REPORTAJE

Un tiempo sin relojes

Los relojes de sol testifican la transformación de la sociedad a través de su necesidad para medir el tiempo. En Guadalajara se conservan 228 ejemplares, algunos en muy mal estado
Nueva Alcarria, 23.03.06
Raúl Conde

A cualquier ser humano acostumbrado a la vida del mundo desarrollado, los relojes de sol les pueden parecer una antigualla. Y en realidad lo son. Una antigualla deliciosa cuyos ejemplares primitivos servían para medir el tiempo, pero no las horas exactas ni mucho menos los minutos o los segundos. Así que, piense el lector en la mayoría de cosas que hacemos en nuestro quehacer diario, en pleno siglo XXI, y observará el desfase de estos artilugios. Los relojes de sol no sirven para contabilizar la jornada laboral, ni para llegar pronto o tarde a una cita o una entrevista de trabajo, ni para coger un tren (un avión, dado los retrasos, quizá sí podrían valer…), ni siquiera para ir al cine antes de que empiece la sesión.

Sin embargo, fruto de su gusto por la historia, todavía hay personas a quienes apasionan los relojes de sol. Es el caso de Javier Martín-Artajo y Jacinto del Buey, ambos pioneros en el estudio de los relojes de sol en Guadalajara y en Madrid. El primero decidió cambiar la profesión de ingeniero de minas y aficionado a la astronomía por la de ‘gnomonista’, que es el nombre que recibe el interesado en los relojes de sol. El segundo es coronel de Ingeniero y licenciado en Ciencias Químicas, y se puede decir que su vida ha sido consagrada a la gnomónica, tal como consta en el último libro que han publicado: “Relojes de sol de Madrid”, editado por el Gobierno de esta comunidad autónoma. El volumen ha sido presentado recientemente por Mariano Zabía, consejero de Medio Ambiente y Ordenación Territorial.

Admirar y conservar

Hace dos años, Martín – Artajo y Del Buey sacaron a la luz, editado por la Diputación de Guadalajara, el libro “Relojes de sol de Guadalajara (Recorrido gnomónico por la provincia)”, y fue un éxito total de crítica y de ventas porque ya es raro encontrar algún ejemplar tanto las librerías de Guadalajara como en las madrileñas. El trabajo de estos ‘gnomonistas’ ha sido ingente, invirtiendo tiempo y esfuerzo, muchas horas recorriendo cientos de kilómetros para descubrir esta parte sustancial de nuestro patrimonio.
El libro, que alcanza las 350 páginas, ofrece un recorrido extenso y detallado por los 228 relojes ubicados en 158 emplazamientos distintos en Guadalajara. Cada reloj tiene una descripción individual, con un análisis gnomónico y el complemento espléndido de 700 fotografías en color. El libro, según confiesan los autores en el libro, “pretende hacer nuevos aficionados a los relojes de sol que admiren y conserven estas piezas- parte de la historia, arte y ciencia de nuestro acervo cultural- y puedan ser contemplados por las generaciones venideras”.

La mayoría de los relojes de sol hallados en Guadalajara son primitivos (canónicos, de horas temporarias y esferas de misa). Algunos sitios son especiales. La parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, en Henche, cuenta con 10 ejemplares junto al pórtico de la Iglesia. Y en Alcocer se han registrado hasta un total de 13 relojes de sol. Al final del libro se añade un cuadro resumen que clasifica los relojes por tipo, estado de conservación, existencia de gnomon etc.

Medir momentos

Los relojes de sol son instrumentos de control de los movimientos de la Tierra y el Sol, en ellos convergen ciencia (matemáticas, física, geometría, astronomía), cultura y arte, y han sido durante mucho tiempo la única ayuda, el único punto de referencia para la evolución mecánica de todos los tipos posteriores de relojes. Javier Martín-Artajo explica que “hay un cambio importante en el siglo XIV, en el que los relojes tomaron una posición diferente, el gnomon estaba colocado normalmente perpendicular a la pared, y a partir de entonces se orientaron dirigidos hacia la estrella polar. Esto quiere decir que empezaron a marcar horas de verdad, como lo entendemos hoy, mientras los antiguos marcaban realmente “tiempos”. No eran horas exactas, eran momentos del día. Más tarde convivieron con los relojes mecánicos hasta que finalmente perdieron la batalla cuando apareció el telégrafo y el ferrocarril.

Martín-Artajo y su colega Del Buey han invertido cuatro años en completar el libro que acaban de presentar en Madrid. El de Guadalajara también les costó, sobre todo por los viajes que tenían que realizar desde la capital. Ambos confían en que su trabajo siente las bases para que “otros tiren del carro”, es decir, para que otros ‘gnomonistas’ continúen indagando en una parte del patrimonio bastante poco reconocida.

RECUADRO

Juan Gómez, maestro relojero de Miralrío

En la carretera que conduce a Soria, el pueblo de Miralrío ocupa un lugar privilegiado. Desde un otero se divisa buena parte de la provincia: la vega del Bornova, la sierra norte y La Alcarria de regadíos. Quizá por lo excelso de estos paisajes, a Juan Vicente Gómez García la inspiración le resulte más accesible que al común de los mortales. En todo caso, su trabajo resulta extraordinario. Juan, de 55 años, es herrero y forjador. “Un tipo muy majo”, según Martín-Artajo, que fue la persona que le encargó hace siete años el primer reloj de sol que salió de sus manos. “Me dijo: quiero que se noten los martillazos, y así he hecho todos”, explica. En total, seis hasta la fecha, incluido uno instalado en la plaza de Pálmaces de Jadraque. Ahora trabaja en otro pedido por el ayuntamiento de Villanueva de Argecilla. Juan se ha convertido en un maestro relojero. “Me gustan los retos y además me encantan los relojes de sol, son los más precisos, los que marcan la hora exacta, no como los de máquina”.

En las páginas 138 y 192 del libro “Relojes de sol de Madrid” hay dos piezas que tienen su sello personal. Están hechos a golpe de maza. Uno es un reloj de sol equinoccial de acero y latón, de estructura clásica, situado en una casa particular en Las Rozas. El otro es un reloj ecuatorial de acero, bronce y latón realizado en 1999 situado en un jardín privado en Aravaca. Llama la atención la esfera de 60 centímetros que contiene. Curiosamente, Juan no tiene ningún reloj en su casa. “Me gustaría tener uno, pero cuando llega el fin de semana no me apetece ponerme a dar martillazos”, confiesa.