Qué pesados con lo de folklórico
Elvira Lindo publica hoy una columna excelente en El País con la que, básicamente, estoy de acuerdo de principio a fin. Trata del asunto Garzón que, a falta de problemas menores como el paro o la corrupción, se ha convertido en el tema estrella de nuestro circo político y mediático de cada día. Da la impresión, por cierto, de que todas las partes han perdido el norte en este asunto: El juez Varela por no sobreseer una causa en la que no se está juzgando si Garzón cometió un crimen, sino si se extralimitó en sus funciones; el Gobierno por no ser demasiado comedido ni discreto en su apoyo explícito a Garzón; la oposición por desbarrar y decir que el acto de ayer de los sindicatos en la Complutense fue «antidemocrático», equiparándolo con sucesos más graves; los sindicatos por meterse a políticos sin ambages; los actores y artistas por defender el honor y la memoria de la izquierda sólo a través de Garzón, como si éste hubiera sido durante toda su vida un paladín del izquierdismo; y, finalmente, el propio Garzón, por convertir una causa noble y justa -la investigación de los crímenes del franquismo y las desapariciones durante la dictadura- en un juguete más del barrizal político que nos envuelve.
Pero volviendo al caso. Elvira Lindo, ya digo, escribe una columna magnífica y sintética. Y muy irónica cuando dice que, por fin, España ha conseguido saltar a la prensa mundial por un asunto que no es ni las sevillanas, ni los toros ni el jamón ibérico. Y remata: «Si queríamos que nuestro país ocupara un lugar notable en la prensa del mundo con un tema que no fuera folclórico lo hemos conseguido».
¿Folklórico? ¿Por qué folklórico? Estoy cansado, y creo que lo he escrito aquí en ocasiones anteriores, de que se utilice la palabra folklórico sólo como sinónimo de trivial, banal o insignificante. Harto. Como si lo folklórico fuera un desdén, una deshonra o una penitencia. Folklore es un término de origen anglosajón y significa saber, conocimiento. Hoy se interpreta como la expresión de la cultura de un pueblo, cosa que no es baladí. Y en España, esta palabra la introdujo Antonio Machado Álvarez, que firmaba con el pseudónimo de «Demófilo», o sea, amigo del pueblo. «Demófilo», que fue un gran folklorista, era el padre del gran poeta, quien heredó el gusto por los pueblos, la cultura rural y la naturaleza.
Entonces, ¿hasta cuándo tendremos que aguantar que se utilice en vano el sustantivo folklore y el adjetivo folklórico? ¿Por qué es tan atrevida la ignorancia?