Gozalo
La radio tiene la capacidad de hacer familiares a personas y voces que jamás conoces. No descubro América, pero sorprende que, a pesar del apabullante volumen de nuevos aparatos y tecnologías, todavía siga cautivando el invento de las ondas. No sé levantarme sin la radio encendida. No sé estar en el baño sin la radio. No sé viajar en el coche sin la radio. No sé estar en el periódico sin la radio. No sé trabajar en el despacho de casa sin la radio. No sé ir a caminar sin la radio. No sé dormirme sin la radio. Uno la escucha a diario y al final es capaz de establecer un hilo directo con quien, a través del transistor, se levanta, vive y se acuesta. Por eso me ha sorprendido y dolido especialmente la muerte de Juan Manuel Gozalo. Sabía que estaba enfermo, pero no tanto como para morir. Le perdí la pista en sus últimos años: ni le seguí en su aventura política (llegó a ser concejal electo en su pueblo) ni le escuchaba por las mañanas en Radio Marca, y eso que estaba en el pasillo de enfrente a la redacción de El Mundo. Sin embargo, sí le recuerdo cada tarde en Radio Nacional, hace años, cuando presentaba ‘Radiogaceta de los deportes’ a las ocho y media de la tarde. Imposible olvidar la sintonía del programa. Imposible olvidar el talento de aquel periodista que no dejaba títere con cabeza. Como el resto de programas empezaban tan tarde, en la madrugada, el espacio de Gozalo era la mejor alternativa para un niño que quería seguir los deportes. Hacía un programa vibrante, entretenido y polideportivo porque prestaba mucha atención a todos los deportes. Durante la primera media hora (de las 20.30 a las 21 horas) daba zarpazos a diestro y siniestro sin apenas miramientos y con un lenguaje poco habitual en la radio pública. Fue racial, un periodista de otra época. Pero uno de esos locutores necesarios que se echan de menos. Siempre me ha parecido una obligación respetar a quienes llegaron tan alto en la profesión desde el trabajo, el tesón y la humildad.