El calor de las ferias
Confieso que estoy hasta las narices de las fiestas de los pueblos, especialmente de las del mío. Cada año lo mismo, el mismo programa, la misma charanga y la misma pantomima vecinal. Hoy brindamos juntos. Mañana me pegas la puñalada trapera en la cola del pan. Confieso que este año mi hartazgo se agrava con la ola de calor que azota el país. El recalentamiento del planeta fomenta las temperaturas extremas, dicen los expertos. Adivinen quién tiene la culpa de tal “recalentamiento”…
Una lectora se queja en una carta de que los telediarios son demasiados escabrosos. Hay que resaltar las noticias positivas –dice- y “así tendremos un telediario refrescante y esperanzador”. Resulta patética la capacidad que tienen algunos individuos para ponerse la venda en los ojos y seguir aguantando el chaparrón. No queremos ver lo que nos molesta. Giramos la cara ante lo que detestamos, aunque luego merezca nuestra compasión. Quizá en eso consista la hipocresía humana. En eso y en tragar con naturaleza hechos como el asesinato de un niño iraquí fruto de los disparos del ejército norteamericano. La guerra sigue. Las bombas no cesan. Las revueltas se multiplican. Los gobiernos callan a los periodistas. Los incendios abrasan el poco oxígeno que resta. Los pájaros cantan menos. Los ministros pierden ocasiones reiteradas en callarse la boca. Los terroristas prosiguen su barbarie. Los trenes descarrilan en Albacete. El fuego arrasa con las urbanizaciones de La Alcarria baja. Los gases tóxicos desatan la tragedia en La Mancha. Así estamos. Les guste o no, señores. Este es nuestro mundo. Este es nuestro telediario. Este es el pan nuestro de cada día.
Dado el calor que hemos sufrido este verano, les invito a dormir en cualquier pueblecito de la sierra, aunque sea debajo de un puente. Su estado anímico y los poros de su piel seguro que se lo agradecen. Como refresco, Alique mediante, el equipo de gobierno del Ayuntamiento de Guadalajara ha presentado el programa de Ferias. El mundo ocupado en resarcir a las víctimas de las dictaduras de Argentina y Chile y en la posguerra de Irak, y aquí nos fijamos en las verbenas hasta la madrugada. ¡Pero qué le vamos a hacer, chico! Abandonemos el pesimismo, que es verano y los botellines se me acumulan en la barra. Según nos cuenta las prensa local, los nuevos inquilinos de la Plaza Mayor se lo han currado en la elaboración de las fiestas mayores de la capital. Elogios encendidos y guiños de la prensa al nuevo concejal del ramo, por su rapidez y por su eficacia. Lo más importante: que el número de patrocinadores aumenta y aportan más pasta. Lo peor: las actuaciones musicales, que son de segunda fila y, sobre todo, poco variadas. Lo vergonzoso: que el anterior gobierno municipal no reservara un duro para la Semana Grande ni organizara ninguna actividad. La mala leche y la incompetencia casi siempre van unidas. Pese a todo, pienso que es obligado conceder un margen de confianza a los gestores del “cambio”, y ver cómo van las cosas. Tiempo tendremos todos para hablar y escribir.
Llego de Guadalajara con el sopor metido en el cuerpo. La actualidad fatiga bastante, pero siempre hay espacio para la justicia. Leo la buena nueva de la instalación del teléfono, y encima con banda ancha, en Santiuste. Me alegro, coño, por fin en Toledo hacen algo bien en los pueblos perdidos de la Sierra. Que disfruten de Hombres G, los triunfitos, los encierros, las verbenas y hasta de las jotas en el auditorio.