Libros

3 marzo 2006

GUÍA DE GUADALAJARA

Vivir Guadalajara

Textos de Pedro Aguilar y fotos de Pepe Zamora
Guadalajara Dos Mil
Raúl Conde

En los últimos años existe en Guadalajara una especial agitación bibliográfica de temas alcarreñistas. Eso es positivo y fundamental para la provincia, estando como está todavía en pañales en las lides del turismo rural. Una de estas guías que le hacen sentir a uno orgulloso de ser de aquí es la que ha trazado mi estimado amigo Pedro Aguilar, y que lleva por título “Vivir Guadalajara” (Intermedio Ediciones, 1999). Cabecera muy estimulante, dicho sea de paso.

Junto a los prólogos formidables de Manu Leguineche y Javier Reverte, dos amantes de estas tierras que además tienen la santa cabezonería de pregonarlo públicamente, hay dos aspectos que sobresalen de inmediato en el libro: la sabiduría que emanan las palabras de Pedro –producto de su entero conocimiento de la realidad provincial- y la sencillez con que cuenta todo lo que sabe. Es también plausible su capacidad de síntesis, su agenda detallada de direcciones de interés, su repaso exhaustivo del pasado, presente y futuro de Guadalajara capital y el bosquejo de los atractivos turísticos de la provincia a través de ocho rutas: la Campiña, la Sierra Negra y el hayedo de la Tejera, el románico, Sigüenza, la Alcarria, la zona de los Pantanos, Pastrana, Molina y el Alto Tajo. El autor camina serenamente por los senderos recónditos de la tierra de Guadalajara, que es la suya, recoge la alegría sencilla de sus gentes, que son sus paisanos, indaga en los orígenes de nuestro ser colectivo y, por si esto fuera poco, nos deja clarísimo lo mucho y muy bueno que atesora la histórica, y otrora importantísima provincia de Guadalajara. En su “ópera prima”, Pedro escribe claro porque “concibe e imagina claro”, como dijo Unamuno de los escritores castizos.

Después de leer el libro, que cuenta con unas fotografías extraordinarias de Pepe Zamora, a uno le dan ganas de desempolvar el morral que mi abuelo utilizaba en sus días de caminante, agarrar un cacho tocino y algo de bebida, ataviarse con un zurrón y una boina y lanzarse, eso sí, con rumbo fijo y con pleno conocimiento de fondas y mesones, a conocer y descubrir las “cien veres” que componen nuestros campos. Campos abruptos como los de la Sierra y llanos como los de la Campiña o los viñedos de la Alcarria Baja; campos extensos como los trigales seguntinos o ceñidos, ahítos de naturaleza viva y sorprendente, como los ramales exuberantes de las faldas del Ocejón. Campos castizos que Pedro retrata “in situ”, palpando el ambiente de todo su acontecer diario. Campos “pobres”, como los calificara Ortega a lomos de una mula torda, cuya historia queda narrada con precisión y sin ambages. Campos de la “adusta y fina Castilla”, como escribió Machado, prestos ya para ser descubiertos al socaire de un mañana esperanzador.