóvenes empiecen la vida de adulto tarde, la empiezan demasiado pronto y mal, por donde no deben y por donde más daño se hace. Si te refieres a emanciparse, yo creo que los padres de los jóvenes actuales son más tolerantes que los de antaño, y si unes a esto las dificultades económicas que surgen de los contratos basura y los precios de las viviendas es normal que no se independicen.
A.C. Y hablar, ¿hablamos peor que antes?
M.D. Yo creo que sí, pero no sólo los jóvenes, sino todos en general, periodistas, políticos… Al pueblo le ha dado por enriquecer el idioma, cada día surge una palabreja nueva. Pero todo se puede decir de manera más sencilla. Lo mismo escribiendo. Yo mejoré sensiblemente cuando empecé a escribir sin adornos, como se habla.
A.C. Ahora como se habla es a través de Internet.
M.D. No me aclaro. Internet no sé lo que es. ¿El infierno?
A.C. ¿Has visto recientemente alguna película?
M.D. El cine siempre me ha gustado mucho, pero cada vez voy menos. Veo mal y estoy bastante sordo, las conversaciones con fondo musical no las entiendo. Ya no puedo asistir a proyecciones normales. Afortunadamente, tengo un amigo propietario de varios cines y algunas mañanas me pasa las películas que valen la pena para mí solo.
A.C. Y la televisión, ¿te interesa?
M.D. De la televisión, me interesa lo que la gente suele rechazar: los telediarios, los programas de caza y pesca… Antes ocupaba mi tiempo libre cazando, montando en bicicleta o jugando al tenis, ahora miro cómo lo hacen otros. El tenis por televisión me ha hecho descubrir, por ejemplo, que las mujeres rusas no son feas. Parecía que el régimen soviético no disponía de mujeres presentables. Grave error. Las jóvenes tenistas que irrumpieron tras la perestroika eran ágiles y sumamente atractivas, no había una belleza cada dos docenas, sino ocho cada docena. Además, jugaban bien. Un cambio inaudito, se diría que los soviéticos querían hacer ingrato hasta el aspecto de sus mujeres y que después del comunismo habían desaparecido las feas. Tonterías, hijita, ya ves tú.
A.C. Induráin, retirado; el Real Valladolid, en segunda… te quedan pocos alicientes deportivos. Salvando las tenistas rusas, claro.
M.D. Quiero creer que la dignidad y la pureza deportiva desaparecieron con el último Tour de Indurain. Y cada vez me intereso menos por el fútbol, desde que se ha convertido en un asunto de dinero. Me parece inaudito que un joven gane por jugar hora y media a la semana las cantidades que están pagándose en la actualidad.
A.C. El dinero es el motor del fútbol…
M.D. El dinero es el motor de casi todo. Todo puede comprarse y venderse: exclusivas, puntos del carné de conducir, niños, títulos, recalificaciones de terreno… Es lamentable. Tendrá que ser así, quizá por eso haya nacido un Premio a los Valores Humanos.
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«YO CREO QUE HABLAMOS PEOR QUE ANTES.
Y no sólo los jóvenes, todos en general: políticos, periodistas… Cada día surge una palabreja nueva. Pero todo se puede decir, y escribir, de forma más sencilla»
«NO TENGO NINGÚN LIBRO EN EL TELAR
con el que sorprender el día menos pensado. No estoy para sorpresas. Primero, tendría que sorprenderme a mí escribiéndolo y, luego, a los demás, publicándolo»
«PARECÍA QUE EL RÉGIMEN SOVIÉTICO CARECÍA DE MUJERES
presentables. Grave error. Tras la perestroika, el tenis televisado me ha hecho descubrir que, de cada docena de tenistas, había ocho bellezas»
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Delibes y el lenguaje
Miguel Delibes es prosa limpia y castellana. Es historia de la literatura. Es memoria de la novela española del siglo XX que, además, nos concede el privilegio de seguir entre nosotros. Poder contar con un clásico vivo, al que se puede visitar y rendir homenaje, es algo extraordinario. Es un milagro de la literatura y de la vida. Que Dios bendiga al viejo maestro por seguir ahí, honrado como siempre, dando una lección de dignidad y de entereza. Ojalá aún nos queden por leer algunas de sus más bellas páginas.
ARTURO PÉREZ-REVERTE
El personaje
Miguel Delibes pertenece a ese linaje de escritores que mejor definen la fusión del talento y la honradez. Su ejemplo ha permanecido vigente por espacio de más de medio siglo: nunca ha dejado de ser una persona y un escritor impecables. El oficio de la literatura también ha supuesto para él un medio para reafirmar su defensa de la libertad, su amor a la naturaleza. Sus novelas enlazan con la gran tradición realista nuestra, sin dejar por ello de indagar en nuevas fórmulas expresivas. Es, pues, uno uno de los escritores españoles vivos que más cosas y con mejor pulso nos han dicho.
JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD
Delibes y la mirada castellana
Nuestra mirada sobre Castilla no es la misma después de leer a Miguel Delibes. Es lo que tienen los grandes escritores: fundan con sus palabras un mundo que completa y amplía el que conocemos. Y Delibes nos ha enseñado a mirar el nuestro con esa mirada atenta, concienzuda e insaciable del Nini, el niño protagonista de Las ratas, su novela más inolvidable. La mirada que se dirige a las cosas queridas, que son siempre las más necesitadas de nuestros cuidados. Pertenece a la estirpe de Cervantes y Stendhal, la de los grandes moralistas, en el sentido que Camus da a esta palabra: los que tienen pasión por el corazón humano.
GUSTAVO MARTÍN GARZO