Luis Carandell
La muerte de Luis Carandell ha caído como un jarro de agua fría porque creíamos todos que era inmortal. Estamos acostumbrados desde pequeños a oír que los espíritus buenos nunca mueren, así que uno ya se había hecho a la idea de que íbamos a disfrutar de don Luis por muchos años más. No ha sido así. El cáncer ha podido con su corazón. Seguiremos recordándole visitando las hemerotecas, pero ya no podremos otear el día a día a través de su habitual naturalidad.
La primera vez que le escuché en la radio fue en la tertulia de las tardes que se emitía en la extinta Antena 3. Contaba yo con 11 años, más o menos. Miguel Ángel García Juez dirigía aquel programa en el que también participaban, entre otros, Alfonso Ortuño y Fernando Vizcaíno Casas. Hablaban de lo divino y de lo humano. De lo mal que lo hacía el Gobierno, socialista entonces, y de lo maravilloso que es nuestro país. Carandell aportaba su caudal de conocimientos. Oírle disertar era una delicia porque hacía buena aquella máxima que canta la humildad de quién más sabe. El efecto sonoro que producían sus palabras era similar al traqueteo del agua: una cascada de cultura con la que siempre nos descubría algo nuevo, algo recóndito muchas veces, algo inescrutable para el común de los españolitos. Pasé grandes tardes escuchando a los clásicos mientras merendaba y aprendía a saber hablar y callar.
Nacido en Barcelona en 1929, tenía 73 años cuando moría en Madrid el pasado jueves 29 de agosto. Había perdido 30 kilos y el cabello fruto del tratamiento de quimioterapia. Más de medio siglo le avalan en la profesión. Ejerció de corresponsal en El Cairo, Tokio, Moscú y Estrasburgo. Más adelante empezó a colaborar en la revista “Triunfo”, bastión de la izquierda en los tiempos de la agonía franquista y en los que publicar artículos contra el régimen requería prudencia y talento. Carandell tenía todo eso y, además, una ironía finísima, muy inteligente. Bautizó su columna con el título de “Celtiberia Show” y allí completó un inventario colosal de frases, lemas y leyendas de la España cañí. En el fondo se trataba de un retrato sociológico brillante y muy próximo de aquél lejano país; “un catálogo de los horrores cotidianos –según Joan Barril- donde se encuentra la verdadera obra ideológica del dictador y la lucidez de mirar atrás sin ira”. Otro periodista catalán, Llàtzer Moix, escribe que “Carandell no era Larra, ni Forges, pero reunía lo mejor de ambos”. Manuel Vicent declara que “consiguió salvar los obstáculos para caer bien a todos”. Es una virtud que comparte con profesionales como Manu Leguineche. Hacen su trabajo, y lo hacen de manera excelente. Al tiempo, conservan una habilidad especial para no enfrentarse a nadie. Luis Carandell publicó varios libros y estaba preparando el segundo volumen de sus memorias cuando le ha llegado la despedida. Las cenizas yacen en su patria chica, su Atienza del alma. La cofradía de La Caballada y el pueblo atencino harían méritos si son capaces de guardar la memoria de un apasionado de Guadalajara. Recuerdo que en una de sus colaboraciones en el programa “La Ventana” de la SER, entrevistando a José Bono, Carandell le preguntó si había visitado algún día los pueblos de la Sierra, y citó a Condemios de Arriba, Condemios de Abajo y Cantalojas. El presidente contestó que sí, que los conocía perfectamente y envió un saludo a su compañero y amigo “Chispa” (cito palabras textuales). El maestro le pidió que nunca olvide a esta tierra necesitada. Y nosotros no olvidamos al maestro.