La Sierra Negra, caminos de pizarra
La propaganda oficial ha vendido siempre el excelente estado de conservación de gran parte de las edificaciones de los pueblos negros. Pero la realidad siempre tiene sus matices. La escasez de servicios turísticos de nivel (tan sólo se salvan los hostales de Tamajón, Valverde y Galve) y la carencia de infraestructuras (la carretera CM-101, la principal vía de comunicación de la zona, todavía no se ha mejorado en su totalidad), son las deficiencias más destacadas de la comarca. En contraposición a todo ello, surge majestuosa la belleza natural de las serranías de Guadalajara, un paisaje de jaras y ribazos por donde transcurren, serenos, humildes, el Jarama y el Sorbe.
PIZARRA Y PRADERAS
La casa palacio de los Mendoza en Tamajón y el castillo medieval de los Estúñiga en Galve, son los monumentos que flanquean la ruta de los pueblos negros. Si el viajero accede a la zona desde Guadalajara capital, notará bruscamente las diferencias entre los campos ocres de Cogolludo y las laderas pinariegas de un sistema montañoso que enlaza con el Central y el Ibérico. Los pueblos más sonados son Majaelrayo y Valverde de los Arroyos, situados a ambos lados del Ocejón, que se ha convertido gracias al acervo popular en la cumbre mítica de la provincia. Majaelrayo, bañado por el arroyo Jaramilla, es un exponente básico de este itinerario, sobretodo por la utilización extendida de la pizarra en los muros y cubiertas de las casas, aparte de la festividad del Santo Niño y de sus danzas de ritual. Campillo de Ranas, El Espinar, Campillejo, Roblelacasa y Robleluengo, pequeños pueblecitos donde los haya, exhiben un patrimonio único en Castilla sólo mermado por la tristeza que produce su paulatina degradación. La utilización de lajas de pizarra es la piedra angular de la Arquitectura Negra, ubicada en su totalidad en exiguos núcleos rurales y en las praderas del entorno, siendo las construcciones más habituales las casejas en las que se guarda el material agrícola o ganadero. Tampoco hay que olvidar las iglesias, como la de Matallana, ni las viviendas, que tienen en su mayoría zaguán, planta baja habitable, corral y piso superior para el pajar.
GENTES DE LA SIERRA
El camino serpentea la linde entre las provincias de Guadalajara, Segovia y, en menor medida, Madrid. Desde el pueblo del famoso abuelo del anuncio, parten dos carreteras que más bien parecen caminos adecentados. Una asciende al puerto de la Quesera y va a parar a Riaza, y otra conecta con el Parque Natural del Hayedo de la Tejera, en el término municipal de Cantalojas. La reserva natural de Sonsaz es la columna vertebral del macizo de Ayllón. Por allí pueden verse ciervos, gamos, corzos y todo tipo de aves rapaces. Las sierras son de corte muy accidentado, con grandes desniveles en espacios reducidos, algo que sorprende mucho al viajero. En la otra vertiente de la montaña, y después de dejar a un lado las iglesias del Románico y las típicas patatas con setas de Galve, los pueblos de Valdepinillos y de La Huerce, con sus danzas ancestrales a mediados de agosto, asaltan súbitamente la vista del visitante. Umbralejo, pueblo abandonado a su suerte y convertido provechosamente en centro escolar y Aula de Naturaleza, ha respetado con pulcritud la génesis de sus formas arquitectónicas. Más adelante, a rebufo de las chorreras de Despeñalagua, con más de 120 metros de caída, y de sus balcones con geranios, se yergue altivo uno de los iconos de la Guadalajara antañona. La localidad de Valverde de los Arroyos, situada a 1.223 metros de altura y de apenas cien habitantes censados, ha conservado las normas básicas de la Arquitectura Negra hasta el extremo de simular un simple escaparate turístico, como acertó a definirlo un periodista alcarreño. Pero su visita merece la pena. El verde rabioso de las eras que bordean el Ocejón, los danzantes de la Octava del Corpus y el cabrito asado que se sirve en sus mesones, son un excelente reclamo para cualquier mortal. La iglesia y la plaza Mayor, con la fuente y el juego de bolos, son dos postales perennes de la sierra guadalajareña.
Otra vez cerca de Tamajón, Almiruete y Palancares, hermanos en la penuria y el desdén, aguardan pacientes la llegada del asfalto y, ya de paso, de los turistas. En el primero destaca la fiesta de las Botargas y Mascaritas, que se celebra el martes de Carnaval, y en la segunda sobresalen con brillo los encinares, los álamos negros y los madroños de su bosque. El senderismo, las rutas en bicicleta o el montañismo son algunos de los deportes más practicados. Un placer inmenso, alternativo, consiste en acercarse a estos pueblos con la tranquilidad que impregnan, y contagiarse de la sabiduría y el gracejo de las pocas gentes que aguantan el tirón de la ciudad. ¿Cómo? Hablando con los ancianos de boina y chato de vino, preguntando a las señoras enlutadas, asaltando con palabras a los comerciantes. Las iglesias y los castillos llaman mucho la atención, pero la principal riqueza de la sierra de Guadalajara siguen siendo sus habitantes, sencillos y nobles, despojados de cualquier afección del siglo XXI. El paisaje virgen, por si fuera poco, acompaña sobremanera al teatro humano.