Atienza, alegoría del románica
La Muy Noble y Muy Leal Villa Realenga aparece en el horizonte de Guadalajara de una forma asombrosa. Si el viajero la aborda por Sigüenza, la imagen no puede ser más imponente. El caserío, extendido sobre un cerro, es coronado por su flamante castillo roquero, legado de no se sabe quién ni cuando. La vieja Thitia, Athitia o Tudia es hoy un excelente escaparate en cuyas vitrinas el viajero podrá presenciar turbadores ejemplares de un arte, el románico, que en Atienza cundió con especial profusión. Cantera Burgos y Carrete Parrondo, en su obra “Las Juderías Medievales en la provincia de Guadalajara”, escribieron bellas líneas acerca de la ciudad atencina que recogen someros rasgos de la misma: “Tienen castizo sabor rural sus evocadoras calles angostas, empinadas, que ascienden tortuosas por las laderas del cerro, abriéndose de vez en cuando a típicas plazuelas de gran color local y pródigas en sugeridores rincones”.
El castillo anclado en la cima del cerro en el que se asienta la villa es el colofón perfecto para culminar un centro histórico-artístico magníficamente conservado. Es preciso destacar de este vasto patrimonio la cantidad de edificios religiosos que guarda en su haber la ciudad por la que, en tiempos remotos que significaron mayor prosperidad para la villa, el Cid Campeador paseó con orgullo, camino del destierro, sus tropas por la que el insigne guerrero consideró “una peña muy fuert”. En el siglo XIII Atienza poseyó catorce iglesias, de las cuales han sobrevivido seis, y más de siete mil habitantes que hacían de Atienza una de las villas más destacadas del Medievo en el reino más influyente de la Península. En la actualidad, se pueden observar los templos de la Trinidad, San Gil, San Bartolomé, Santa María del Rey y Nuestra Señora del Val. El interés de la iglesia de San Gil radica en su interior, de tres naves y cubierta de artesonado mudéjar, habilitado en Museo de Arte Religioso. Por su parte, en el hermoso templo de San Bartolomé, ya en las afueras del pueblo, con galería de seis arcos sostenidos por una doble columnata de piedra ocre, también puede el viajero encontrar otro museo con importantes e interesantes piezas de arte y paleontología. En el capítulo de iglesias no podemos omitir la de San Juan del Mercado, la iglesia mayor de Atienza, exenta de elementos románicos después de la reforma a finales del siglo XVI, pero que cautiva al turista por el retablo principal que se encuentra en un interior grandioso capaz de impresionar al más frívolo observador.
Pero el patrimonio de Atienza no acaba en sus iglesias, sino que se prolonga en el resto del casco histórico acrecentando la admiración, el respeto y el disfrute de los turistas. El castillo, antes citado, es el monumento mejor conservado y el que se ha convertido en símbolo de la ciudad, viva imagen emuladora de un centinela que preserva a los suyos de cualquier afrenta exterior. Los celtíberos, los árabes y los cristianos utilizaron este roqueño castillo que, como dicen por estas tierras, sólo Dios sabe quién y cuándo se levantó. Se yergue la mole de esta alargada fortaleza sobre un peñón de unos doscientos metros que preside el reducido caserío de la población y las ruinas de las murallas, pendientes de su definitiva rehabilitación en el año 2003. El soberbio recinto mengua en espectacularidad toda vez que el viajero asciende a la cima, pero desde el emplazamiento de la cuadrada torre del homenaje, encallada en una roca de corte vertical, las vistas son intimidantes mejorando sobremanera el panorama y divisando, en la lejanía del cielo límpido como el agua cristalina de los no muy lejanos pantanos, un sinfín de elevaciones del Alto Rey, de Somosierra, de la Sierra Pela y de los montes de Riaza.
Enfilando la carretera que asciende por la colina del núcleo urbano, aparecen los restos del ábside del antiguo convento de San Francisco. Un poco más adelante, la viejísima posada del Cordón llama enseguida la atención del visitante por la gran trenza esculpida alrededor del dintel, igual que la calle Cervantes y sus casonas nobiliarias con atractivos escudos tallados en piedra. En la confluencia de la calle Cervantes y la plaza del Mercado o del Trigo hay un balcón esquinado, muy típico, que marca uno de los vértices de esta plaza de San Juan extraordinariamente castellana, con edificaciones tradicionales de arquitectura popular serrana apoyada en soportales de madera o piedra. El arco de Arrebatacapas conduce a la plaza de España o del Ayuntamiento, triangular y en pendiente, dominada por una fuente acompañada de casonas blasonadas y antiquísimos soportales. El edificio consistorial, algún que otro bar de rancio sabor y puestos de venta de recuerdos y objetos de regalo pueden hallarse en la parte alta de esta travesía sumamente importante de la villa atencina y muy concurrida en los días del estío.
La visita a Atienza puede completarse degustando su magnífica gastronomía en algún restaurante de la villa, catando las piezas de caza que en ellos se sirve, devorando los asados de cordero con diferentes aderezos, todos ellos exquisitos, o saboreando los finos cabritillos que los mozos de la villa se encargan de capturar a muy pocos metros del caserío. Cabecera de la comarca serrana, al pie de la Sierra de Pela, gracias a su crucial ubicación, en la que confluyen diversos caminos del norte de Guadalajara y el sur de la vieja Castilla, la villa que surge como un paraíso desconocido ya en el Cantar de Mío Cid es hoy la alegoría del románico de Guadalajara y un pedazo, entre caminos y piedras milenarias, de la historia de una Castilla erecta que emerge con felicidad.