Napoleón III, Sarkozy y la prensa
Los políticos casi siempre tratan de manipular a la prensa. Así que a la prensa sólo le quedan dos opciones: dejarse ensillar o responder con astucia. Además de ser más honrada, la segunda opción siempre es más entretenida.
El presidente de la República francesa, Nicolás Sarkozy, reunió ayer a los diputados y senadores en el Parlamento de Versalles, hecho que no sucedía desde 1848. Entonces fue Luis Napoleón Bonaparte, en adelante conocido como Napoleón III, quien reunió a los Estados Generales. La factura del «capricho» del esposo de Carla Bruni asciende a casi 500.000 euros y, salvando las muchas distancias, me recordó a la catetada de la boda de la hija de un ex presidente español en Real Monasterio de El Escorial. Sin embargo, en este caso el golpe de efecto tiene consecuencias demoledoras en el terreno de la imagen pública. Engrandece al pequeño timonel y minimiza a una oposición ya de por sí malherida. Sarkozy no dijo nada, o casi nada, en su día de gloria, pero apareció en todas las televisiones como el capitán que necesita cualquier nave. El estudio de la comunicación política del presidente francés daría para escribir varios libros. Y se publicarán, seguro, aunque sea cuando salga del Elíseo.
Pero vayamos a la prensa. Esta mañana merece la pena acercarse a las portadas de los periódicos franceses. Le Monde reserva a la intervención pseudomonárquica sólo tres columnas, sin foto y con un chiste de Plantu que pinta al Jefe del Estado francés como un reyezuelo megalómano con aires bonapartistas. En cambio, el resto de la prensa gala sucumbe a la tentación y concede a Sarkozy las planas que siempre soñó. De forma más o menos crítica, en función de cada cabecera, pero la coincidencia sobre la importancia de la sesión de ayer en Versalles es casi unánime.
Pese a todo, comparar la prensa de esta época con la de Napoleón III produce gozo. Nos quejamos mucho. Vivimos momentos difíciles. La libertad de expresión sigue amenazada (véase Irán). Pero la mejora es indudable. Cualquier tiempo pasado fue peor.
Merece la pena recordar que la libertad de prensa en Francia se confirma por los decretos de 5 y 6 de marzo de 1848, que suprimen el timbre, la fianza y reestablece el jurado. Esto provoca un ‘boom’ de periódicos de todas las tendencias en París y en provincias, y algunos con títulos que procedían de la Revolución, como L’Ami du People o Le Vieux Cordelier. Alejandro Pizarroso sostiene que «este paraíso periodístico pronto se acota». Luis Napoleón es elegido presidente de la República, en 1851 se conforma el Consulado y después el Imperio en 1852. La legislación de prensa se endurece: se prohíben los artículos anónimos y sólo 11 periódicos reciben autorización en París para ser publicados. El sistema represivo se impone a través de la obligatoriedad de insertar anuncios oficiales, por supuesto, afectos al Gobierno, y con avisos de cierre, por lo que autocensura se expande como un virus corrosivo. Pese a todo, sorprendentemente, la prensa francesa se masifica a partir de esta época con Le Petit Jornal, alcanzando tiradas millonarias hacia 1870.
Es obvio: Sarkozy aún no ha llegado a los límites dictatoriales del tercer Napoleón. Ni llegará, él que tanto presume de liberalismo y mercado. Pero da gusto comprobar que, si no la política, al menos la prensa francesa mantiene la ‘grandeur’ de un país que necesita alimentarse de su propia mitología.