Oriana Fallaci
Biografía de Oriana Fallaci
ABC. 15.09.06
Nace en Florencia en 1930 realizó estudios de Medicina que no concluyó. En 1954 fue contratada por la revista «Europeo», aunque con anterioridad había colaborado con varios diarios y semanarios. En 1963 publica el libro «Penélope hace su guerra». El 2 de octubre de 1968 resultó herida durante la matanza de Tlatelolco (México D.F.).
En 1973 conoció a Alekos Panagulis, un resistente a la dictadura griega que luego fue asesinado en Atenas el 1 de mayo de 1976, y en 1979 publicó la novela «Un hombre», basada en su vida. En 1975 denunció que el cineasta Pier Paolo Pasolini fue asesinado por varias personas y no sólo por el muchacho que lo acompañaba y fue condenada a varios meses de cárcel por no revelar la fuente que la informó. Entre sus obras cabe destacar «Entrevista con la historia», «Inshallah», «Nada y así sea», «Carta a un niño que nunca nació», «La rabia y el orgullo», «La fuerza de la razón» y «Oriana Fallaci se entrevista a sí misma: el apocalipsis».
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La fuerza de la Razón (I)
Extractos del penúltimo libro de la escritora publicado en EL MUNDO (11/04/2004)
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Actualizado viernes 15/09/2006 09:14 (CET)
ORIANA FALLACI
Han pasado más de dos años desde el día en que, como una Casandra que al viento habla, publiqué La rabia y el orgullo. Aquel grito de dolor que los Fray Accursio definieron como impío, profano, indecente, abyecto, contrario a la fe ortodoxa, sugerido por el diablo e infectado por la más perniciosa herejía. Un j’accuse que me engulló como La esfera armilar había engullido a Mastro Cecco. (Culpable, también él, de haber dicho que la Tierra es redonda. Es decir, de haber escrito la verdad que la ignorancia y la estupidez y la irracionalidad nunca quieren escuchar). Los esbirros del Santo Oficio no me han infligido a mí el tipo de sevicias con las que le torturaron a él en 1327 y 1328. Y aunque estuve expuesta en la plaza de Santa Cruz a público escarnio, Messer Jacopo de Brescia (1) no me entregó a las llamas (al menos por ahora) junto a mi maléfico libro y a mis otros culpables escritos. Ya se sabe que la Inquisición se ha vuelto más sutil.
Hoy, declara estar contra la pena de muerte, a las torturas del cuerpo prefiere las del alma y, en vez de tenazas, cuerdas o cadenas, utiliza artilugios incruentos. Los periódicos, la radio, la televisión y las editoriales. En vez de las cárceles gestionadas por el Santo Oficio, los estadios, las plazas y las manifestaciones que, aprovechándose de la libertad, matan la Libertad. En vez de las sotanas con el capirote, los chador y los uniformes arcoiris que se definen pacifistas, a pesar de los trajes grises y de las corbatas de titiriteros que esconden. Diputados, senadores, escritores, sindicalistas, periodistas, banqueros, académicos y prelados. Miembros, en definitiva, del Santo Oficio, los Fray Accursio al servicio del Poder aliado con un anti Poder que es el auténtico Poder… En otras palabras, la Inquisición cambió de cara. Pero su esencia permanece inalterada. Y si escribes que la Tierra es redonda, te conviertes de inmediato en un fugitivo de la Justicia. Un Barrabás, un Mastro Cecco.
Pero la rabia que me consumía hace más de dos años no se ha aplacado.Más aún, ha aumentado, se ha quintuplicado. Y el orgullo que hace más de dos años me hacía levantar la cabeza no se ha debilitado.Al contrario, también ha crecido en mi interior. Y cuando un Fray Accursio cualquiera me pregunta si en lo que entonces escribí hay algo de lo que me arrepienta, algo de lo que me gustaría abjurar, le respondo: «Al contrario. Sólo me arrepiento de haber dicho menos de lo que habría debido decir y de haber llamado sólo ciegos a los que hoy llamo colaboracionistas. Es decir, traidores». Añado, además, que la rabia y el orgullo se casaron y han dado a luz un hijo robusto: la indignación. Y la indignación ha aumentado la reflexión y ha alimentado la Razón. La Razón ha incendiado la verdad que los sentimientos no habían incendiado y que hoy puedo expresar abierta y claramente. Preguntándome, por ejemplo: ¿Qué tipo de democracia es la que favorece la teocracia, restablece la herejía, amén de torturar y quemar vivos a sus hijos? ¿Qué tipo de democracia es aquella en la que la minoría cuenta más que la mayoría y, en contra de la mayoría, manda y chantajea? Esa es una no-democracia. Un embrollo, una mentira. Te lo digo yo.
¿Y qué tipo de libertad es la que impide pensar, hablar, ir contracorriente, rebelarse y oponerse a quienes nos invaden y nos amordazan? ¿Qué tipo de libertad es la que hace vivir a los ciudadanos con el temor de ser tratados o incluso procesados y condenados como delincuentes? ¿Qué tipo de libertad que, además de las razones, quiere censurar los sentimientos y, por lo tanto, establecer lo que debo amar, lo que debo odiar y, por consiguiente, si odio a los americanos y a los israelíes voy al Paraíso y si no amo a los musulmanes, voy al Infierno? Una no-libertad. Te lo digo yo. Una burla, una farsa. Con indignación y en nombre de la Razón retomo, pues, el discurso que hace más de dos años cerré diciendo basta-stop-basta. Con indignación y en nombre de la Razón imito a Mastro Cecco, reincido y publico esta segunda esfera armilar.Mientras arde Troya. Mientras Europa se convierte cada vez más en una provincia del islam, en una colonia del islam. E Italia en la vanguardia de esa provincia, en una avanzadilla de esa colonia.
Los pacifistas
Señores pacifistas (es un decir), ¿en qué piensan ustedes cuando hablan de paz? ¿En un mundo utópico donde todos se quieren como decía Jesús que, sin embargo, no era tan pacifista? («No penséis que he venido a sembrar paz en la tierra: no he venido a sembrar paz, sino espadas; porque he venido a enemistar al hijo con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra». Mateo, 10, 34-35). ¿En qué piensan ustedes cuando hablan de guerra? ¿Sólo en la guerra hecha con tanques, cañones, helicópteros y bombarderos o también en la guerra hecha con los explosivos de los kamikazes capaces de matar a 3.500 personas a la vez? Se lo pregunto, ante todo, a los curas y a los obispos de la Iglesia católica. Una Iglesia que sobre este asunto es la primera en utilizar dos pesos y dos medidas. Una Iglesia que, amén de las hogueras de los herejes, nos ha enfangado con sus guerras durante siglos. Una Iglesia que ha tenido a mansalva papas guerreros como Mahoma, es decir papas expertos en el arte de matar. Una Iglesia que, con sus lágrimas de cocodrilo, con sus encíclicas Pacem in terris, pretende ahora rehacerse una virginidad que ni los cirujanos plásticos de Hollywood podrían devolverle.
Se lo pregunto sobre todo a los hipócritas que nunca ondean las banderas del arco iris para condenar al que hace la guerra con los explosivos de los kamikazes o con las bombas con mando a distancia de los terroristas que no están dispuestos a morir.Se lo pregunto a los charlatanes que, de buena o mala fe, arrojan la culpa de la guerra sobre los americanos y nada más o sobre los israelíes y nada más. A esos que, sin saberlo (son ignorantes puros y duros) plagian la insensatez de Kant. En 1795, Emmanuel Kant publicó un demagógico ensayo titulado Proyecto para la paz perpetua. Demagógico porque, sin respeto alguno hacia la Historia del Hombre y hacia los hechos que estaba viviendo, sostenía que las que desencadenaban las guerras eran las monarquías y nada más. Por lo tanto, sólo las repúblicas podían traer la paz. Y precisamente en 1795, la Francia republicana, la Francia de la Revolución Francesa, la Francia que había guillotinado a Luis XVI y a María Antonieta y, por lo tanto, había abolido la monarquía, le estaba haciendo a las monarquías de Austria y de Prusia una guerra que, tres años antes, ella misma les había declarado.Estaba haciendo la guerra en la Vandée, es decir la fratricida venganza que la Revolución había desencadenado contra los católicos y los monárquicos (la mayoría, campesinos o leñadores) de la Vandée. Y, en París, el hombre que en nombre de la Libertad-Igualdad-Fraternidad había llevado la guerra a todos los países de Europa, a Egipto y a Rusia, es decir, el entonces super-republicano Napoleón Bonaparte, debutaba para el Directorio en el puesto de general, es decir, reprimía la insurrección monárquica. Y desde entonces, los oportunistas explotan el pacifismo de sentido único de Kant y, mientras tanto, recurren a la guerra con una caradura total. Incluso abanderan el Sol del Futuro.
Porque queridos míos, una revolución es una guerra. Una guerra civil es algo todavía más cruel que una guerra normal y, en la Historia del Hombre, todas las revoluciones fueron guerras civiles.Tanto en la Historia Antigua como en la más reciente. Véase la que llamamos Revolución Rusa o la que llamamos Revolución China.Véase la Guerra Civil española. Véase la guerra del Vietnam que fue una guerra civil en todos los sentidos y el que no lo admita es un deshonesto o un cretino. O la guerra de Camboya que fue exactamente lo mismo. Piénsese en las carnicerías con las que los países africanos se autodestruyen desde el final del colonialismo.Piénsese, por último, en la guerra civil (moralmente es una guerra civil) que los siervos del islam han prometido y están haciendo actualmente contra Occidente…
Platón dice que la guerra existe y existirá siempre, porque nace de las pasiones humanas. Que de ella no nos podemos librar, porque está inscrita en la naturaleza humana, es decir, en nuestra tendencia a la cólera y a la prepotencia, en nuestra ansia de afirmarnos y de ejercer predominio o, incluso, supremacía. Y sin duda acierta en su teoría. Pensándolo bien, todos nuestros gestos son actos de guerra. Todas nuestras acciones cotidianas son una forma de guerra que hacemos contra alguien o contra algo. La competitividad en todos sus aspectos es una forma de guerra. Las competiciones deportivas son una forma de guerra. Y determinados deportes son una guerra. Incluso el fútbol, que nunca me ha gustado porque me desagrada profundamente ver a 22 jugadores dedicados a robarse el balón y, para hacerlo, entregados a propinarse codazos, patadas, rodillazos y a hacerse daño. Sin hablar del boxeo o de la lucha libre, que todavía son peores. Me horroriza el espectáculo de dos hombres que se golpean, se destrozan la nariz y la boca a puñetazos, se retuercen piernas y brazos y se tuercen el cuello.
Sin embargo, Platón se equivoca al decir que la guerra nace de las pasiones humanas, que la guerra la hacen los hombres y nada más. Una leona que persigue a una gacela, la atrapa por la garganta y la asfixia, está haciendo un acto de guerra. Un pájaro que se lanza en picado sobre un gusano, lo coge con el pico y lo devora vivo, está haciendo un acto de guerra. Un pez que se come a otro pez, un insecto que se come a otro insecto está haciendo un acto de guerra. Y lo mismo hace una ortiga que invade un campo de trigo. O una enredadera que envuelve un árbol y lo asfixia.La guerra no es una maldición inscrita en nuestra naturaleza.Es una adicción inscrita en la Vida. No nos podemos sustraer a la guerra, porque la guerra forma parte de la Vida. Convengo en que esto es monstruoso. Tan monstruoso que mi ateísmo deriva principalmente de esto. De mi negativa a aceptar la idea de un Dios que creó un mundo donde la Vida mata a la Vida y come Vida.Un mundo en el que para sobrevivir hay que matar y comer a otros seres vivos, ya sean pollos, almejas o manzanas. Si tal exigencia la hubiese concebido realmente un Dios creador, se trataría de un Dios bien ruin. Pero ni siquiera creo en el masoquismo de poner la otra mejilla. Y si una ortiga me invade, si una hiedra me sofoca, si un insecto me envenena, si un león me intenta devorar, si un ser humano me ataca, lucho contra él. Acepto la guerra, hago la guerra. La hago con las armas que tengo, que llevo siempre conmigo y que utilizo sin reservas y sin timidez alguna. El arma incruenta del pensamiento expresado por medio de la palabra escrita, por medio de las ideas y de los principios que nos distinguen de los animales y de los vegetales.
Y si eso no es suficiente, estoy dispuesta a hacer algo más.Como hacía de joven, cuando la ortiga invadía mi país, cuando la hiedra lo sofocaba. Y ningún juglar que me grita ahora en las plazas, ningún lansquenete (2) que pisotea mi foto en la tele, ninguna orca cruel que me golpea con el yelmo en la cabeza y se ríe de mi enfermedad conseguirá nunca impedírmelo. Ninguna manifestación de bribones que caminan con carteles en los que han escrito Oriana, puta o Fallaci, belicista conseguirá jamás intimidarme y hacerme callar. Ningún hijo de Alá que invita a castigar-a-la-perra-infiel conseguirá jamás amedrentarme o cansarme.Jamás. Aunque esté en el atardecer de mi vida y ya no tenga la energía física de la juventud. Porque es un atardecer que espero vivir y beber hasta la última gota.
El voto de los extranjeros
El trauma más violento lo tuve al analizar la experiencia del voto y al leer el proyecto de acuerdo que las comunidades islámicas reclaman para imponernos sus normas: matrimonio islámico, vestido islámico, comida islámica, sepultura islámica, festividades islámicas y escuelas islámicas. Amén de una hora de Corán en las escuelas estatales. Reclaman dicho acuerdo, basándose en el artículo 19 de nuestra Constitución. El artículo que afirma que «todos tienen el derecho de profesar su propio credo religioso». Lo reclaman fingiendo remitirse a los acuerdos que, en los últimos 15 años, Italia ha suscrito con la comunidad hebrea, budista, valdesa y evangélica. «Fingiendo», porque detrás de las demás comunidades no hay una religión que se identifica a sí misma con la Ley y con el Estado. Una religión que, colocando a Alá en el puesto de la Ley y en el lugar del Estado, gobierna en todos los sentidos la vida de sus fieles y, por lo tanto, altera o molesta la vida de los demás. Una religión que en la separación entre Iglesia y Estado ve una blasfemia y que en su vocabulario ni siquiera existe el vocablo libertad. Para decir libertad utiliza la palabra Emancipación, Hurriyya. Palabra que deriva del adjetivo hurr, esclavo emancipado y que fue utilizado por vez primera en 1774 para firmar un pacto rusoturco de naturaleza comercial.
Por eso, al que quiera escucharme, le digo: ¿Vamos a claudicar, después de todo lo que hemos luchado por romper el yugo de la Iglesia católica, es decir, de un credo que era nuestro credo y que, todavía hoy, es el credo de la inmensa mayoría de los ciudadanos? Un credo que, a pesar de sus errores y de sus horrores, impregna nuestras raíces y pertenece a nuestra cultura. Un credo que, a pesar de sus papas y de sus hogueras, transmitió la enseñanza de un hombre enamorado del amor y de la libertad, un hombre que decía: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Tras haber roto ese yugo, ¿vamos a resignarnos al yugo de un credo que no es el nuestro, que no pertenece a nuestra cultura, que en vez de amor siembra odio y en vez de libertad, esclavitud y que en Dios y en el César ve la misma cosa? Digo más. ¿Para quién ha sido redactada nuestra Constitución? ¿Para los italianos o para los extranjeros? ¿Qué quiere decir el «todos» del artículo 19? ¿Todos los italianos y nada más o todos los italianos y todos los extranjeros, o todos los extranjeros? Porque, si se entiende todos los italianos y nada más, no me preocupa demasiado. Según las estadísticas oficiales, de los 58 millones de italianos, apenas 10.000 son musulmanes. Si, en cambio, en ese «todos» se entiende todos los italianos y todos los extranjeros, nos estaríamos refiriendo al millón y medio o a los dos millones de extranjeros musulmanes que hoy afligen Italia. Nos estaríamos refiriendo a los que tienen permiso de trabajo y a los irregulares, que deberían ser expulsados. En este caso, me preocupo profundamente.Más aún, me indigno e, indignada pregunto para qué sirve ser ciudadano y tener los derechos del ciudadano. Pregunto dónde cesan los derechos de los ciudadanos y donde comienzan los derechos de los extranjeros. Pregunto si los extranjeros tienen derecho a proclamar derechos que niegan los derechos de los ciudadanos, que ridiculizan las leyes de los ciudadanos, que ofenden las conquistas civiles de los ciudadanos. Pregunto, en definitiva, si los extranjeros cuentan más que los ciudadanos. Si son una especie de superciudadanos. Nuestros amos y señores.
Por lo que al voto se refiere… mucho ojo, señores, y deshagamos entuertos. El artículo 48 de la Constitución italiana establece de modo inequívoco que el derecho al voto corresponde a los ciudadanos y nada más. «Son electores todos los ciudadanos, hombres y mujeres, que han alcanzado la mayoría de edad», dice. Antes de que Europa se convirtiese en una provincia del islam, nunca se había visto, de hecho, un país en el que los extranjeros fuesen a las urnas para elegir a los representantes de quienes les reciben. Yo no voto en Norteamérica. Ni siquiera para elegir al alcalde de Nueva York, a pesar de residir en Nueva York. Y me parece justo. ¿Por qué iba a votar en un país del que no soy ciudadana? Tampoco voto en Francia, en Inglaterra, en Irlanda, en Bélgica, en Holanda, en Dinamarca, en Suecia, en Alemania, en España, en Portugal, en Grecia, etc., a pesar de que en mi pasaporte está escrito «Unión Europea». Y por los mismos motivos me parece justo. Pero en uno de sus artículos el Tratado de Maastricht «contempla» el presunto derecho de los inmigrantes a votar y a ser votados en las elecciones municipales. Y la resolución aprobada el 15 de enero de 2003 por el Parlamento Europeo «asume» la idea, recomienda a los estados miembros extender el derecho de voto a los extracomunitarios que lleven al menos cinco años en uno de sus países. Derecho o presunto derecho que la demagogia unida al cinismo ya ha concedido en Irlanda, en Inglaterra, en Holanda, en España, en Dinamarca, en Noruega, y que, en Italia, una ley aprobada en 1998 por el gobierno de centroizquierda concedió para los referendos consultivos.Derecho o presunto derecho que el presidente de la Toscana y el presidente de Friuli-Venecia Giulia, por ejemplo, quieren extender «al menos» a las elecciones municipales. Derecho o presunto derecho que alguno querría conceder incluso a los irregulares, es decir, a los clandestinos (¿Y por qué no a los turistas de paso?). El Partido Comunista Italiano piensa también en luchar por el derecho a votar y ser votado incluso en las elecciones generales, al tiempo que postula reducir a tres años el periodo de 10 actualmente en vigor para conseguir la nacionalidad…
Nasiriya
No puedo olvidar las palabras que parecen salidas del cerebro de Sigrid Hunke (3). No puedo, ni debo, porque el 12 de noviembre de 2003, en Nasiriya, los caballeros del Sol-de-Alá-que-brilla-sobre-Occidente masacraron a 19 italianos que en Irak estaban haciendo una labor de ángeles de la guarda. Dar comida y agua y medicinas, proteger los sitios arqueológicos, recuperar los tesoros robados de los museos, requisar lar armas y, en definitiva, poner un poco de orden público. Los masacraron como tres días antes masacraron a 17 saudíes en Riad. Y el 19 de agosto, 24 funcionarios de la ONU en Bagdad. El 16 de mayo masacraron 45 civiles en Casablanca y el 12 de mayo a otros 34, de nuevo en Riad. El 12 de octubre de 2002 ya habían masacrado a 200 turistas en Bali y el 11 de abril de ese mismo año, a 21 en Yerba. El 11 de Septiembre de 2001 habían masacrado a 3.500 en Nueva York, en Washington y en el avión caído en Pensilvania. El 7 de agosto de 1998 habían masacrado a 259 en Nairobi y Dar es Salam. Y el 18 de julio de 1994, a 95 (casi todos judíos) en Buenos Aires. Y el 3 de octubre de 1993 a 18 marines en misión de paz en Mogadiscio.
(Y después se divirtieron con ellos mutilando sus cuerpos).El 17 de marzo de 1992, otros 29 en Buenos Aires. El 19 de septiembre de 1989, los 171 pasajeros del avión francés siniestrado en el desierto de Níger. El 21 de diciembre de 1988, los 270 pasajeros del avión de Pan American que explotó sobre la ciudad escocesa de Lockerbie. Y el 23 de octubre de 1983, los 241 militares americanos y los 58 militares franceses (siempre en misión de paz) de Beirut.Sin contar los israelíes que, desde hace medio siglo, masacran con monótona cotidianidad. Sólo desde la Segunda Intifada, es decir desde finales del mes de septiembre de 2000 hasta hoy, 1.000 israelíes. Así pues, haciendo la suma y excluyendo las víctimas de los años setenta, se llega a más de 6.000 muertos en poco más de 20 años. ¡6.000! Muertos para la mayor gloria del Corán. Obedeciendo a sus versículos. Por ejemplo, aquel versículo que dice: «La recompensa de los que corrompen la Tierra, se oponen a Alá y a su Profeta será ser masacrados o crucificados o amputados de manos y pies, es decir, quedar desterrados de este mundo».Y, sin embargo, aquellos para los que el 1492 fue una desgracia, y el descubrimiento de América y la expulsión de los moros dos errores de los cuales la Humanidad todavía no se ha recuperado, no lo quieren admitir. El telediario de la RAI de la tarde del 12 de noviembre es cierto que comenzó con el presidente del Gobierno que ejercía su obvio deber de condenar el terrorismo. Es verdad que continuó con la misma dinámica. Nos regaló incluso la imagen de un Parlamento que, para expresar su dolor, no se abandonaba a sus habituales disputas. Pero concluyó con el honorable secretario de los comunistas italianos (ministro de Justicia durante el gobierno de centro-izquierda) que, en la plaza Montecitorio, entre un flamear de banderas arcoiris, preguntaba: «¿Quién les envió a la muerte?» Un ex ministro que, en vez de condenar a los asesinos, condenaba al Gobierno. Los italianos se fueron a la cama con la frase de «¿quién les envió a la muerte?» dando vueltas en su cabeza. Una frase que disculpaba a los auténticos culpables. Y al día siguiente, más de lo mismo. Porque, al día siguiente, ese mismo ex ministro de Justicia repitió claramente que la responsabilidad de los 19 muertos era del Gobierno y que éste tenía que dimitir. Peor aún. Dejando entrever que el derrocamiento de Sadam Husein era otra desgracia para la Humanidad y que los asesinos de Nasiriya eran auténticos combatientes de la resistencia, el presidente del mismo partido afirmó: «Italia se ha unido a una guerra imperial y colonial». Más aún. Utilizando el lenguaje de los médicos en la cabecera de Pinocho (si no está muerto, está vivo y, si no está vivo, está muerto), incluso la izquierda (que, absteniéndose en la votación, no se había opuesto al envío de tropas a Irak), pidió su retirada. Y entre sus diputados, el término resistencia comenzó a difundirse.
Por lo que a los llamados exponentes de la Comunidad Islámica se refiere, ni uno de ellos expresó la más mínima palabra de censura o, al menos, de dolor. Ni uno sólo pronunció la palabra «terrorismo». Ni uno. Todos presentaron la matanza como el fruto de una legítima «resistencia popular». Y el presidente de la UCOII (Unión de las Comunidades y de las Organizaciones Islámicas de Italia) dijo que los 19 italianos caídos en Nasiriya estaban allí «en contra de los valores fundamentales de la República».El imam de la mezquita de la plaza del Mercado de Nápoles dijo que Occidente estaba provocando más víctimas de las que hubo en ambas guerras mundiales y que, por consiguiente, la nación musulmana tenía que defenderse. «Si Occidente no cambia de ruta, será golpeado por los hermanos que están bajo la bandera de los honorables personajes de los que tanto se habla». (Donde dice honorables personajes, léase Bin Laden). El imam de la mezquita de Fermio, en la provincia de Ascoli Piceno, afirmó que «los ataques contra los invasores anglo-americanos-italianos en Irak y en Afganistán son producto de la yihad defensiva y respetan los dictámenes coránicos». El imam de la mezquita anexa al centro cultural islámico de Bolonia señaló que «los kamikazes que saltaron ayer por los aires en Nasiriya murieron por una causa justa, por lo tanto el Profeta les habrá recompensado y Alá les habrá llenado de gloria».
Todo esto mientras en Bari los pseudorevolucionarios padres combonianos sentenciaban que impartir la comunión a los militares en Irak no estaba bien. «Si le negamos la hostia consagrada al que se divorcia y al que practica el aborto, ¿cómo podemos darle este sacramento a los que abrazan un arma y están dispuestos a matar?».Y el 16 de noviembre, en la catedral de Caserta, durante la misa dominical de la tarde, el nada eximio obispo Raffaele Nogaro (4) pronunció una homilía durante la cual dijo que no estaba bien bendecir los ataúdes de los militares masacrados en Nasiriya.Que bendiciendo esos ataúdes se legitimaba el uso de las armas.Que era penoso asistir a las celebraciones a las que Italia se estaba abandonando en su honor. Celebraciones para los que habían llevado la guerra a Irak.
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ORIANA FALLACI
‘Nuestro primer enemigo no es Bin Laden ni Al Zarqaui, es el Corán, el libro que los ha intoxicado’
«Despreciada como una Casandra a la que nadie escucha, hace años que repito: ‘Arde Troya’. Y hoy todas nuestras ciudades arden de verdad. Hoy los exiliados somos nosotros» / «Los que instalaron el nazismo en Europa fueron una minoría de desalmados que miraba al profeta Hitler, como los terroristas de hoy miran al profeta Mahoma»
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Actualizado viernes 15/09/2006 09:09 (CET)
ANDRZEJ MAJEWSKI. Especial para EL MUNDO
Polémica y beligerante, desgarradora y sincera, la periodista italiana Oriana Fallaci aprovecha sus ensayos y artículos para manifestar su honda preocupación por la amplia presencia en Europa de fieles musulmanes. En esta entrevista, realizada por un sacerdote católico que trabaja además en la televisión pública polaca, Fallaci insiste en la idea de que el Despertar del islam es el fin de Occidente.
Pregunta.- Los responsables de los atentados terroristas de Londres eran musulmanes nacidos en Gran Bretaña o ciudadanos ingleses.Por lo tanto, se podrían considerar ciudadanos europeos. ¿Cree que para defender nuestro continente y la civilización europea tenemos que expulsar a todos los musulmanes de Europa?
Respuesta.- Para comenzar, no son del todo europeos. No pueden considerarse europeos. O no más de lo que nosotros podríamos ser considerados islámicos, si viviésemos en Marruecos, en Arabia Saudí o en Pakistán, con el oportuno permiso de residencia o con la ciudadanía. Porque esta última no tiene nada que ver con la nacionalidad.
A mi juicio, incluso los que tienen la ciudadanía son huéspedes y nada más. O mejor dicho: invasores privilegiados. Además, una cosa es expulsar a los aprendices de terroristas o a los aspirantes a terroristas, a los ilegales, a los vagabundos que viven robando y trapicheando con droga o, incluso, a los imames que predican la guerra santa e incitan a sus fieles a masacrarnos, y otra cosa es expulsar indiscriminadamente a toda una comunidad religiosa.
Naturalmente, si quisiesen irse por su propio pie, no lloraría.Más aún, le pondría una vela a la Madonna. De hecho, ya lo sugería en el ensayo publicado recientemente en el Corriere della Sera, titulado El enemigo que tratamos como amigo. ‘¿Si somos tan estúpidos, tan tontos, tan despreciables y pecaminosos -escribía-, si nos odiáis y nos despreciáis tanto, ¿por qué no os volvéis a vuestra casa?’.
Pero deben estar bien aquí, porque no quieren irse. Ni siquiera lo piensan. Y aunque lo pensasen, ¿cómo llevarían a la práctica algo así? ¿Por medio de un éxodo parecido al de Moisés guiando a los judíos fuera de Egipto a través del Mar Rojo? Ya son demasiados.
Calculando sólo los que están en la Unión Europea, cerca de 25 millones, según los datos más recientes, calculando también los que están en los países que no forman parte de la Unión y en la ex Unión Soviética, cerca de 60 millones. Esta es su Tierra Prometida, ¿o no? Respeto, tolerancia. Asistencia pública, libertad en abundancia. Sindicatos y jamón, el despreciado jamón, vino y cerveza, el despreciado vino y la despreciada cerveza. Vaqueros y licencia para ejercer su prepotencia por doquier sin ser castigados ni recriminados ni llamados al orden (incluida la licencia de tirar los crucifijos por las ventanas). Protectores o colaboracionistas siempre dispuestos a defenderlos en los periódicos y a impedir su expulsión, aunque venga dictada por los tribunales. Querido padre Andrzej, es demasiado tarde ya para pedirles que vuelvan a su casa. Habríamos tenido, habrían tenido que pedírselo hace 20 años. Pero en cambio, los hemos dejado entrar, en nombre de la piedad y del pluriculturalismo, de la civilización y del modernismo, aunque en realidad gracias a cínicos acuerdos euro-árabes de los que hablo en mi libro La fuerza de la razón, peor aún; tras haber descubierto que no les gustaba ya hacer de proletarios, recoger los tomates, trabajar en las fábricas, limpiar nuestras casas y nuestros zapatos, les llamamos. ‘Venid, queridos, venid, porque tenemos tanta necesidad de vosotros…’, y ellos vinieron.A cientos, a miles.
Y qué le vamos hacer si, muchas veces, en vez de personas deseosas de labrarse una vida digna trabajando, nos encontramos a menudo con vagabundos. Vendedores ambulantes de inutilidades, dispensadores de droga y futuros terroristas. O terroristas ya entrenados y entrenándose. ¡Y qué le vamos a hacer si desde el momento en que desembarcan nos cuestan un riñón! Comida y alojamiento. Escuelas y hospitales. Subsidios mensuales. Y qué le vamos hacer si nos llenan de mezquitas. Y qué le vamos a hacer si se adueñan de barrios enteros e, incluso, de ciudades enteras. Y qué le vamos a hacer si, en vez de mostrar un poco de gratitud y un poco de lealtad, pretenden incluso el derecho al voto que, pasándose la Constitución por el forro, le regalan los partidos de izquierdas.Y qué le vamos a hacer, si para proteger la libertad, por culpa suya tenemos que renunciar a algunas libertades. Y qué le vamos a hacer, si Europa se está convirtiendo o se ha convertido ya en Eurabia.
Querido padre Andrzej, no sé qué es lo que está pasando en Polonia.Pero en el resto de Europa, comenzando por mi país, no está sucediendo lo que pasó en Viena hace tres siglos. Cuando los 600.000 otomanos de Kara Mustafa pusieron sitio a la capital, considerada el último baluarte del cristianismo, y junto a los demás europeos (excepto Francia) el polaco Juan Sobieski los expulsó al grito de «Soldados, combatid por la Virgen de Czestochowa». No, no. Aquí está pasando lo que pasó, hace más de 3.000 años, en Troya, cuando los troyanos abrieron las puertas de la ciudad y condujeron dentro el caballo de Ulises. Despreciada como una Casandra a la que nadie escucha, hace años que repito sin cesar la misma canción: ‘Arde Troya, arde Troya’. Y hoy, todas nuestras ciudades y pueblos arden de verdad. ¿Exiliar? ¿A quién quiere exiliar? Hoy, los exiliados somos nosotros. Exiliados en nuestra propia casa.
P.- ¿Cómo cree que debería reaccionar el papa Benedicto XVI ante esta situación, siendo, como es, el jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana y líder de una religión que predica paz, no violencia y bondad?
R.- Mire, en mi ensayo El enemigo que tratamos como amigo, en un momento determinado me dirijo directamente a Ratzinger reprochándole lo que le reprochaba a Wojtyla. El diálogo con el islam. ‘Santidad -le digo-, ¿cree realmente que los musulmanes aceptan dialogar con los cristianos, incluso con las demás religiones o con los ateos como yo? ¿Cree realmente que pueden cambiar, revisarse y dejar de sembrar bombas?’. Y ahora añado: El terrorismo islámico no es un fenómeno aislado, un hecho en sí mismo. No es una iniquidad que se limita a una minoría exigua del islam. (En cualquier caso, una minoría nada exigua. Se calcula que, en Europa, dispone de 40.000 terroristas dispuestos a sacrificarse. Y no olvidemos que detrás de cada terrorista hay una organización concreta, una excelente red de contactos, un océano de dinero. Ergo, ese número de 40.000 hay que multiplicarlo al menos por cinco o por 10).
La ofensiva global ideada por Jomeini
El terrorismo islámico -prosigue Fallaci- es sólo un rostro, un aspecto de la estrategia adoptada en tiempos de Jomeini (en los días de los cínicos acuerdos euro árabes) para poner en marcha la ofensiva global llamada el Despertar del islam. Un despertar que, una vez más, pretende acabar con Occidente, su cultura, sus principios y sus valores. Su libertad y su democracia. Su cristianismo y su laicismo. (Sí, señores, también con el laicismo.Quizás sobre todo con el laicismo. ¿Todavía no se han dado cuenta de que el laicismo no puede cohabitar con la teocracia?).
Un despertar, en definitiva, que no se manifiesta sólo por medio de las matanzas, sino también por medio del secular expansionismo del islam. Un expansionismo que, hasta el asedio de Viena, se producía con los ejércitos y las flotas de los sultanes, los caballos, los camellos y las naves de los piratas, pero que ahora se realiza por medio de los inmigrantes, decididos a imponernos su religión. Su prepotencia, su enorme capacidad prolífica.
Pues bien, el Papa lo sabe mejor que yo. Mejor que todos nosotros.El problema es que se encuentra en una situación dificilísima desde un punto de vista político y humano. Ante todo, por el hecho de estar al frente de una Iglesia que basa su credo en el amor y en el perdón. Una Iglesia que, en términos ecuménicos, predica el ‘ama a tu prójimo, por lo tanto también a tu enemigo como a ti mismo’.
Después, por el hecho de gobernar una inmensa comunidad que, respecto al islam, incluso en las filas de su jerarquía, está dividida, es decir, enrocada sobre posiciones opuestas. Piense en Cáritas que rescata a los ilegales e, incluso, los esconde.Piense en los Combonianos que con la bandera arcoiris sobre la sotana blanca les distribuyen simbólicos permisos de residencia.Piense en los sacerdotes que, en los altares de sus iglesias, permiten a los imames celebrar el matrimonio mixto y gritar Alá akbar, Alá akbar, (como pasó, por ejemplo, en Turín).
Y por último, al Papa le pesa el hecho de ser el inmediato sucesor de otro Papa, el papa Wojtyla, que fue el primero en hablar de diálogo. Que con el comunismo y con la Unión Soviética utilizaba el puño de hierro, pero con el islam utilizaba el guante de terciopelo.Que invitaba a los imames a Asís. Que recibía en el Vaticano al ex terrorista y magnate de terroristas, Yasir Arafat. Y que nunca condenó directamente a Bin Laden.
Pues bien, Ratzinger quería mucho a Wojtyla. ¿Cómo se puede pretender, ahora, que, una vez vestido de blanco, emprenda otro camino y rechace el sueño del diálogo? Y sin embargo, confío en Ratzinger, en Benedicto XVI. Es demasiado inteligente para no darse cuenta de que el Despertar del islam está en marcha como en la época del Imperio Otomano, y que con su fundamentalismo ha asumido los contornos de un nuevo nazismo. Que dialogar o ilusionarse con poder dialogar con un nuevo nazismo equivale a cometer el mismo error que la Inglaterra de Chamberlain y la Francia de Daladier cometieron en 1938. Cuando, creyendo poder dialogar con Hitler, Francia e Inglaterra firmaron el Pacto de Munich y, un año después, se encontraron con Polonia invadida por los nazis.
Es un hombre realmente razonable, Benedicto XVI. Mire cómo afronta, por ejemplo, el irresoluble problema de conciliar la fe con la razón. Se da perfectamente cuenta de que el laicismo ha perdido el tren en su relación con el islam. Han creado un vacío que alguien tiene que llenar. Por eso creo que, antes o después, él lo llenará. Eso significa recordar a la intransigencia de la fe que la autodefensa es legítima defensa. No un pecado. Significa sostener que, cuando es necesario, incluso un santo puede dar un puñetazo en la mesa. Comportarse como Jesucristo que pierde la paciencia en el Templo y tira los puestos de los mercaderes y quizás les lanza también un puñetazo a la nariz. Y a mi juicio, significa elegir bien a los aliados. Para mí, atea-cristiana (devota no, pero cristiana sí), el cristianismo no es sólo una filosofía de primera calidad, un pensamiento en el que inspirarme, una raíz de la que no puedo, no debo y no quiero prescindir.Es también un aliado. Un compañero de ruta. Por lo tanto, también lo es el que lo interpreta a su máximo nivel. El que lo representa.
P.- ¿Qué opina de la guerra contra el terrorismo, capitaneada en estos momentos por EEUU?
R.- Mire, padre Andrzej. Un mes antes de que estallase la guerra en Irak escribí para el Wall Street Journal y para el Corriere della Sera un artículo titulado La Rabia, el Orgullo y la Duda donde decía: ‘¿Y si Irak se convirtiese en un segundo Vietnam? ¿Y si de la derrota de Sadam Husein naciese una República Islámica de Irak, es decir, una copia de la República Islámica del Irán jomeinista? La libertad y la democracia no se pueden regalar como dos trozos de chocolate. Especialmente, en un país y en una sociedad, que ignora el significado de esos conceptos. La libertad hay que conquistarla. Quizás me equivoque, pero yo dejaría a los iraquíes cocerse en su propia salsa’.
No sabe qué es la democracia
¿Me equivocaba? -se pregunta la veterana periodista-. Me temo que no. Es verdad que me encanta ver a Sadam Husein caído de su trono junto a su banda. Me satisface pensar, aunque sólo sea con una migaja de esperanza, que aunque ignoren lo que es la democracia muchos iraquíes fueron a votar. Pero, visto el precio que están pagando y que estamos pagando, vistos los muertos que a ambos nos cuesta, sigo pensando que habría sido mejor dejarlos cocer en su propia salsa. En Irak, Estados Unidos se ha empantanado, como se empantanó en Vietnam.
Y por si eso no fuese suficiente, el Irán de Jomeini se ha quitado la máscara, imponiendo sus centrales nucleares y eligiendo como presidente al torvo individuo que en Teherán dirigió el secuestro de los americanos de la embajada de EEUU. El petróleo aporta mucho dinero, y, con la ayuda de Irán, la República de Irak se torna un fardo cada vez más pesado.
Dicho esto, es decir admitiendo que ya se ha metido la pata, afirmo que atribuir el terrorismo a la guerra de Irak es un error e, incluso, un fraude para engañar a los tontos. El 11 de Septiembre no había estallado la guerra de Irak. La guerra que declaró oficialmente el 11 de Septiembre Osama bin Laden ya estaba en marcha. Desde hace décadas, los hijos de Alá venían atormentando a Europa, a Norteamérica y a Israel con sus matanzas. ¿Recuerda las que, también en Italia, sufrimos a manos de Habash y de Arafat?
Entiendo hacia dónde apunta su pregunta. Apunta al asunto de la retirada de tropas de Irak. Y le contesto: El terrorismo no cesará ni disminuirá imitando al irresponsable e insoportable Zapatero. Al contrario. Cada vez que un contingente se retira, Europa ofrece otra prueba de debilidad y de miedo.
P.- A su juicio, definir al islam como «una religión de paz» y decir que el Corán enseña la misericordia es una tontería.¿Por qué?
R.- Porque, amén de 14 siglos de Historia (siglos durante los cuales el islam no hizo otra cosa que desencadenar guerras, es decir conquistar, someter y masacrar), lo dice el Corán. Es el Corán, y no mi tía, el que llama a los no musulmanes «perros infieles». Es el Corán, no mi tía, el que los acusa de oler como los simios y los camellos. Es el Corán, no mi tía, el que invita a sus secuaces a eliminarlos. A mutilarlos, a lapidarlos, a decapitarlos o, al menos, a degollarlos. De tal forma que, si en Arabia Saudí, te pillan con una cruz en el cuello, una estampita en la cartera o una Biblia en tu casa, terminas en la cárcel y quizás en el cementerio.
Hay que meterse en la cabeza esta sencilla, inequívoca e indiscutible verdad: todo lo que los musulmanes hacen contra nosotros y contra sí mismos está escrito en el Corán. Viene pedido y exigido por el Corán. La yihad o guerra santa. La violencia, el rechazo de la democracia y de la libertad. La alucinante servidumbre de la mujer. El culto a la muerte, el desprecio a la vida… Y no me responda como los zorros del islam moderado, no me diga que en el Corán hay versiones distintas y diversas. Por mucho que cambien las versiones, en todas ellas la esencia es la misma.No entiendo la deferencia con la que ustedes, los católicos, se refieren al Corán. Alá no tiene nada que ver con el Dios del cristianismo. Nada. No es un Dios bueno, no es un Dios padre.Es un Dios malo. Un Dios dueño. No trata a los seres humanos como hijos. Los trata como súbditos, como esclavos. Y no enseña a amar: enseña a odiar. No enseña a respetar: enseña a despreciar.No enseña a ser libres: enseña a obedecer.
El enemigo al que tratamos como amigo
Basta leer las suras sobre los «perros infieles» -apunta la periodista- para darse cuenta de ello. No, no. Nuestro primer enemigo no es Bin Laden. No es Al Zarqaui. No son los terroristas que cortan cabezas. Nuestro primer enemigo es ese libro. El libro que los ha intoxicado. Por eso digo que el diálogo con el islam es imposible y rechazo el cuento del islam moderado, es decir el islam que, de vez en cuando, se digna a condenar las matanzas, pero a la condena añade un pero. Por eso, la convivencia con el enemigo que tratamos como amigo es una quimera y la palabra «integración» es una mentira. Jurídicamente, de hecho, muchos son realmente nuestros conciudadanos. Gente nacida en Inglaterra, en Francia, en Italia, en España, en Alemania, en Holanda, en Polonia, etcétera.Individuos crecidos como ingleses, franceses, italianos, españoles, alemanes, holandeses, polacos… Que parecen realmente integrados en nuestra sociedad. Pero, al mismo tiempo, siguen tratando a sus mujeres (y también a las nuestras) como las tratan. Les pegan, las humillan y, a veces, las matan. Y cuando meten sus pies en la mezquita, se dejan de nuevo crecer la barba. Escuchan al imam que predica la yihad, estudian lo que es, aprenden de memoria el Corán y, ¡zas!, se convierten en aspirantes a terroristas y, después, en alumnos terroristas y después en militantes terroristas.Mientras los que no lo hacen, los llamados moderados, farfullan sus ambiguos pero.
Tras el 7-J de Londres
Padre Andrzej, las estadísticas siempre me han resultado antipáticas -afirma Fallaci-. Sin embargo, no se pueden ignorar y, según la encuesta realizada tras las matanzas de Londres por el Daily Telegraph, resulta que el 24% de los musulmanes ingleses admite ‘sentir simpatía por los sentimientos y los motivos que condujeron a la masacre del 7 de julio’. El 46% de los moderados comprende ‘por qué los terroristas se comportan de esa forma’. Y el 32% considera que ‘los musulmanes tienen que poner fin a la decadente civilización occidental’. El 14% confiesa ‘no sentir el deber de advertir a la policía si saben que se está preparando un atentado y, mucho menos, si un imam incita a la guerra santa». Por si no fuese suficiente, en un informe gubernamental, titulado The Next London Bombing, se deduce que en Gran Bretaña hay 16.000 musulmanes enrolados en actividades terroristas, y que la mitad de los jóvenes musulmanes entrevistados se dicen ‘ansiosos por pasar a la violencia para eliminar nuestra inmoral sociedad’.
Padre Andrzej, le fastidia oír ciertas cosas, ¿verdad? Le repugna ver en tantos huéspedes nuestros una nueva juventud hitleriana que aplica su Mein Kampf, ¿verdad? Y le parece excesivo que yo vea en ellos un peligro para Occidente y para el resto de la Humanidad, ¿verdad? Por eso le recuerdo que quienes instalaron el nazismo en Alemania y en Europa no fueron todos los alemanes.Fue la minoría de desalmados que miraba al profeta Hitler como los terroristas de hoy miran al profeta Mahoma.
Y si cree que es injusto echarle la culpa a una religión e, incluso, a un libro, piense en el chico americano que los marines capturaron con los talibán durante la Guerra de Afganistán. Americano, repito.Californiano. De Los Angeles, con la piel blanca como la clara del huevo y de educación laico cristiana. No era marroquí ni tunecino o saudí o senegalés o somalí. Pero un día ese chaval americano puso el pie en una mezquita y dijo a sus padres: ‘Mummy, daddy, quiero estudiar el Corán’. Después, se fue a Pakistán, aprendió el Corán de memoria, se hizo lavar el cerebro por los imames y terminó con los talibán en Kabul.
Padre Andrzej, ésta es mi respuesta a su última pregunta. Sé muy bien que, al dársela, refuerzo el riesgo de ir a la cárcel por delito de opinión enmascarado bajo la acusación de ‘vilipendio al Islam’. Sé bien que, junto a la cárcel, arriesgo la vida, es decir, desafío una vez más a la nueva Hitler-Jugend que quiere matarme. También sé que tampoco nosotros podemos presumir de santos. Que, en nuestra Historia, también nosotros hemos combinado las luces y las sombras. Pero hoy, el peligro no somos nosotros.Son ellos. Es su libro. Y dado que nadie lo dice, dado que alguien debe decirlo, lo digo yo.