Los monjes de la abadía de California que reconstruyen Óvila visitan las ruinas del monasterio
Fue uno de los expolios más sonados de Guadalajara y del arte sacro español. El magnate de la prensa norteamericana William Randolph Hearst compró el monasterio cisterciense de Santa María de Óvila, en 1929. Y se lo llevó, piedra a piedra, hasta Estados Unidos. Ayer por la tarde, los monjes de la abadía de Clairvaux, también cistercienses como los que antaño había en Óvila, visitaron los restos del monasterio original, que se encuentran en la margen derecha del río Tajo, a cinco kilómetros de Trillo después de dejar atrás el balneario.
La visita se enmarca dentro de un viaje a España del comité formado por monjes cistercienses que han impulsado el proyecto Piedras Sagradas (www.sacredstones.org) con el que pretenden finalizar la reconstrucción de Óvila en su abadía, situada en California. La Fundación Hearst, quizá con motivos muy diferentes a los que impulsaron a su fundador a traerse el monasterio desde Guadalajara, participa activamente en las obras. Según confirma a Nueva Alcarria el abad Thomas X. Davis, encargado del proyecto, la Fundación Hearst ha aportado hasta el momento cuatro millones de dólares para finalizar la reconstrucción del edificio. Los monjes aceptan donaciones económicas siempre que se garantice la procedencia. “Es un proyecto que requiere buena fe”, matiza Thomas.
Saqueo del monasterio
El expolio del monasterio se consumó en 1929. El Estado se lo vendió a Fernando Beloso en 3.000 pesetas quien, pocos meses después, lo revendió al representante en España del magnate de la prensa norteamericana Willian Randolph Earst. Haciendo caso de los consejos de su asesor artístico en España, Arthur Byne, decidió comprarlo y, desmontado, trasladarlo a California para instalarlo en la gran mansión de San Simeón, en la costa californiana, como un elemento más de su enorme colección de piezas artísticas españolas. Las tareas de desmontaje se iniciaron enseguida, siendo numeradas sus piedras, y trasladadas hasta San Francisco, donde tras ser desembarcadas, y tras muchas complejidades legales, quedaron en su mayoría dispersas, deterioradas y olvidadas en los jardines y almacenes del Golden Gate Park de la ciudad de San Francisco, siendo instalada solamente la portada manierista de su iglesia en una sala del De Young Museum de ese parque californiano. La abadía de Clairvaux, finalmente, está siendo la encargada de ejecutar la reconstrucción de Óvila bajo el asesoramiento técnico del arquitecto español José Miguel Merino de Cáceres.
La figura de Arthur Byne resulta controvertida. El investigador José Luis García de Paz considera que fue “un estudioso norteamericano del arte español, hábil comerciante que vendio numerosos tesoros españoles a magnates extranjeros, como Hearst. Es justo y merecido el apelativo de «el saqueador» con el que se refiere a Byne el profesor Merino de Cáceres. Byne proveyó de piezas de arte español a muchos millonarios y museos americanos, transgrediendo cuando le convenía la legislación española e incluso la americana”. El propio De Paz también matiza que “en el caso del monasterio cisterciense de Ovila, no está claro el precio que cobró Fernando Beloso Ruiz, director del Banco Español de Crédito en Madrid, quizá unas cincuenta mil pesetas. Se sabe que Hearst compró a Byne por 55000 dólares (unas 390000 pesetas de entonces) el monasterio, de ellos 1500 sólo por la portada. La venta incluía el refectorio, la Sala Capitular, el dormitorio de novicios, la cubierta de la galería norte del claustro y otros elementos de la iglesia. Aparte estaban los costes de desmontaje, embalado, transporte y montaje. Fue el precio lo que disuadió a Hearst de llevarse también la bodega”. El Gobierno de República, el 3 de junio de 1931, declaró Monumento Nacional a Óvila, pero tampoco esta acción logró frenar el traslado a América.
Pocos restos
Hoy, en Óvila, quedan pocos restos de lo que fue el monasterio. El cronista provincial Antonio Herrera Casado, ha buceado en la historia de este emblemático edificio. “De lo mas antiguo quedan –escribe- los cimientos de la iglesia y la bodega, obras del siglo XIII bajo el reinado de Enrique I. Lo demás son paredones ruinosos, corrales, la doble arquería del claustro de hermoso estilo renacentista, parte de las techumbres góticas de la iglesia convertida en garaje y almacén, y poco más.
La iglesia era un edificio grandioso, de planta de cruz latina, con una sola nave dividida en cuatro tramos, más el ancho crucero, y una cabecera con tres ábsides, de los cuales el central presentaba el presbiterio con planta cuadrada y el remate poligonal con cinco lados; los ábsides laterales eran de planta cuadrada. Todas las naves, crucero y ábside se cubrían de bóvedas de crucería, apuntadas. A los pies del templo se abría la portada, de un bello efecto manierista, muy decorada con grutescos, hornacinas y capiteles (hoy se conserva montada en una sala del De Young Museum de San Francisco, Ca. USA). Al sur del templo se abría el gran claustro, del que se conservan las arcadas externas, habiendo desaparecido, desmontadas y trasladas también a América, sus cubiertas de crucería ojival. El claustro que hoy vemos se construyó hacua 1617, y presentaba una estructura de extremada sencillez, con doble arquería formada, a cada lado, por cinco arcos semicirculares sobre pilares cuadrados y dos arcos más estrechos a los extremos, sin adorno alguno, a excepción de sendos entablamentos lisos dispuestos sobre las respectivas arquerías. Al costado occidental del claustro se alza todavía entera una gran nave cubierta de bóveda de cañón apuntada, que fue usada como bodega, cillerería y almacén de provisiones y aperos. Por el costado oriental del clasutro se abrían las dependencias nobles del monasterio: la sacristía, la celda prioral, y la sala capitular, que lo mismo que el refectoria fueron totalmente desmontados y expatriados, quedando hoy solamente simples e inexpresivos muros”.