DEBATE SOBRE FRANCO

El equilibrio

Una de las cosas que se aprenden desde joven es que el término medio, más que una virtud, se convierte en una necesidad. Ni las pasiones que empiezan con mucha fuerza encuentran siempre largo recorrido, ni los rencores que encallan desde el principio tienen por qué ser eternos. “Al final, una gran pasión acaba diluyéndose en la vida cotidiana como un río caudaloso desemboca en el mar”, escribió Manuel Vicent hace muy poquitos días.
Henares al día, Marzo 2006
Raúl Conde

Una de las cosas que se aprenden desde joven es que el término medio, más que una virtud, se convierte en una necesidad. Ni las pasiones que empiezan con mucha fuerza encuentran siempre largo recorrido, ni los rencores que encallan desde el principio tienen por qué ser eternos. “Al final, una gran pasión acaba diluyéndose en la vida cotidiana como un río caudaloso desemboca en el mar”, escribió Manuel Vicent hace muy poquitos días. Total, que casi nadie se atreve a discutir que la media distancia es un ejercicio conveniente y casi inevitable. Esto tiene consecuencias positivas, desde luego, pero también alguna dolorosa. Por ejemplo, en Historia. Más concretamente, en aquellos que proclaman su final. “Ya no existen las ideologías”, repiten los neoliberales. En la práctica, este proceso se materializa en la laminación absoluta –o casi- del debate de las ideas. La cosa viene de lejos en el mundo, sobre todo a raíz de la globalización, pero ahora llega a La Alcarria.

En la película “Buenas noches y…”, dirigida por George Clonney, el personaje que interpreta al periodista que se enfrentó al senador McCarthy, le dice a su jefe cuando debaten cómo enfocar un tema en su programa: “no podemos poner al mismo nivel dos cosas que no merecen estarlo, ¡claro que hay que tomar partido!”. Su doctrina parece que no ha calado hondo. Desde hace un tiempo -no sé cuanto- se ha impuesto la moda de situarse a medio camino de una discusión como garantía de independencia de criterio. En el ejemplo que voy a poner a continuación no importa su nombre, ni sus responsables, sino la representación que constituye como imagen de esta nueva forma de pensar y de actuar que está ya perfectamente instalada en la sociedad.

Un club de cultura de Guadalajara, una asociación prestigiosa en nuestra ciudad, un ejemplo de capacidad de organización y de convocatoria, organizó a finales de febrero dos debates -en realidad luego fueron coloquios- en torno a la figura de Franco. Al primero llamaron a un ex militante de la banda terrorista GRAPO (hoy metido a historiador), al jefe de Informativos de la COPE y a una periodista de la misma tendencia, y moderaba el jefe provincial de esta emisora. Al segundo acudieron un ex dirigente del Partido Comunista y un historiador, podría decirse, próximo a los socialistas. Y moderaba el jefe de SER Guadalajara. ¿Conclusión de la que partían ambas charlas? Ponemos en liza los dos extremos de la balanza y con ello alcanzamos el equilibrio. O lo que es lo mismo, la justeza de pensamiento. Sin embargo, quizá la cosa no sea tan sencilla.

Se me ocurren dos preguntas: ¿no estaremos convirtiendo en este caso el término medio en una excusa para situarse en la indeferencia? ¿No estaremos rehuyendo los hechos siendo equidistantes?. Los periodistas solemos caer mucho en este vicio. Resulta más fácil notificar que unos dicen negro y otros blanco, que afrontar un análisis propio. No creo que sea más objetivo el que se parapeta en todos los extremos, sino el que intenta buscar el centro. La revisión historiográfica, como cualquier otra ciencia, exige rigor, honestidad y frialdad. Justamente lo contrario de lo que se consigue cuando nos limitamos a exponer las teorías enfrentadas, pero sin enfrentarlas. Es como si una partida de ajedrez se jugara en dos tableros distintos. Como si la moneda tuviera dos caras, pero por separado.