Artículos en El Decano

5 octubre 2009

SOMOS EL TIEMPO QUE NOS QUEDA

Cultura con denominación de origen

"Antonio Herrera Casado y José Antonio Alonso sintetizan una manera fiel y prolongada de entender el compromiso con el terruño"
El Decano de Guadalajara, 02.10.09
Raúl Conde

Justo antes de comenzar el verano, y como cierre de su programación cultural, la Fundación Siglo Futuro premió la labor de dos figuras notables de Guadalajara. Ambos sintetizan una manera fiel y prolongada de entender el compromiso con el terruño. Antonio Herrera Casado y José Antonio Alonso están unidos por Guadalajara y las letras. El primero para llevarlas negro sobre blanco y el segundo para convertirlas en poesía hecha música. Y los dos se han distinguido por estar siempre en la trinchera de las causas nobles que ha defendido esta provincia: el patrimonio histórico, el desarrollo rural, el campo, el acervo cultural o el movimiento conservacionista.

Antonio Herrera, que es cronista oficial de la provincia desde joven, aúna las virtudes que siempre caracterizaron a los hombres del Renacimiento: una simbiosis de letras y ciencias. Médico, profesor universitario, investigador, editor. Fundó Aache Ediciones y no hay feria del sector que merezca la pena ni página web en las que no esté presente el sello que más volúmenes ha publicado sobre Guadalajara. Quedan pocas editoriales locales, por no decir ninguna, que hayan abordado con tantos títulos la realidad más próxima. No existe en Soria, ni en Segovia, ni en Cuenca, por citar tres provincias limítrofes. Tampoco en Madrid, donde se publica mucho pero no sé si lee también mucho sobre Madrid. Y si Larra dejó escrito que escribir en España es llorar, lo de alumbrar libros ya sólo queda reservado para unos cuantos emprendedores dispuestos a discutir aquello de que la letra impresa tiene los días contados. Editar sí que es llorar. Primero porque se necesita una inversión nada desdeñosa de valentía para echar a andar. Y segundo porque la supervivencia en el sector puede ser placentera en ocasiones, pero también un martirio.

En estos tiempos en que se abren pulperías en Guadalajara mientras van cerrando las librerías, mantener una editorial debe ser como un tributo a la aventura que uno no puede dejar nunca de perder en la vida. Porque existe algo que va más allá del negocio cuando se trata de ocuparte de tu entorno más cercano, de los problemas de tu gente y de los paisajes que te rodean. Supongo que algo de eso sentirá Antonio cada vez que presenta un nuevo libro. Y los ha sacado de todos los colores y de casi todos los pueblos. Ya es raro encontrar algún rincón de la provincia que no haya sido tratado en alguna de sus colecciones. La más importante es “Tierra de Guadalajara”, pero no la única. Herrera Casado es un estudioso de Guadalajara, como antes lo fueron los cronistas que le precedieron. Ha publicado multitud de ensayos y artículos de fondo que tratan sobre pueblos, tradiciones, personajes o patrimonio. Lleva décadas firmando un artículo semanal en Nueva Alcarria y sabe aprovechar las ventajas de internet y las nuevas tecnologías. El catálogo de su firma es descomunal, extensísimo, y me parece una aportación indiscutible a la divulgación de Guadalajara entera. Truman Capote dijo antes de parir A sangre fría: “Vais a ver lo que un escritor verdaderamente dotado puede hacer si se lo propone”. Quizá algo así podría decirse también de un editor.

Y si dedicarse a los libros es complicado, hacerlo a los discos tampoco debe ser muy fácil. Por suerte, en Guadalajara tenemos muchos grupos de baile, de rondalla y de folklore que cantan nuestras cosas. Pero los cantautores escasean. Por eso me parece un lujo disfrutar de la música y la amistad de José Antonio Alonso Ramos. Este serrano de Robledo de Corpes lleva varias décadas lanzando al aire de la provincia las voces de sus propios ecos. Con profesionalidad, con preparación, con talento. Porque José Antonio compone. Y compone muy bien. Pero también ha destacado por recopilar buena parte del cancionero musical de Guadalajara que, de otra forma, se hubiera ahogado en el limbo de la despoblación. Durante casi veinte años fue director de la Escuela Provincial de Folklore, una de las creaciones más acertadas y valiosas de la Diputación. Él y su equipo se patearon la provincia en busca de una tradición cultural que andaba menguante. Se trata de un empeño impagable que sólo se podrá valorar en su justa dimensión a medida que vayan pasando las hojas del calendario. «Se nos iba la herencia cultural y había sonado la voz de alarma», le he leído en más de una ocasión.

Detrás de las letras de José Antonio Alonso subyacen las estampas, las gentes y los olores de Guadalajara. Varias generaciones de paisanos, además de todos los chavales y no tan chavales que han pasado por su tamiz, le deben el aprendizaje musical y coreográfico de nuestras raíces. En la danza, en la dulzaina, en la artesanía. En 2004 recibió el prestigioso premio Agapito Marazuela, que es a los folkloristas lo que un Goya a los cineastas. Ahora sigue en la brecha. Recuperando tradiciones y cantando por todas aquellas plazas por donde le llaman para derrochar su voz torrencial. Son malos tiempos no sólo para la lírica, sino para toda la cultura en general, pero él ha decidido sacar adelante su propio grupo de música. Toda una hazaña en una provincia que escatima ayudas para los artistas locales mientras despilfarra el dinero en importar mediocridades. Así que, para aquel que los quiera apreciar, ahí están sus cuatro discos: «Tierra de silencio», «De fiesta», «El país de los líquenes azules», que tuve el placer de prologar y, el más reciente, «Amaneceres y crepúsculos». Andrés Berlanga me comentó sobre éste último trabajo: “Ha hecho una primorosa grabación ‘a la luz del crepúsculo”.

Tanto en los ejemplares de Antonio Herrera como en los versos de José Antonio Alonso penetra la denominación de origen de sus inquietudes. O sea, Guadalajara. Siglo Futuro les premió, entre otras cosas, por haber apostado porque la cultura llegue a todas las clases sociales con libertad e independencia. El trabajo de ambos demuestra que el esfuerzo por esta tierra, a veces divertido, otras agridulce y siempre duro, jamás resulta baldío.

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