La conexión mágica
Cada temporada, la final de Copa recuerda la oportunidad que pierde el fútbol con un torneo perfecto. Todo aquello que no se encuentra en la Liga se manifiesta en la Copa, en la que el fútbol no es necesariamente mejor, pero sí más vibrante. Además, siempre ha sido el refugio de ciertos equipos a los que la Liga les resulta imposible. El Zaragoza ha construido lo mejor de su palmarés en la Copa, en la que se ha ganado un prestigio merecido. El Espanyol también sabe de éxitos y lo que supone para un equipo que suele atravesar graves dificultades en la Liga. La Copa es democrática, sorprendente y emotiva. No hay partido que supera el ambiente de una final. En un país muy sedentario en cuestiones futbolísticas, donde apenas se desplazan las aficiones, la final es una magnífica excepción: la manifestación de la importancia de un torneo con un gran arraigo en España y con una lastimosa gestión por parte de la federación y los clubes. El Bernabéu se llenó hasta reventar en una noche de fiesta y tensión. En el campo no hubo fiesta. Sólo tensión.
El Zaragoza llegó con el pronóstico favorable. Mejores jugadores y menos angustia. Sin objetivos en la Liga y con una trayectoria impecable en la Copa -eliminó al Atlético, el Barça y el Madrid-, se suponía su superioridad sobre el inestable Espanyol de los últimos meses. Vive en crisis desde el comienzo de la temporada, con el entrenador cuestionado públicamente y enfrentado a De la Peña; con la amenaza del descenso y sin otra esperanza que los goles de Tamudo. Este delantero, cuyo aspecto no invita a pensar en un delantero de primer nivel, es uno de los jugadores más importantes en la larga historia del Espanyol. Casi en solitario, se ha encargado de sostener al equipo en Primera, contra viento y marea, durante tantos años que su contribución resulta impagable. Es más que un jugador. Es más que nadie. Es el hombre que ganó una Copa con una picardía inolvidable que terminó con la carrera de Toni, el portero del Atlético. Y fue decisivo en la victoria del Espanyol en el Bernabéu.
Lo que hace Tamudo es ajeno al partido, que en este caso fue brusco, destemplado y con poco juego. Abundaron las faltas y las protestas. Se sucedieron los enfrentamientos entre los jugadores. Se midió constantemente la autoridad del árbitro, superado por los acontecimientos mientras ponía cara de dominar la situación. No era verdad. El partido le vino grande. Pero cualquiera que sea el partido su desarrollo no suele tener relación con la importancia de Tamudo. Marca goles, decide los encuentros y lo hace en las fechas más importantes. Así ha ocurrido en su carrera. Así sucedió en la final.
El Espanyol salió a jugar con un gol de ventaja. Lo marcó Tamudo, por supuesto. A su manera. Apareció entre los defensas del Zaragoza para aprovechar un rechace de César tras el tiro de De la Peña. El partido acababa de empezar. La pronosticada ventaja del Zaragoza se borró de un plumazo. El duelo se convirtió en un combate áspero, de mucha pierna y poco cuidado con la pelota. El Espanyol asumió con naturalidad la condición de resistente y el Zaragoza no encontró cómo imponerse. No tuvo claridad. Tampoco cuando logró respirar, tras el gol de Ewerthon en una jugada de errores defensivos y confusión en el área. Se olvidó de las dos únicas cuestiones fundamentales: tapar los pases filtrados de De la Peña y del sentido de la oportunidad de Tamudo.
No hubo tiempo para serenarse. El Espanyol respondió con su jugada favorita, un pase de De la Peña hacia Tamudo, que sorprendió a los centrales, entró por la izquierda y colocó un centro estupendo, rematado con poderío por Luis García, que llegó en tromba desde el medio campo. Jugada meritoria del Espanyol que puso en evidencia a la defensa del Zaragoza. Seis defensores estaban en el área. Ninguno miró a Raúl García, que cabeceó sin oposición. Son errores habituales en un equipo que no ofrece garantías defensivas. A sus defectos añadió el nerviosismo de casi todos. César, un veterano de mil batallas, no se recuperó del impacto del primer gol. Milito se desinfló. Desde ahí se produjo el efecto dominó. Fuera de algunas acciones inteligentes de Cani, el único que aclaraba el panorama, el Zaragoza decidió atropellar al Espanyol antes de tiempo. Tuvo algunas oportunidades, pero no puso en mayores dificultades a Kameni, que casi nunca ofreció sensación de seguridad. El empujón del Zaragoza tenía otro déficit: la defensa se acercó cada vez más al medio campo con un punto atolondrado que resulta letal frente a un jugador de las características de De la Peña. Apenas apareció en el partido, pero sus tres acciones fueron letales. Sacó la falta que originó el primer gol, encontró a Tamudo en el excelente pase del segundo y cerró la cuenta con el pase decisivo a Coro, que aprovechó el deliberado desinterés de Tamudo, en fuera de juego posicional, para irrumpir como un tiro por la izquierda, atravesar media campo y batir a César. En su desesperación, el portero terminó expulsado. Fue la señal de la victoria del Espanyol. El Zaragoza tiró los últimos 20 minutos y el Espanyol se dio a la fiesta con el cuarto gol incluido y el inenarrable entusiasmo de su hinchada. La Copa era suya.