REPORTAJE

Sin noticias de la sierra

La zona norte de Guadalajara, un territorio poco cohesionado, reclama un plan de desarrollo y centra su futuro económico en el turismo, las microempresas autóctonas, los nuevos pobladores y la mejora de las carreteras
Lo que siempre ha caracterizado a la sierra de Guadalajara ha sido su precariedad. Cuando descubrió Sigüenza, Ortega y Gasset exclama: “¡Esta pobre tierra de Guadalajara y Soria, esta meseta superior de Castilla!.. ¿Habrá algo más pobre en el mundo?” (Notas, 1938). A Unamuno también le impresionó la tristeza del terruño. Layna Serrano consideraba que “esta tierra de Atienza es pobre en general, más a causa del clima ingrato que por la calidad del suelo. Tiempo atrás, la comarca era casi rica gracias a la abundante ganadería, maderas y carbones, reduciéndose el cultivo a los anchos y fértiles “bachos” así como a las vegas regables”.
Nueva Alcarria, 30.03.06
Raúl Conde

Ha pasado casi un siglo desde que se publicaron estas líneas y el panorama ha cambiado de forma sustancial. La sierra ya no es el averno tercermundista de antaño, aunque quedan resquicios, pero tampoco un ejemplo de progreso. Carreteras deprimentes, falta de inversiones, escasa población y una economía que tirita de frío, nunca mejor dicho dado el clima invernal. Los problemas se acumulan y las soluciones globales no llegan.

Poca gente y dispersa

La geografía ha sido un factor decisivo en el subdesarrollo. El territorio de la sierra ocupa 3.300 kilómetros cuadrados en el norte de la provincia. Es el área que agrupa ADEL (Asociación para el Desarrollo Local de la Sierra Norte) formada por 85 localidades que reúnen a tan solo 14.000 habitantes. Su perímetro se extiende desde Alcolea del Pinar (noreste) y Villacadima (noroeste) hasta llegar a Cogolludo (sur) siguiendo la línea por Jadraque y Sigüenza. Son muchos pueblos con pocos habitantes, de avanzada edad y, para colmo, dispersos. La densidad poblacional es del 4,2%, bajísima. El filósofo Ortega, al encontrarse Alcuneza en su camino, pensó que “los pueblos de esta tierra son súbitas apariciones que aguardan al viandante puestos en sus barrancas. No se los ve hasta que se está muy próximo”.
La vuelta de los jubilados a sus lugares de origen, los inmigrantes y los nuevos pobladores (neorrurales) están paliando un tanto la escualidez del censo. Pero poco. Sigüenza, que es cabeza de Partido Judicial, potencia el turismo y planifica la creación de su primer polígono industrial. El resto de pueblos presenta una situación muy distinta. La comarca carece de unas mínimas coordenadas en materia económica. Cada ayuntamiento hace la guerra por su cuenta. Un alcalde pide el arreglo del frontón de su pueblo. El otro la concentración parcelaria. Y el vecino que le mejoren la acometida de agua. Las mancomunidades son relegadas al ostracismo y mantienen competencias, como mucho, en la gestión de los residuos y la limpieza de la nieve. Y casi ni de eso se tienen que preocupar. Las mancomunidades ‘Sierra Pela’, ‘Ocejón’ y ‘Alto Rey’ han transferido la recogida de basura a una empresa privada.

Agravio comparativo

La asistencia sanitaria combina centros de salud de referencia con modestos consultorios locales. Los colegios adoptan un modelo similar mediante aulas agrupadas. Sólo hay institutos de secundaria en Sigüenza y Jadraque. La Diputación Provincial, por su parte, es titular de un número elevado de carreteras, pero no dispone de recursos, así que el dinero llega a cuentagotas. En nombre de la Junta de Castilla-La Mancha, la consejera de Agricultura, Mercedes Gómez, convocó recientemente en Galve una reunión con alcaldes y ganaderos para comprometer ayudas al sector. La consejera de Trabajo, Magdalena Valerio, visitó hace dos semanas la zona y anunció que este año el Gobierno regional invertirá 55.000 euros para fomentar el empleo en Tamajón, Membrillera, Valverde, Campillo y Majaelrayo. “En las pequeñas poblaciones hay gente que tiene derecho a que nos ocupemos de ella”, dijo.
¿Quién pilota el presente y quién se atreve a coger los cuernos del futuro? La incógnita cobra relevancia teniendo en cuenta que los fondos europeos se acaban. Jorge Corona, propietario de una casa rural en Condemios de Abajo, considera que los ayuntamientos se mueven poco o nada: “existe una sensación de abatimiento, como si las cosas no pudieran cambiarse”. Ni tan siquiera, como apunta la asociación empresarial Turismo Sierra Norte, se ha elaborado un estudio de capacidad de carga para evaluar el impacto de neorrurales y turistas.

Algunos responsables municipales van más allá. Se quejan abiertamente de un agravio comparativo que les discrimina: la comarca no es objeto de un plan de desarrollo por parte de las administraciones, a diferencia del Corredor del Henares, de Zorita o incluso del Alto Tajo después del fatídico incendio del último verano. Leopoldina Peinado, 62 años, alcaldesa de Membrillera desde hace tres lustros y vicepresidenta de ADEL, se pregunta en voz alta: “¿Cómo le explico yo a los serranos que aquí no va a haber ningún plan específico?”. En seguida encuentra respuesta: “imposible, no tiene explicación, pienso que lo lógico es ayudar a las zonas que más lo necesitan”. A lo mejor –reflexiona- “no nos ayudan más porque nosotros chillamos poco”.

Levantar la voz

Quizá porque están curtidos en mil batallas, las gentes de la sierra son, por lo común, resignadas. Apenas protestan, ni siquiera para lo estrictamente necesario. No se convoca una sola manifestación, ni se presiona a las instituciones ni se piden medidas conjuntas. “A veces –concluye Leopoldina- parece que no existimos, los políticos y los medios se ocupan poco, y cuando hacemos cosas, pequeñas obras que para nosotros son importantes, no las publicitamos”. Falta gente, pero también ambición. Interés, iniciativa. El alcalde de Galve de Sorbe, Pascual Gordo, explica que fue elegido presidente de la mancomunidad Sierra Pela-Alto Sorbe porque “ningún otro alcalde quiso presentarse”. Y advierte: “muchas veces el problema no es sólo de dinero, a nosotros nos conceden subvenciones para obras que luego no podemos ejecutar, ¿sabe por qué? porque no encontramos albañiles que quieran hacerlas”.
Esta actividad, por humilde que sea, demuestra que la dejación no es absoluta. Pero los obstáculos persisten. La buena facha que exhiben algunos pueblos, consecuencia directa de su capacidad de atracción turística, no se corresponde con la radiografía general. El turismo de interior espanta la parálisis, pero con efectos muy limitados porque hay quebraderos de cabeza que parecen no tener fin. Por ejemplo, las carreteras.

Carreteras penosas

Muchas de las principales vías de comunicación languidecen en un estado lamentable de conservación. La CM-1003, carretera que une la A-2 con Soria, necesita una remodelación profunda. La que comunica Arroyo de Fraguas con Aldeanueva da pena. Igual que la que baja de Bustares a Hiendelaencina y los Condemios por el arroyo del Pelagallinas. Por no hablar de los accesos que sufren las pedanías del término de Sigüenza o, en el otro extremo, pueblos como El Cardoso, El Bocígano y Peñalba. Multitud de carreteruchas locales son, en realidad, caminos polvorientos o con un alquitrán recalentado por los años. Según explican varios alcaldes, “hay pueblos que están conectados por caminos y si quieren ir por asfalto tienen que dar una vuelta de varios kilómetros. La Junta y la Diputación debieran hacer un esfuerzo”.

En este mapa de los horrores, quizá se salvan, por su estado digno, la carretera CM-110, desde Alcolea hasta el límite con Segovia, que atraviesa Atienza y Campisábalos; la CM-1001 y 1006 desde Cogolludo hasta Galve de Sorbe; la CM-1101 por Mandayona hasta Sigüenza y la recientemente remodelada GU-211 desde Tamajón hasta Valverde. Sin embargo, la misma carretera, en sentido a Majaelrayo (GU-186), “continúa siendo igual que hace cincuenta años”, tal como denuncia el propietario de una casa rural en Campillo de Ranas. Y sin buenas carreteras, el futuro se resquebraja. “Las carreteras no son malas, son peores”, sentencia otro empresario de la zona.

Una manera de vivir

Teniendo en cuenta la riqueza natural, y aprovechando su cercanía a Madrid, el turismo se presenta como una de las tablas de salvación de la sierra. Quizá no la única, pero sí la que ha encontrado mayor eco. Sin embargo, abrir un establecimiento rural no es tarea fácil. Paloma Quero, 53 años, dejó Madrid para irse a vivir a Yunquera de Henares. Luego montó la casa rural Callejón de la Gata en Majaelrayo. Invirtió alrededor de 265.000 euros, o sea, 44 millones de pesetas. Le subvencionaron el 9% a través del programa Leader +. “Sin duda –opina- el turismo rural es la principal baza del futuro, abrí la casa hace dos años y tengo reservas con dos meses de antelación, me va muy bien”.

Jorge Corona, 37 años, también es de Madrid y también sustituyó su trabajo relacionado con las nuevas tecnologías para montar “La Casa de los Gatos” en Condemios de Abajo. Hoy es uno de los 13 habitantes que resisten en invierno en este pueblo de la sierra de Pela. Vive con su mujer y su hija, de dos meses, “según me han dicho es el bebé más joven de la sierra”. Declara que “el negocio del turismo rural va bien, pero no se hace dinero, es más una forma de vida”. Eso sí, no olvida señalar que “estamos totalmente abandonados”. Y lo explica nítidamente: “para que la gente se haga una idea, cuando nieva, la máquina quitanieves no es que tarde un día en llegar, es que llega varios siglos después”.

Así que, setenta años después de que Ortega y Gasset recorriera estas cimas a lomos de una mula, puede que sigamos sin noticias de la sierra. Las casas tienen calefacción, sí, y lajas de pizarra, y ventanales de madera. Pero suelen estar cerradas once meses al año. La propaganda pinta de color un paisaje que sólo la realidad convierte en sombrío.

DETALLE

Una casa rural, 140 días de explotación al año

El turismo rural, según sus promotores, es un sector más complicado de lo que parece. Jorge Cruz es otro madrileño que abandonó la gran urbe para dedicarse a varios proyectos relacionados con el turismo rural. “Soy un amante de la naturaleza”, confiesa. Tiene 30 años y es secretario de la asociación Turismo Sierra Norte. También gestiona la casa rural “El Abejaruco” en Campillo de Ranas, en la que invirtió cerca de 200.000 euros (20.000 euros con cargo al Leader +). “El turismo rural no es un negocio rentable si nos ponemos economicistas, pero se dan otras circunstancias, contempla otros valores, a fin de cuentas, tengo un sueldo y otra manera de vivir”. En todo caso, “no es un chollo, en verano y fines de semana es muy bonito, pero hay que estar en enero, en marzo, luego haces la cuenta de resultados y te dices: bueno, vamos tirando”.

Los emprendedores que se proponen abrir un negocio de este tipo se encuentran, a priori, con dos problemas mayúsculos. Primero los parámetros económicos: “la inversión que exige es importante, no hay proveedores de casi nada, es difícil contratar a personal cualificado y a veces la mentalidad del entorno, de los pueblos, no es que sea hostil, pero sí escéptica”, según Jorge Cruz. Y luego la rentabilidad. La mayoría de casas rurales explotan su actividad entre 140 y 150 días al año. “Lo demás es ciencia ficción”, apuntan desde la asociación Turismo Sierra Norte. En verano el turismo de costa sigue tirando del carro, aunque poco a poco se nota un auge del interior. Esta coyuntura desemboca, tal y como confirman muchos empresarios del sector, en la terciarización del campo, sujeto a la estacionalidad del turismo rural y al modelo “tú te lo guisas y tú te lo comes”, porque es difícil delegar en equipos.