El «clan» de Sigüenza
Dicho con todos los respetos, pero clan al fin y al cabo. Han hecho piña y en sus manos han estado, o están, buena parte de las directrices que han marcado la reciente historia de la Iglesia española. Se trata de Juan José Asenjo Pelegrina, que en enero tomó posesión como arzobispo coadjutor de la Archidiócesis de Sevilla; Monseñor Sánchez, obispo de nuestra provincia y ex portavoz de la Conferencia Episcopal; Jesús de las Heras, director de la revista Ecclesia, sacerdote en varios pueblos de Guadalajara y profesor de instituto en Cifuentes; y Eduardo García Parrilla, que nació en El Pedregal y es el vicesecretario general del Episcopado, algo así como el Pepe Blanco de los prelados. Contrólenlos. Sigan sus palabras. No les pierdan ojo porque son quienes orquestan decisiones, conductas y normas que terminan por decirle a usted lo que debe creer y al presidente del Gobierno lo que debe legislar.
De los cuatro, Asenjo y Sánchez son las caras más conocidas. Y los que han accedido a un rango notable dentro de la jerarquía. Los otros dos se han mantenido en un segundo plano, pero en puestos clave que afectan a la propaganda de la Iglesia y a su organización interna. El seguntino De las Heras ha dirigido la Oficina de Información de la Conferencia y García Parrilla aspiraba a convertirse en secretario general. Perdió frente a Martínez Camino (actual portavoz de la Conferencia) por tan solo 7 votos. No es lo mismo ser arzobispo que sacerdote raso, es evidente, pero simbolizan una especie de ‘lobby’ alcarreño en el cogollo del clero. Los cuatro empezaron desde abajo y han llegado a tocar la púrpura, nunca mejor dicho, con la yema de los dedos. Los cuatro han estado en la cocina de la toma de decisiones de la Iglesia. Son el clan de Sigüenza porque, al margen de su procedencia, es en esta diócesis donde han cuajado su aprendizaje. El punto de partida de sus carreras. La raíz común.
Juan José Asenjo va como un tiro en una trayectoria que puede calificarse de meteórica. Nació en Sigüenza y tiene 63 años. Goza de ascendencia entre sus colegas, lo que quiere decir que cada día manda más. Sus opiniones son escuchadas y algunos expertos ya le han situado como un futuro relevo de Cañizares, el simpar arzobispo toledano y poderoso cardenal. Quizá le quede mucho para eso, pero su influjo aumenta conforme va superando etapas. El 17 de enero fue el día de su consagración en Sevilla, una plaza insigne para la Iglesia española. Hasta allí viajaron todos los políticos de nuestra tierra, socialistas incluidos, porque ya se sabe que lo cortés, sobre todo si se trata de cortesía clerical, no quita lo social. Estuvo Bono, claro, aunque sin mantilla. Y estuvieron las autoridades provinciales. Antes de tocar el cielo sevillano, Asenjo fue arzobispo auxiliar de Toledo y obispo de Córdoba. Aquí en Guadalajara muchos le adoran y le elogian. Otros, probablemente, ni le conocen. Es el alma ‘mater’ de la romería de la Virgen de Barbatona y desarrolló un trabajo descomunal como eclesiólogo, es decir, como historiador eclesiástico. También fundó la Asociación de Amigos de la Catedral de Sigüenza y la revista Ábside. En la distancia corta he podido comprobar que es un tipo hosco, circunspecto, incluso huraño. Antes de verano, la Casa de Guadalajara en Madrid le concedió uno de sus premios anuales y cuando cogió el micrófono para recibirlo apenas esbozó una sonrisa. Tampoco le vi hablar demasiado con sus colegas de mesa. Tampoco saludó a todo el personal. Son sólo detalles, pero ocurre que se los he visto repetir en más de una ocasión. Y en la descripción de las cosas, decía Josep Pla, está la verdad de los hechos. Eso sí, quizá por su personalidad, por su forma de ser tan dogmática, Asenjo tiene asegurada una buena carrera. Por eso y por una sólida formación intelectual que, por desgracia, no le impidió defender a un cura condenado por la Audiencia de Córdoba a 11 años de cárcel por abusos sexuales de menores. Corría febrero de 2004 y el caso dio la vuelta al ruedo de la prensa nacional. Asenjo, Dios mediante, terminó cambiando el paso. Sustituyó al sacerdote, pero nunca rectificó sus palabras. La mácula quedó ahí.
Los otros tres miembros del ‘clan’ de Sigüenza están más al alcance de la mano de Guadalajara. El obispo de la diócesis, José Sánchez, lo fue casi todo en la Conferencia Episcopal de los años noventa y ahora está algo apartado, lejos de la trifulca madrileña. Le tocó bregar con los Gobiernos de Felipe González (su interlocutora entonces era María Teresa Fernández de la Vega, secretaria de Estado) y tuvo que torear con los ‘miuras’ de la Cope, sobre todo, con Antonio Herrero. Nuestro obispo me ha parecido siempre un tipo inteligente y ponderado, fiel a la doctrina a la que pertenece pero sin ser inmovilista. Estuvo veinte años en Alemania. Allí se acostumbró a la pluralidad política que luego le ha costado algún reproche de los suyos. Pero lo cierto es que el Episcopado de Elías Yanes y Sánchez tenía bastante más capacidad de diálogo que el de Rouco y Martínez Camino. Hasta ahora, la Iglesia ha actuado de ariete contra Zapatero en un momento en que la oposición estaba fumándose los puros de Rajoy. Con Educación para la Ciudadanía, con la Ley del Aborto, con el nacionalismo español… Eso se llama hacer política y en un Estado aconfesional, la libertad religiosa es un derecho, no una purga. Hacer un análisis pormenorizado de Sánchez llevaría muchas páginas, pero creo que es un tipo dispuesto a hablar con quienes no piensan como él, y eso ya es mucho en un miembro de la ‘curia’ española.
En cuanto a García Parrilla, como no le conozco personalmente no puedo describirle. Tampoco comentar su trabajo porque lleva meses rehuyendo un encuentro con esta revista. Así que, aunque tengo muy buenas referencias suyas, tan sólo le recomendaría abrirse. Y transmitirle algo que a lo mejor le puede parecer una plegaria. O un milagro. Querido don Eduardo: Los periodistas no mordemos. Tan solo preguntamos.