Cuaderno con flores y mapa Michelín
Cela llevó en su viaje por la Alcarria pocas cosas para mayor holgura. Entre ellas una mochila amplia y unas botas cómodas. Dentro de la mochila había un cuaderno de tamaño cuartilla, con hojas rayadas, corte azul y tapas de hule negro. Dentro de las botas unos pies que debieron ser puestos en remojo en más de una ocasión, y que de no haberlo sido hubieran dado al traste con la genial obra. Sobre el cuaderno, del que Cela no utilizó más que veinte páginas, escribió sus notas, unas veces con lápiz y otras con tinta. Entre las hojas restantes introdujo el trozo entelado del mapa Michelin que usó para su viaje, y una docena de flores secas y prensadas.
En tren
En el mapa Michelin la Alcarria se nos presenta sin los embalses de Entrepeñas y Buendía, que por entonces apenas eran un proyecto y unas pocas máquinas removiendo la tierra. Los pueblos de Poyos y la Isabela figuran sobre el nivel del suelo y no bajo las aguas, como lo están hoy en día. En dicho mapa se vislumbra en negro la línea férrea y las estaciones del popular tren de Arganda, el que pita más que anda, con sus paradas en los pueblos de la Alcarria, la última de las cuales era la villa de Alocén. Las flores que el viajero metió entre las páginas del cuaderno eran amapolas, romero, centaurea, caléndula y otras más de difícil catalogación por su deterioro con el paso de los años.
El viaje lo realizo Cela entre el jueves 6 de junio de 1946 y el sábado día 15 del mismo mes y año. Cincuenta años después, coinciden en las mismas fechas los días de la semana. A partir del día 22 de junio, el escritor publicó en el semanario “El Español” sus primeras crónicas del “Viaje a la Alcarria”, de las cuales sólo hace cuatro entregas, retirando el resto por desavenencias con la publicación.
En la primera edición del libro, editado por Revista de Occidente, aparece un original “Aviso” con las huellas dactilares del viajero y en el que irónicamente, se añade un lote de cosas que el viajero dice poner en venta por 75.000 reales. Esta primera edición consta de 232 páginas y 44 fotografías de Kart Wlasak.
El cuaderno y el libro
Hay algunas ocasiones en las que Cela no plasma en el libro lo que apunta en su cuaderno de hule, u otras en que lo transforma según su convenir. Así, subiendo por la carretera hacia Torija, el viajero es adelantado por un ciclista que nunca aparecerá en el libro y sí en sus notas. Incluso el acompañante, a cuyo carro sube el escritor para evitarse la cuesta de Torija, es llamado Martín Díaz, cuando su verdadero nombre es Félix Sánchez.
En otras ocasiones obra a la inversa. Desarrolla cosas que no anota en su libro de campo. Es el caso de los sucesos de la talabartería de Montes en Guadalajara o de la existencia del tío “Remolinos” en Pastrana. También comete el escritor algunos errores, que Marquina califica de veniales, como lo son confundir la Casa de Don Luis situada en el margen izquierdo de la carretera de Brihuega, con el Palacio de Ybarra que se encuentra más metido en el bosque y algunos cientos de metros más allá. Aunque la culpa no es suya sino del mapa Michelín que está equivocado. Sí parece sea suyo el error de llamar pino japonés, al hermoso cedro del Líbano que preside dicho caserón.
Lo que no se le puede negar al autor es que su libro, que luego será alabado por estudiosos de la talla de Américo Castro, está hecho con cariño y con profesionalidad. “En los viajes, escribía Américo Castro en una misiva al autor, sobre todo en el de la Alcarria, ha vivificado usted el paisaje español, lo ha montado sobre dimensiones de que carecía en la Literatura del 98”. El propio Cela confesaba al recordar su viaje: “Yo amo… todo lo que recuerdo: la fuente rumorosa y el regatillo seco; la mano que me dio de comer y aquellos ojos que me miraron, quién sabe si con ira, un día ya casi lejano… el tibio brazo que me abrazó y el brazo férreo e inhóspito que me encerró por no tener papeles, ni oficio, ni beneficio. Que Dios me lo perdone, pero no lo puedo evitar: amo todo lo que recuerdo y recuerdo casi todo lo que he visto”. Y añade en otra ocasión, “lo que el vagabundo imagina que podrá valer algo es que se le sirva, en vez del dato el color; en lugar de la cita el sabor y, a cambio de la ficha, el olor del país”.
Un libro sencillo
Cela hace una obra literaria de un viaje, pero como bien dice Marquina, no hace un discurso, “se limita a hacer una exposición de lo que ve y entiende, sin teorizar ni sentar doctrina. Por eso dirá “aquí hay una casa, o un árbol o un perro moribundo” sin referirse al problema de la vivienda, a la política forestal o a la sanidad veterinaria”. El “Viaje a la Alcarria” es un libro sencillo tras el que se esconde una concienzuda y laboriosa elaboración. Lo que sí parece que rezuma es una cierta crítica social por omisión. Por lo general, el viajero sólo se extiende en aquellas criaturas que podríamos calificar de marginados y desvalidos. Aunque Cela no trata de ideologías ni de doctrinas, ni siquiera de disquisiciones sociológicas, podemos asegurar que está con los del otro lado, al menos en aquellos años. Del Gobernador de Guadalajara, al que visitó nada más pisar nuestra provincia, no nos ha dejado ni el nombre, sin embargo de Estanislao Rodríguez, el “Mierda”, lo sabemos todo, y su imagen nos irradia cariño y comprensión.
Tal vez sean éste Estanislao de Kostka Rodríguez y Rodríguez, apodado el “Mierda”, junto con Julio Vacas “Portillo”, los personajes más logrados por el escritor. El discurso de Estanislao se vertebra con refranes, dichos y sentencias. Es un pícaro de la época, mal tratado por la vida, resabiado y rapaz en dichos y haceres. En él resume Cela una parte de la sabiduría de esta tierra. La otra, se concentra en la parsimonia reflexiva de Vacas, en su mirada eterna, llena de esa historia seca de Castilla. Aunque tal vez sea el “Mierda” el héroe que Cela ansiaba encontrar en su camino, por eso se extiende en su descripción.