Carles Sentís
CARLOS Sentís, con sus 95 años cumplidos y lúcidos, es uno de los testigos notables, por protagonista, de la vida catalana. Desde sus inicios periodísticos en «La Publicitat», un notable diario que transitó del republicanismo al catalanismo y en el que firmaron, desde Pompeu Fabra a Rovira i Virgili, los más notables e influyentes escritores catalanes del momento, Sentís, en los más diversos frentes y tribunas, no ha dejado de estar presente en todos los acontecimientos trascendentes de los últimos 70 años. Ayer escribía en «La Vanguardia» una de sus colaboraciones semanales y, en actitud profética, mezclaba con garbo el fútbol y la política: «El papel que falta para asistir a la finalísima de París (Barça-Arsenal) puede sobrar para el referéndum, un mes más tarde, sobre el Estatut».
En ejercicio de su buena memoria, el que fue corresponsal de ABC nos recordaba que «La Esquerra de antes de la guerra no tuvo en cuenta el independentismo y jugó a fondo la política española». «El mismo Lluis Companys -añadía- fue ministro de Marina de un Gobierno de la República». Y no sólo Companys, en el tercer Gobierno de Azaña; también Miquel Santaló y Carles Pi Sunyer fueron ministros. Ocuparon las carteras de Comunicaciones y Trabajo en el primer Gobierno de Lerroux y en el de Martínez Barrios. Incluso Francés Macià, uno de los fundadores de ERC, después de su aventura en Estat Catalá y de su efímero golpe republicano, llegó a decirle a Jaume Miratvilles poco antes de morir -lo cuenta Jesús Pabón en su extraordinaria biografía de Cambó- que «el separatismo sería la muerte de Cataluña». También recuerda Sentís que «al restablecerse la democracia en España una muy reducida Esquerra participó en ella -alude a las épocas de Heribert Barrera y de Joan Hortalá-. No fue hasta la etapa de Ángel Colom cuando se priorizó el independentismo, que luego ha crecido y no poco, con Carod-Rovira».
El veterano Sentís, que ha sido cocinero antes y después de ser fraile, conseller con Tarradellas y diputado por UCD, pone los puntos sobre las íes en una historia que, aún conocida y contrastada, tiende a ser reinventada en cada repaso. Carod-Rovira y sus díscolos seguidores, tan tremendistas en el gusto como taciturnos en el uniforme pardo con que se adornan, están en su derecho de ser tan separatistas como se les antoje y, mientras no saquen los pies del plato democrático, gesto por el que tienen querencia, pueden propugnar lo que les venga en gana. Lo que ya es otra cosa es justificar sus deseos, o sus caprichos, contándonos -y contándoles a sus seguidores- una Historia que nunca existió; que sólo desfigurada, sirve a su propósito de conectar con el pasado. Ahora, en ese espíritu, pretenden romper el Estatut que sus hombres alentaron desde el tripartito; pero esa es ya otra cuestión por la que deben pedirles cuentas sus devotos.