Cantalojas en feria
El caserío se yergue cerca del nacimiento del Jaramilla y al pie de las primeras cumbres de los montes de Riaza, próximo al encantador río Lillas. El Hayedo de Tejera Negra (1.391 hectáreas), el más meridional de Europa, emerge en la sierra del Ocejón como una reserva natural que condensa el sentir de la vida del campo: tranquilidad y sobriedad. El verde de los brezos y las jaras se mezcla con el tono plomizo de esta matinal de otoño. Cantalojas, comparado con otros núcleos vecinos, es uno de los pocos de la Sierra que han resistido algo las envestidas migratorias. Sobresalen sus calles amplias y sus casas de sillarejo con alguna balconera de hierro. “No crea, esto engaña mucho, quedan pocos críos porque la mayoría somos viejos, como yo”, me confiesa un hombre que ve pasar la vida sentado en el poyo de su casa.
Las vacas, cuerdas todas (al menos hasta que se demuestre lo contrario), son en esta plaza una enseña que enorgullece a los lugareños. Y, junto a las casas rurales y demás inventos de nueva generación, representan el futuro del municipio. Es fácil reparar en las orondas reses que, año tras año, desde hace medio siglo, se vienen exhibiendo en los lotes de la Feria de Ganado local, siempre para el Pilar. Al parecer, una cita beneficiosa en lo económico y en lo turístico, puesto que se ha convertido en un reclamo de interés para el visitante, antes feriante. Lógicamente debemos al éxodo rural y a la pérdida de influencia de los ganaderos, el hecho de que una de las ferias que mayor actividad comercial generaba, se haya transformado hoy en una fiesta (con gaiteros, tambores y calderetas) de exaltación del ganado vacuno. Incluso con un poco de suerte podremos comprar chorizo, longaniza y filetes de ternera si algún valiente instala un puesto de venta. Además, como reliquia de un tiempo caduco, aún se conserva por estos lares la costumbre del chalaneo. Esto es, la venta y compra de vacas al más puro estilo tradicional, después de un tira y afloja dialéctico. Un ganadero le echa el ojo a una vaca y ofrece un precio. El vendedor lo rechaza y el comprador propone otro. En ese momento surge la figura del mediador, que fija una cantidad intermedia y suele cerrar con éxito el trato, obteniendo un instantáneo apretón de manos entre los interesados.
La feria, además de estar declarada de Interés Turístico Provincial, es una buena excusa para disfrutar del paisaje. La iglesia de San Julián Confesor, con torre del XVIII, se yergue encima del campo de fútbol. Recuerdo los partidos entre Cantalojas, Condemios y Galve, pero no quiero caer en la nostalgia. A pocos metros oteo el valle en el que reposa Canta, que así llamamos al municipio los que somos de la zona. Del castillo que el Fuero de Atienza cita con el nombre de “Diempures, atribuido a los moros, apenas aguantan algunos restos. Los historiadores dicen que este edificio fue primero castro ibero y posteriormente se utilizó como torre vigía y como minúsculo reducto militar. Antaño marcaba el límite entre los Comunes de Villa y Tierra de Sepúlveda, Ayllón y Atienza. Es una lástima que nadie se acuerde de este castillejo, excepto los ecologistas. Salgo a la carreterilla, estrecha pero en buen estado. A mis espaldas queda un pueblo de pequeñas vegas, de abuelos con memoria, de tabernas en las que sirven vino peleón. El aire serrano golpea las eras del contorno. Cantalojas bien merece un hayedo, una feria y hasta una discoteca en la plaza Mayor.