HENARES AL DÍA

Cataluña desde Guadalajara

No me inquieta en absoluto que algunos españoles no se sientan españoles. Ni que lo expresen con claridad. Ni tampoco que sus ideas se aprueben o rechacen allí donde reside la soberanía de todos. ¿Creemos o no creemos en la democracia?
Henares al día, Junio 2006
Raúl Conde

Una vez se le ocurrió a Jordi Pujol decir que “Cataluña no podía ser tratada igual que Cuenca”. Y se armó la de Dios es Cristo. Bono, entonces presidente de Castilla-La Mancha, puso el grito en el cielo convenientemente para sus intereses propagandísticos, aunque cargado de razón: el expresidente catalán no estuvo acertado en sus palabras. Para explicar la diferencia que requiere Cataluña en el trato fiscal –por población, por actividad laboral y por renta per cápita- no hace falta mencionar en tono despectivo a ninguna provincia ni comunidad autónoma. Por desgracia, el error ha cundido. Son habituales los políticos y periodistas de sal gorda que acostumbran a ridiculizar la lengua catalana o sus instituciones, o sus tradiciones, o lo que sea, con tal de criticar algo que les parece inoportuno desde el punto de vista político.

En este manantial de improperios, el Estatuto se lleva la palma. Y conste que este artículo está escrito antes de los resultaos del referéndum del 18-J. Los columnistas que publican artículos de opinión en algunos periódicos de Madrid acostumbran a insultar a quien expresa opiniones diferentes a las suyas. A Ussía, por ejemplo, le acaban de condenar por insultar e inventarse palabras que no había dicho a Fernando Delgado en un programa de radio. Da la impresión, sin embargo, de que todo vale. Es igual el tamaño de la descalificación, lo importante es calumniar, que algo queda. Lo peor de todo esto es que produce un efecto contagioso. Y claro, la gente se solivianta en provincias. Hace cosa de un mes, a un señor le dejaron publicar un artículo en un periódico de Guadalajara donde se pasaba todas las rayas ironizando sobre la figura del “caganer” –muy propia de los belenes catalanes- para, supuestamente, hacer una acerada, irónica y brillante crítica de Zapatero y de la reforma estatutaria planteada en Cataluña. En realidad le salió un bodrio de artículo plagado de comentarios soeces en torno a la mierda que desprende el tal “caganer”. Y siempre con Zapatero en la mente. Ustedes pueden imaginar para qué.

El tema, ciertamente, ya cansa. No es que nadie pueda criticar al presidente del Gobierno o al Papa de Roma. Es que de los comentarios que he leído en la prensa de Guadalajara sobre el Estatuto de Cataluña, ninguno contiene argumentos contra el proyecto, sino más bien descalificaciones. Y así es imposible entenderse. Votar al PP no es delito, ni reunir firmas para pedir un referéndum que desborda la Constitución a la que dicen abrazarse. Lo malo es demonizar a quién no preconiza la teoría de la nación única e indivisible. Lo peligroso es identificar nuestra verdad como la absoluta.
Dicho lo cual, reconozco que me produce bastante lástima la imagen pública que se está transmitiendo de la tierra donde mi padre, que es un catalán de Galve de Sorbe, lleva toda la vida pagando impuestos. Hace poco tiempo, durante una comida, escuchaba decir a un importante cargo público alcarreño: “no esperéis nada de los catalanes, nunca han sido solidarios”. Los números contradicen esta falacia. Cataluña lleva muchos años siendo el gran pagano del desarrollo estatal. Bastante más que las comunidades autónomas que disfrutan de un régimen foral y ya no digamos aquellas que todavía están en los límites del subdesarrollo europeo. Los hay que se quejan de la palabra nación. ¿No será que es una excusa para evitar que los nacionalistas revelen las balanzas fiscales?

Desde un punto de vista jurídico, no me atrevo a juzgar el nuevo Estatut. Doctores tiene el Tribunal Constitucional, y serán ellos, y sólo ellos, y no Acebes y Zaplana, ni Barreda pactando con el PP, quienes digan si traspasa los límites de la Carta Magna. Políticamente, no se me ocurre mejor cosa que respetar el procedimiento previsto. El proyecto viene avalado por el 90% del Parlamento catalán, así que poco o nada tiene que ver con el plan Ibarretxe. ¿Recuerdan? Aquella fiera que se iba a cargar la piel de toro y al final acabó engullido por la sonrisa de Zapatero. Pese a todo, los legionarios de la patria intentan meter miedo con la desintegración de España, España, España. Y yo creo que no es para tanto. No me inquieta en absoluto que algunos españoles no se sientan españoles. Ni que lo expresen con claridad. Ni tampoco que sus ideas se aprueben o rechacen allí donde reside la soberanía de todos. ¿Creemos o no creemos en la democracia?