LADRILLAZO EN SIGÜENZA
El alcalde de Sigüenza, Francisco Domingo, tiene sobre la mesa desde hace algunos meses un proyecto urbanístico que podría cambiar la historia de la ciudad. Bueno, para ser exactos, es el Ayuntamiento el que debe tomar una decisión y quizá por ello han surgido enfrentamientos. El teniente alcalde y una concejal han pegado un portazo y han abandonado sus responsabilidades en el equipo de gobierno municipal. La cosa pinta fea porque Sigüenza, aunque su eslogan publicitario la presente como una ciudad, mitrada o del Doncel, en realidad no es más que un pueblo, grande si quieren, pero un pueblo. Así que cuando las aguas bajan tan revueltas en la casa concejo, parece lógico pensar que en el pueblo la respiración se corta con alfileres.
El grupo Realitas ha presentado un proyecto inmobiliario para construir en los terrenos de los herederos de los propietarios de la Sociedad de Baldíos de Sigüenza nada menos que un campo de golf (al final resulta que pueden ser dos), un hotel, spa y cientos de viviendas. Todas, por supuesto, unifamiliares. Tristes adosados de segunda residencia con los que algunos parece que han descubierto el chocolate del loro. La fórmula propuesta es sencilla: empresa solvente y acaudalada, proyecto ‘megafashion’ que haga olvidar el viejo caserío, vaselina del Ayuntamiento, visto bueno de Urbanismo y, para rematar, se supone que debería venir Barreda a poner la primera piedra. Es, exactamente, el modelo que se ha aplicado en la construcción de Valdeluz, la ciudad sin alma que se construye a un lado de las vías del AVE en Guadalajara. Y con esto, según algunos, se supone que Sigüenza y los seguntinos dejan de ser paletos y entran en la modernidad. Ahora para ser moderno resulta que hay que estar siempre con los que construyen casas y también con Paco el Pocero. Si no, eres un ecologista trasnochado y ‘tocapelotas’ que siempre dice no a todo. No hay término medio.
Alberto Quemada, consejero delegado de Realitas, publicó un artículo en el semanario Noticias titulado “Es el momento de Sigüenza” (21.04.06). Así, con un par. Ahora los momentos históricos de un pueblo o de una ciudad no los marcan las instituciones ni los políticos. Tampoco los ciudadanos. Son obra de las constructoras. Sin ellas, parece que la vida deja de tener sentido, o al menos ese es el mensaje que quieren transmitir. “¿Es posible que alguien invierta doscientos millones de euros en nuestra ciudad?”, se pregunta este señor en el citado artículo. Pues claro así, aquel que tenga la certeza de que sus planes monstruosos van a salir adelante sin problemas, da igual el medio ambiente o el conjunto histórico-artístico o la declaración de monumento nacional. Y encima se esgrime la apuesta turística como un motor de desarrollo complementario. Eso sí, nadie habla del impacto ambiental ni visual. Tampoco del modelo de desarrollo por el que se quiere apostar (¿queremos que Sigüenza se convierta en una fotocopia de Villanueva de la Torre?). Y nadie tiene previsto ni la creación de infraestructuras para esta ‘nueva’ ciudad, ni el abastecimiento de agua ni el resto de servicios primarios. Lo que seguro que ya han calculado los promotores es el coste de la operación y el beneficio económico que les supondría si al final sale adelante en todos sus términos.
Que me perdonen los abanderados del dinero fácil, pero Sigüenza no parece necesitar macroproyectos urbanísticos para afrontar su futuro. Que me perdonen los defensores del ladrillazo, incluso lejos del Corredor, pero Sigüenza no parece estar pidiendo a gritos el destrozo de su fisonomía histórica. Que me perdonen los amigos del ladrillazo, pero ni Sigüenza ni la Sierra Norte deben aceptar ningún chantaje: sus ciudadanos tienen el mismo derecho a reclamar servicios e infraestructuras como los de Azuqueca o Alovera, sin necesidad de aprobar planes que fomentan la especulación del suelo. Quizá en eso se demuestra la condición socialista.