Periodistas

20 julio 2006

MANUEL VICENT

Preguntas

Columna de opinión
El País, 09.07.06
Manuel Vicent

Si los teólogos supieran a ciencia cierta que Dios no existe, no por eso dejarían de hacer teología. El silencio de Dios es un hilo de seda con el que los teólogos siguen elaborando desde la Edad Media profundas consideraciones sobre nada, sutilísimas distinciones bizantinas, que ni siquiera han servido para capar hormigas. No obstante, en la historia de la humanidad la teología ha causado ríos de sangre. Ratzinger es un teólogo capaz de hacer encaje de bolillos alrededor de Dios con la misma naturalidad con que otros se cortan las uñas. Pero hace poco, durante su visita al campo de exterminio nazi en Auschwitz, en medio de aquel terror, se olvidó de los jeribeques metafísicos y lanzó hacia las nubes una pregunta terrible como la hubiera formulado cualquier humanista agónico: «¿Dónde estabas, Señor, mientras este horror sucedía?» Ahora, después del trágico accidente de Valencia, en el funeral que se celebró en la catedral por las víctimas ante las fuerzas vivas del Estado, el arzobispo del ramo formuló esa misma pregunta al Altísimo: «¿Dónde estabas mientras el metro recorría el túnel entre la plaza de España y la estación de Jesús?». En ambos casos Dios ha sido duramente interrogado por sus representantes en la Tierra y Él se ha acogido al derecho de no contestar como muchos acusados cuando son requeridos por el fiscal para que cuenten dónde se encontraban en el momento del crimen. El silencio de Dios es muy cómodo. Es un agujero negro capaz de tragarse las galaxias y junto con ellas toda la mierda humana que sea necesaria para que ciertas gentes puedan dormir tranquilas. Si Dios calla después de un gran cataclismo de la naturaleza y no reivindica los terremotos e inundaciones que se llevan por delante a miles de inocentes, ¿por qué tiene que dar la cara un político por un accidente de metro? Aparte de la supuesta ira de Dios y del terrorismo de los fanáticos, está el terrorismo de la chapuza, de la desidia de los políticos y de la codicia de los tiburones. Si el Papa y el arzobispo de Valencia hubieran estado seguros de que Dios iba a contestar a sus preguntas, no lo habrían interrogado. Pero ellos saben que Dios seguirá guardando silencio y bajo esa sopa metafísica seguirán haciendo teología entre el dolor de los inocentes y las injusticias. Puede que el Papa se asome al túnel fatídico de Valencia pero allí no estará Dios porque el Dios de Ratzinger es demasiado alambicado para viajar en metro y menos en esa línea con vagones tercermundistas.