‘A pie por Castilla’
Cuando este periódico llegue a su buzón (en un acto de admirable generosidad por parte de sus editores, tal como anda de variopinto el panorama informativo alcarreño), muy probablemente usted ya estará hasta el gorro de las lucecitas del paseo de las Cruces, de los belenes (vivientes o no) y de las compras navideñas. Sin embargo, tendrá que pasar por el aro. Como yo. Como todos. Sólo se libran aquellos afortunados que tienen mucha pasta, se suben a un avión y aterrizan en un paraíso donde las mujeres son de otra galaxia. Los demás tenemos que quedarnos aquí, con el pastelón de las firmas comerciales y los programas especiales de Televisión Española, que son de psiquiátrico.
Hay una Navidad bonita y hedonista que se basa en la nieve y en los langostinos de temporada. Pobres mariscadores y pobres de nosotros. Quizá el año que viene ya no podamos disfrutar de estos suculentos manjares que, a la postre, casi son la única alegría que nos queda en esta época tan viciada. Bueno, me equivoco, volver a casa por Navidad, como el del anuncio del turrón, también le reconforta a uno, pero no por ser el tiempo que es, sino por ver de nuevo a tu familia, tus amigos, tu barrio. El caso es que, a pesar de que las previsiones económicas repuntan en alza (y si no, ya vendrá papá Bush y lo arreglará con alguna guerra petrolera), lo cierto es que hay una inmensidad de gente que se muere de hambre. Mientras aquí nos sobran los polvorones y los mantecados, mientras aquí tiramos a la basura toneladas de comida, en otras partes del planeta están literalmente en los huesos. Ahí tenemos los reportajes que nos llegan desde Argentina, concretamente desde la provincia de Tucumán, en los que podemos ver a los niños desnutridos, famélicos, mientras los dirigentes del país aparecen fotografiados despanzurrados en la arena de Playa Bávaro, lugar idóneo para organizar una inútil y costosa Cumbre Iberoamericana. ¡Y todavía le critican a Fidel Castro que no vaya a ese comedero! ¿Para qué va a ir? ¿Para pegarse un hartón de comer, hacer un discursito pomposo y marcharse a casa? Para eso ya está Duhalde, y Aznar, y nuestro propio e intangible Rey de España. Para esa madriguera ya hay muchos buitres.
Médicos del Mundo, en colaboración con algunas empresas españolas, ha editado un pequeño libro de cuentos titulado “Una grandiosa espina”. Yo asistí a su presentación en Barcelona. Hay relatos de Enriqueta Antolín, Espido Freire, Juan Marsé y nuestro Manu Leguineche, entre otros. El delegado de la mencionada organización dijo que el libro tenía un doble objetivo. Primero: sensibilizar a la gente mediante una educación en valores que permita disminuir la pobreza y mejorar la salud mundial. Versión seria –como ven- del clásico lema “otro mundo es posible”. Ya, ¿pero para cuándo?, cabría preguntarse a medio camino del optimismo y la desesperación. Segundo: el volumen tiene una misión económica (sólo cuesta 1 euro), para contribuir a recaudar fondos para proyectos en Guatemala. Realmente la gran emergencia mundial es el hambre: África, América del Sur y, ya lo he dicho, Argentina que, pese a todo, continúa siendo el cuarto país del mundo productor de alimentos. Una tristísima paradoja que certifica los callejones del sistema liberal, tan envolvente y sugestivo, pero tan perverso en otras ocasiones.
Es evidente que el hambre no se puede erradicar si los que tenemos dinero y recursos no destinamos parte en los que lo necesitan. Se tiene que hacer, obviamente, de forma global, integrada, planificada, seria, coherente. Si no, es una pérdida de tiempo. Sin proyectos conjuntos, dar unas migajas o aumentar la ayuda al desarrollo son tiritas para una inmensa herida que supura sin cesar. Aunque toda colaboración es elogiable, qué duda cabe. Pero mientras se sigan vendiendo medicamentos caducados al Tercer Mundo o los intereses bastardos de los intermediarios cercenen las mínimos posibilidades que tiene esta gente de salir adelante, estaremos metidos en un atolladero de difícil salida. La Navidad es un buen tiempo para pensar en todo esto. Y para hacer algo, claro.