REPORTAJE

Memoria de todos

Los historiadores alcarreños debaten sobre la “memoria histórica” y consideran que la sociedad de Guadalajara tiene “miedo” a enfrentarse con su pasado reciente. El Gobierno llevará al Congreso en junio la ley para reparar a las víctimas de la dictadura.
Dice Mario Benedetti que el olvido está lleno de memoria. En cuanto el tema estalla en la opinión pública, rebrotan las heridas. En cuanto surge la controversia, no tarda en polarizarse por ambos bandos. En cuanto Zapatero habla de ello, como publicaba recientemente El País, “se levanta una polvareda porque se trata de una ‘bomba’ política”.
Nueva Alcarria, 18.05.06
Raúl Conde

Memoria histórica es un término que se ha puesto de moda, que se utiliza con frecuencia, que está en el lenguaje de los políticos y de los periodistas. Se publican teorías revisionistas a un lado y otro de la trinchera intelectual. El debate está en la calle, oculto en la intimidad pero latente; y en los medios de difusión, que comercializan con la ciencia histórica. Hagan una prueba: vayan al quiosco y observen la cantidad de fascículos y coleccionables relacionados con los acontecimientos que han marcado el siglo XX. La historia contemporánea interesa. La cuestión es saber cómo afrontarla. Con qué método. Con cuantas dosis de cautela. Y con cuantas de valentía y rigor.

Distintas memorias

El historiador Juan Pablo Calero, uno de los pocos que se ha ocupado de estos asuntos en Guadalajara, entiende por memoria histórica “la memoria colectiva, en abierta oposición a la memoria biográfica que siempre es personal. Es el pasado común que nos identifica como grupo, por eso pueden convivir distintas memorias históricas en un mismo tiempo y lugar, y que nos sitúa en el mundo y nos convierte en un nuevo eslabón de una cadena vital”. Otro historiador alcarreño, cuyo nombre prefiere guardar en el anonimato, considera que el debate abierto en la actualidad es “una memoria histórica politizada”. Y añade: “es otra frase vacua inventada al igual que realidad nacional, hay varias memorias históricas, creo que debería ser el conocer la historia de los acontecimientos ocurridos, sus causas y sus consecuencias. Y, conocidos, aprender que, con sus defectos, ahora tenemos lo mas parecido a una democracia que hemos tenido nunca”.

Dolores Cabra, de la Asociación Guerra y Exilio, es buena conocedora de Guadalajara. Ha participado, sin ir más lejos en Mantiel, en varias jornadas dedicadas al tema que hoy parece estar en voga. “No necesitamos reconocimientos morales, que es lo que insinúa el Gobierno. Eso ya lo tenemos, nos aclaman en todos los pueblos cuando vamos con los guerrilleros. Queremos que se reconozca jurídicamente que el franquismo fue un régimen ilegítimo”. Otros, sin embargo, piensan que en cuanto unos saquen del foso a sus muertos, los del bando contrario no tardarán en hacer lo propio. En lugar de aprender de los errores, quizá entonces podrían volverse a repetir, a juicio de los que sostienen esta teoría. Un historiador alcarreño lo expresa así: “Para conocer la memoria histórica hay que estudiar historia de España. Memoria histórica no es lo mismo que el derecho inalienable de cada persona a recuperar los restos de sus familiares desaparecidos. No es lo mismo que el respeto a la memoria de los muertos caídos, unos inocentemente, otros por defender sus ideales, unos sin alevosía y otros asesinados a sangre fría”. Y sentencia: “recuperar la memoria implica que antes se ha perdido. Yo no la he perdido”.

La ley, con retraso

En todo caso, al margen de los enfoques que cada uno pueda dar al debate, lo cierto es que el tema está candente. El próximo mes de junio, según ha anunciado la vicepresidenta del Gobierno, Mª Teresa Fernández de la Vega, los trabajos para aprobar la Ley de Memoria Histórica deben estar acabado en la comisión interministerial que trabaja en ellos desde hace un año. El Gobierno retrasa el asunto porque sabe que provoca sarpullidos en buena parte de la ciudadanía. Basta comprobarlo, por ejemplo, en la polémica que se formó en marzo del año pasado, cuando decidió retirar las estatuas de Franco en Madrid y en Guadalajara. Aquí además también se quitó la de Primo de Rivera que yacía, paradójicamente, en un parque que lleva por nombre “la Concordia”. Durante aquellos días, la capital alcarreña fue portada en los periódicos nacionales. Y se convirtió en el centro de la discordia entre los que defendían la decisión del Gobierno, y los pocos nostálgicos que salieron brazo en alto a saludar a sus héroes caídos. Definitivamente caídos.
Ahora ya llegado el momento de tomar una decisión. El aspecto técnico del proyecto de ley de la Memoria está acabado. Sólo falta tomar una decisión política. Andalucía o el País Vasco ya tienen sus propias leyes de memoria histórica. Castilla-La Mancha, no. Según han publicado varios diarios en los últimos días, el Gobierno tiene previsto transformar el Valle de los Caídos en un centro de estudios del franquismo y se estudia indemnizar a los dos principales colectivos que quedan sin cubrir: los guerrilleros del maquis y los antifranquistas, alrededor de 40, que murieron a manos de la policía durante la Transición.

Dos visiones

En Guadalajara, el debate no ha levantado tanta polvareda como en otros lugares. Apenas se ha materializado en algunos tímidos artículos en prensa, diversos ensayos del Encuentro de Historiadores del Valle del Henares y un debate organizado por el Club Siglo Futuro, que puso a la misma altura a un ex terrorista del GRAPO con un historiador de la solvencia de Santos Juliá. Precisamente este es un punto central de la discusión que se ha abierto entre la historiografía nacional: la diferencia entre objetividad, o rigor, y equidistancia. Y si de verdad existe tal diferencia. Pero en Guadalajara no se afina tanto porque apenas hay interés. Al menos sobre el papel. Son pocos los estudiosos que han dedicado tiempo y esfuerzo a investigar los hechos del pasado más reciente. Muy pocos. Abundan los medievalistas, pero faltan historiadores interesados en escarbar, de manera rigurosa y científica, en las causas de una historia quizá demasiado próxima. Esto hace que arquitectos como Javier Solano, autor del libro “Guadalajara durante el franquismo”; o periodistas como Pedro Aguilar, autor de varios ensayos sobre el maquis y la Transición, hayan cubierto el hueco que dejan los propios historiadores.

Juan Pablo Calero encuentra varias razones para explicar esta coyuntura: “en Guadalajara han convivido y sieguen conviviendo distintas memorias históricas; no hace falta recordar que durante décadas las familias y correligionarios de algunas víctimas de la Guerra Civil han conmemorado todos los meses los sangrientos sucesos del 6 de diciembre de 1936; también la Iglesia Católica ha recordado repetida y recientemente a sus mártires y santos. Así pues, la historia reciente de Guadalajara ha estado muy viva y muy presente para todos los alcarreños; no olvidemos que las estatuas de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco se erigieron en momentos en los que sus figuras eran ya historia”.

Para Calero, “el problema es que se ha perseguido, se ha acallado y se ha ocultado otra historia reciente de Guadalajara. No ha habido poca información sobre las últimas décadas de la vida de los alcarreños; lo que ha habido ha sido una información parcial y sesgada. Y cuando se quiere recuperar otra memoria, que ha permanecido agazapada en las conversaciones familiares y en algunos círculos militantes, se nos habla de no remover el pasado”. No todos piensan igual. Otro historiador de Guadalajara considera que “a unas intenciones lógicas de saber donde está enterrado mi padre, se han unido «unos» con ganas de revancha, de levantar el odio que parecía dormido”.

Decía William Faulkner que el pasado nunca está muerto y ni siquiera está pasado. El periodista Lluís Foix apostilla: “olvidar la historia es abrir la puerta al disparate. Pero repetirla por ignorancia o venganza es una temeridad” (La Vanguardia, 12.05.06).

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RECUADRO

Miedo y conversaciones en voz baja

Todos los intelectuales relacionados con la ciencia histórica consultados por este periódico coinciden en señalar que el periodo que abarca desde la II República hasta la Transición está muy poco estudiado en Guadalajara. Como apunta el especialista Juan Pablo Calero, “hay además dificultades que ya son insalvables; sus protagonistas han muerto, algunos hace pocos años, sin que nadie se haya encargado de conservar sus recuerdos. La prensa de la izquierda alcarreña fue conscientemente destruida para que no quedase recuerdo. Aún hoy en la colección de este mismo periódico (Nueva Alcarria) que se conserva en la Biblioteca Provincial hay artículos y opiniones comprometidas que fueron arrancadas en los primeros tiempos de la Transición…”. Los historiadores creen que esta falta de estudios se refleja en el desconocimiento de los estudiantes sobre estos temas.
Quizá lo peor, no obstante, es el “miedo” –casi todos utilizan esta expresión- que palpan entre la sociedad alcarreña para enfrentarse con su pasado reciente. Antonio Herrera Casado, historiador y editor, no cree que exista “ese miedo por parte de los que formaron en las filas de los vencedores, y espero que tampoco lo haya entre los que formaron parte de los perdedores. Es más, seguir separando a los españoles, todavía, en el siglo XXI, en esos bandos, es hacerle un flaco servicio a la integración democrática. La historia ha de ser la relación “tal cual” de lo que ocurrió. Incluyendo fechas como la del 6 de diciembre de 1936 (fusilamientos masivos de los detenidos políticos de la Cárcel Provincial) y la del 26 de abril de 1940 (fusilamiento de Marcelino Martín), por ejemplo”. Juan Pablo Calero opina lo contrario: “desde luego que hay miedo, por unos y por otros. Entre los que perdieron la guerra y la posguerra hay un poso de miedo, un hábito de conversaciones en voz baja, una resistencia a contar las cosas en primera persona para no ser delatado e inculpado. Eso, los que hemos recogido historia oral en la provincia, lo hemos vivido. Todavía, hace unos años, en un pueblecito alcarreño a un amigo mío, de una familia de rojos, le intentaba convencer su madre de que se casase “por la Iglesia” porque si había otro cambio como el que se produjo en 1939, luego ni estabas casado ni nada”. La mayoría de historiadores cuentan que, ejerciendo su profesión, han preguntado a ancianos, “y no no quieren que vuelva aquello, ni recordarlo ni volverlo a vivir”.

Calero, que es profesor de Historia en el instituto de El Casar, concluye con una anécdota significativa: “hace una docena de años un alumno de Mondéjar me dijo que le habían explicado que la culpa de la Guerra Civil la habían tenido los rojos, y cuando le pregunté el motivo de una afirmación tan rotunda me contestó: “por defenderse”. Esa es la otra cara del miedo, que hoy la mayoría de los españoles defendemos lo mismo que defendieron los que perdieron”.