Camilo José Cela

6 junio 2006

60 ANIVERSARIO VIAJE A LA ALCARRIA

Páginas de una tierra que no existe

Pocos son los personajes del Viaje a la Alcarria que quedan vivos sesenta años después de la publicación del libro y el paisaje de aquella comarca pobre y atrasada se ha transformado
Nueva Alcarria, 06.06.06
Redacción

Sesenta años después de que Cela escribiera “Viaje a la Alcarria” muchas han cambiado en esta comarca. Casi todo. El universo infantil que puebla las páginas del libro ha desaparecido de la mayoría de los pueblos. La fuente de la plaza de Pareja ha pasado a peor vida, y la costumbre de sus gentes de llenar los cántaros con una caña, también. Ya no hay mujeres en los lavaderos, ni arrieros por los caminos, ni burros salpicando el paisaje. Si le preguntamos a cualquier joven difícilmente sabrá decirnos lo que es una albardería. Tampoco están entre nosotros muchos de los personajes anónimos que forman el paisanaje celiano. Las cosas han cambiado, pero un libro ha conseguido que todo este universo, hoy desaparecido, no muera nunca.

Niños que mean

El universo alcarreño que Cela refleja en su primer viaje por estas tierras, en 1946, no es idílico. El viajero-escritor cuenta lo que ve, y lo que encuentra es un país pobre, de paisaje austero donde las mayores virtudes se encuentran en lo que otro gran viajero, Manu Leguineche, llamaría años después el paisanaje. Cela lo deja claro al principio del libro con la precisión que le caracteriza, “esta tierra, menos miel, que la compran los acaparadores, tiene de todo”. Sin embargo, con el paso de los años, y con ese barniz mitológico que da la literatura, La Alcarria de hace cincuenta y cinco años resulta cuanto menos entrañable en algunos aspectos, salvando las distancias y en ella existían oficios, tipos, costumbres, animales y personajes ya olvidados.

Los pueblos que Cela recorre están repletos de niños. Niños como Paco “pequeño y listo como un ratón de sacristía”, que vende periódicos en Guadalajara o Armando Mondéjar, que le acompaña al salir de la capital. Otros lloran “desconsoladamente y dan patadas en el suelo”, como en Brihuega, o mean “gloriosamente, desafiadoramente”, desde el balcón de una fonda, como en Pareja. Rara es la página en que no aparece un niño como parte esencial del paisaje. Hoy, si de algo carece la Alcarria es de niños. La despoblación y el éxodo de los jóvenes a la ciudad han dejado las escuelas tiritando, cuando no cerradas a cal y canto. En Pareja dicen que el niño que meaba desde el balcón es Marcial Álvaro.

Ni burros ni lavanderas

Después de los niños y de las mujeres sentadas a la puerta haciendo “media”, lo que más se echa hoy de menos, de la Alcarria celiana, son los burros, personajes imprescindibles que despiertan una gran ternura en el viajero. “Un viejo come sardinas ahumadas y un trozo de pan. Está sentado al pie de una columna, con un burro al lado. El burro es también viejo, con el pelo gris, los ojos tristes y meditabundos. Tiene una sangrante matadura, comida de moscas, en el cuello peludo; y el espinazo, bajo la albarda, se le adivina doblado ya por los años”. Son seres entrañables, auténticos, compañeros de viaje con los que Cela se encuentra continuamente y a los que hace jugar un papel casi humano. “Gorrión”, el burro que acompaña al viejo labrador camino de Cifuentes, siempre va delante de su amo y lleva en la albarda cosido un papel que dice “Cógeme, que mi amo ha muerto”, para cuando llegue el momento.

“A la entrada de Torija unas mujeres cantan mientras lavan la ropa. Al ver pasar el carro, paran un momento en la faena y dicen adiós con alegría, sonriendo”. Las mujeres de la Alcarria son siempre alegres, hermosas y simpáticas. Es el triunfo del paisanaje sobre el paisaje. Hoy los lavaderos son pequeñas reliquias, a veces descuidadas y otras reconvertidas en monumentos populares, pero siempre vacíos. Tampoco hay arrieros, ni carros, ni apenas colmenas hechas con troncos de árbol, ni posaderas como Eloísa Corral, la dueña de “La Favorita” de Pastrana que a sus 96 años recuerda a Cela como un hombre muy amable en el trato. “Era chistoso pero muy educado. Le gustaban mucho las judías con morro, morcilla y chorizo, y las perdices y el cordero asado y los pollos “tomateros”, unos pollos de corral de cuatro meses que se los comía fritos con tomate y luego le gustaba que le pusiésemos unos pimientos fritos al lado. Tenía muy buen comer”. Eloísa, cuando se enteró de su muerte, lloró.

Los que ya no están

Pero lo que más se echa de menos de aquel “Viaje a la Alcarria” son los personajes. Seres anónimos que con el paso del tiempo presumían de formar parte de un libro mítico. Manuel Paniagua, que cantaba jotas mañaneras en el parador de Torija, o Martín Díaz, en realidad Félix Sánchez, el arriero torijano que lo subió en carro desde Taracena. Ambos tuvieron ocasión de estrechar la mano de Cela antes de morir. O Julio Vacas “Portillo” que vendía chucherías en Brihuega, o don Paco, el médico de Pastrana, o “Quico” que le acompañó en su ascenso a las Tetas de Viana y que vio la muerte cerca de Zaragoza, atropellado por un coche militar, o tantos otros.

Cuarenta años después, Cela subiría a las Tetas en globo y tendría un accidente. Emilio Sainz “El puertas” y Emilio Bachiller”, ambos de Trillo, le recuerdan en su primer viaje y en el segundo. Del primero apenas le ven acompañado de Quico, su amigo. Del segundo todavía dicen estar viendo a “Tinín”, un vecino del pueblo, que con su bicicleta fue el primero en dar la voz de alarma y acudir en su ayuda para desliarlos de la copa de una encina. En Trillo tienen buen recuerdo de Cela “porque no se metió con nadie, aunque de la boca era un poco brusco para los libros tan buenos como tenía escritos”.

“El Sastre”

En Cifuentes apenas queda nadie de los que conocieron a Cela en su primer viaje. Los hijos de Arbeteta todavía viven, pero están lejos. Muy pocos son los personajes que quedan vivos de aquella época, la mayoría se fueron antes que su mentor. Otros están fuera, viviendo con los hijos, como Felipe el Sastre, que le acompañó con su burro Lucero hasta Sacedón. Un año antes de la muerte de Cela, en 2002, José Antonio Labordeta se acercó a la comarca para hacer un reportaje. La nuera de Felipe enseñaba orgullosa este reportaje, en el que los vecinos de Casasana quedaban retratados con unas palabras entrañables sobre los pueblos que se mueren. En Casasana hay unos gatos negros, lustrosos y de buen pelaje que dormitan a su aire por todas las ventanas del pueblo.

DETALLE

Sin pastores, pero con carreteras

Los viejos paradores están cerrados y olvidados y los pastores son casi una anécdota. Imágenes como la del macho cabrío “que asoma, erguida la cabeza, profundo el mirar, orgullosa y desafiadora la cuerna, por una bocacalle” en Brihuega, no se volverán a repetir. La albardería de “El Rata” en Cifuentes pasó a la historia y en los jardines de Brihuega ya nadie muere en la adolescencia, sino que la constructora Rayet proyecta un establecimiento hotelero para recuperar nuevos bríos. Igual que el balneario de Trillo, recientemente inaugurado, que ya era leprosería cuando Cela anduvo por allí, o El Olivar, un pueblo “miserable, perdido en la sierra, en tierra de lobos” que hoy es un ejemplo de restauración arquitectónica. Ahora tenemos pantanos, AVE, buenas carreteras (en general), torre nueva en la iglesia de Pareja, un museo en el castillo de Torija, una central nuclear y otra que acaba de cerrar y por el camino de Trillo pasan diariamente cientos de camiones para llevar caolín desde Poveda de la Sierra hasta Taracena. Es el progreso, que no siempre llueve a gusto de todos, pero sin el cual esta tierra estaría peor que estaba hace medio siglo.

Decía Cela que “El adiós, que tenga usted suerte, que dice la campesina, o la tabernera, o la lavandera o la arriera, o la pastora, es una despedida para siempre, una despedida para toda la vida”. Se equivocó este viajero, “desastrado y de mala pinta” que llegó a ser Premio Nóbel. Al menos en dos ocasiones reanduvo el camino andado y pudo recibir el calor de los que le vieron pasar la primera vez.