La procesionaria
No es un festejo religioso ni tampoco el apodo de ningún coche de línea. La procesionaria es el nombre de una plaga de orugas que ataca a los pinares y que se desplaza de forma alineada, a modo de procesión. Este año está dañando con especial virulencia a los pinares de la Sierra, de la misma forma que en 2008 se extendió por el Alto Tajo. Por esta razón, la Asociación Serranía organizó el pasado sábado un coloquio sobre este asunto en Valverde de los Arroyos. Por eso y porque los problemas del paisaje suelen pasar desapercibidos, por no decir que están olvidados a ojos de la mayoría. Escribe Julio Llamazares: “El paisaje es memoria, sostiene las huellas del pasado, reconstruye recuerdos, proyecta en la mirada las sombras de otro tiempo que sólo existe ya como reflejo de sí mismo en la memora del viajero o del que, simplemente, sigue fiel a ese paisaje” (El río del olvido, 1990). Sin embargo, no siempre todo es tan bucólico.
Perdón por el exordio, pero conviene poner en contexto la cuestión. La procesionaria del pino está considerada la plaga más importante de los pinares mediterráneos. El proceso es el siguiente: A mediados o finales del verano las mariposas hembras ponen los huevos en los pinos. Ponen entre 100 y 300 huevos, que recubren con las escamas del abdomen, quedando todo como un conjunto único. En un mes, entre septiembre y mediados de octubre, nacen las orugas que se agrupan en bolsones, su refugio para pasar el invierno. Empiezan a alimentarse en el mismo lugar en el que nacen y según van acabando con la comida se trasladan a otras zonas donde construyen nidos provisionales de seda. Durante el invierno, al atardecer, salen en busca del alimento formando las hileras tan características de este insecto. Cuando llega el frío de la noche regresan a los bolsones donde se resguardan. Al terminar la época invernal descienden una vez más en línea, esta vez hasta el suelo, donde se entierran y se convierten en crisálidas dentro de un capullo. Llegado el verano, las mariposas salen de la cápsula y, tras la cópula, vuelven a poner los huevos en los pinos.
Rafael Serrada, catedrático de Selvicultura de la Universidad Politécnica de Madrid, explicó en el coloquio de la semana pasada que las orugas pasan por cinco etapas y que todas las especies de pinos pueden verse afectadas. El principal daño que produce la procesionaria en los árboles son las defoliaciones porque “pierden crecimiento y pasan a ser dominados”. La procesionaria estropea el paisaje de forma transitoria. Aún más: sobre las personas también puede causar daños, en forma de alergia cutáneas y respiratorias.
Desde otra óptica, Alberto Mayor, coordinador provincial de Ecologistas en Acción, hizo hincapié en repensar los métodos de control que se siguen para evitar que la reproducción del mal de la procesionaria. Criticó abiertamente la política forestal de las administraciones durante los últimos veinte o treinta años y sostuvo que plagas como esta podrían haberse evitado con una medida que ya no tiene marcha atrás: si se hubiera descartado la repoblación de pinos. Se hizo en los años 60 y ya no hay remedio, pero lo cierto es que esta decisión ahora mismo está lastrando las posibilidades de aprovechamiento del monte.
Sergio Cabellos, delegado provincial de Agricultura, uno de los políticos de la provincia con la cabeza mejor amueblada, defendió la actuación del Gobierno regional en esta materia. Comparó el tratamiento aplicado en Castilla-La Mancha con el de otras regiones y negó que, atacando la plaga desde sus inicios, se consiga una mayor eficacia. Aseguró que lo importante es invertir en estudiar cómo evoluciona la procesionaria. A la salida de la charla, me decía: “A la gente le falta información, mucha información”. La gente, representada en el medio centenar largo de personas que llenó el Centro Social de Valverde, intervino en su mayoría para pedir que se haga algo. No se sabe aún muy bien el qué porque ningún tratamiento es infalible. Pero sí parece evidente que conviene tomar medidas antes de considerar inevitable a la plaga, que era la pregunta central del debate. Hay quien defiende la sustitución progresiva de los pinos por otros ejemplares, como la encina o el roble, que salen solos en las lomas del Ocejón a poco que le apunten los rayos de sol. Y hubo quien comparó, incluso, la procesionaria con la plaga de piojos: Antaño también se decía que no tenía remedio y hoy nadie la sufre.
En todo caso, Cabellos puso encima de la mesa un dato objetivo que no deja de ser una ducha de realismo, y es que el monte no es rentable. Hace tiempo que dejó de serlo. El mercado de la madera se ha hundido y el monte ya no proporciona el rendimiento económico de antaño. “Y mientras el monte no sea rentable, costará mucho conseguir que las administraciones inviertan dinero”. Tal cual lo dijo el responsable de Agricultura de la Junta de Castilla-La Mancha en Guadalajara, que suele hablar sin tapujos. Así que más claro, agua del Sorbe. Más allá de leyes de desarrollo rural y de discursos oficiales, esta es la cruda realidad del campo en la Sierra. Claudio Magris tiene escrito: “A veces los lugares hablan, otras callan, tienen sus epifanías y sus hermetismos”.