Las gargantas de Guadalajara
La ciudad y la comarca de Sigüenza, aprovechando sus recursos turísticos y la cercanía a Madrid, no han sido una excepción al fenómeno del turismo rural. El patrimonio natural, fruto de un entorno excelso en su belleza y pródigo en especies animales y vegetales, es uno de los atractivos mayores de la ciudad Mitrada. Comienza a haber muchos especialistas en temas locales, pero hasta hace bien poco no había aparecido una guía que se ocupase del cañón del río Dulce, recientemente declarado “Parque Natural” por la Junta de Castilla-La Mancha.
La obra en cuestión se titula 15 Rutas por la naturaleza de Sigüenza y el Parque Natural del Río Dulce (Sigüenza, 2001). Son autores José Alberto López Ballesteros, licenciado en Informática y Ciencias Ambientales, y Miguel Ángel Díaz Martínez, licenciado en Ciencias Matemáticas. Ambos, madrileños de nacimiento, demuestran sensibilidad y amplios conocimientos para desenvolverse en el campo. La obra no llega a las cien páginas, pero atesora el valor de la concisión que, dados los tiempos que corren, es más una virtud que un defecto. Porque, sin desmerecer otras bondades, el ejercicio principal de sus autores para redactar los textos tiene, a mi juicio, una doble vertiente. Por un lado, la sensación que sacude al lector palpando el paisaje, producto de la experiencia propia de los autores y, por otro, la extraordinaria capacidad de síntesis de los mismos. Cuentan lo que ven, y ven lo más imprescindible y sugestivo.
La guía consta de una escueta presentación, una introducción, el recorrido de quince rutas, un apartado de información de interés para el visitante y la bibliografía de rigor. El punto introductorio merece una atención especial, porque constituye una verdadera apertura a la naturaleza de Sigüenza. Así, los autores abundan en la Historia ecológica, la climatología, la geología, la flora y la fauna de la zona, amén de diversos consejos prácticos y elementales para las personas que tengan el buen gusto de acercarse por estos pagos. Se recorren los tres ríos que vertebran la comarca (el Salado, el Henares y el Dulce); el pinar cercano a la urbe obispal; el valle alto del Henares, “enclave estratégico como lugar de paso entre las cuencas del Tajo y el Ebro”.
La historia de Sigüenza es la historia de sus obispos. Durante largo tiempo, su diócesis abarcó un territorio amplísimo que excede los límites vigentes de la provincia de Guadalajara. El obispado seguntino gozaba de gran consideración en la jerarquía eclesiástica. Protógenes, en el Concilio de Toledo del año 589, nos proporciona la primera aparición documentada de Sigüenza. Pero sabemos que su génesis viene de más lejos. La Segontia romana se convirtió desde el siglo V a.C. en una de las ciudades más importantes de los celtíberos. Muchos años después, se ha visto mermada por la masiva emigración –agudizada en el s. XX- producto del proceso de industrialización del país, centrado en las grandes capitales como Madrid o Barcelona. Los autores de la guía apuntan una observación sustancial para entender la idiosincrasia de los seguntinos, incluso hoy día. Nos referimos a los dos modelos clásicos de vida: el agromedieval, fundamentado en la ganadería y los campos de cereal y cuya tarea hoy está mecanizada y simplificada; y el modelo de caza-recolección, que explicaría “la afición a la caza en nuestra zona, la recogida de setas o de espárragos” (p. 6). Ambos modelos se enfrentan a problemas medioambientales, pero poseen un valor antropológico extraordinario porque permiten explicar el esquema social y económico de antaño y sus huellas en el presente. La industria apenas ha cuajado. El sector servicios resulta el complemento imprescindible del actual desarrollo turístico. El precio que hay que pagar se manifiesta en la degradación parcial del río Henares o en el olvido indiscriminado que Sigüenza sufre, al igual que el resto de zonas rurales de España, en beneficio de la creación de infraestructuras en los ejes de producción que alimentan la macroeconomía española.
La geografía, la flora y la fauna ocupan la mayoría del espacio en la guía que comentamos. Los autores aportan una explicación sucinta. La Orogenia Herciniana y la Orogenia Alpina son los dos grandes plegamientos que, según López Ballesteros y Díaz Martínez, han marcado la evolución geológica de la zona que es objeto de estudio. Hay que sumar diferentes procesos de erosión y sedimentación, lo que “ha formado los actuales relieves, así como la disposición de las rocas que encontraríamos a lo largo de nuestras rutas” (p. 12). Y que tanto asombro provocan -podemos añadir- en los sorprendidos viajeros que los visitan. Son las gargantas de la Sierra, el fondo escudriñado de la provincia de Guadalajara.
Sigüenza es un lugar propicio para plantas silvestres. También abundan la encina, el coscojo y el quejigo. “La comarca seguntina alberga más de 1.200 especies diferentes de plantas superiores, de más de 500 géneros agrupados en 100 familias, cifras que ponen de manifiesto la gran diversidad biológica que conservamos” (p. 15). En cuanto a formaciones vegetales, a saber: encinares, quejigares, melojares, pinares, bosques de ribera, humedales y zonas temporalmente encharcadas, matorrales, pastizales y, cómo no, los hongos. La amalgama de microclimas y ecosistemas de las tierras de Sigüenza se traduce en la variedad de especies faunísticas adaptadas a esos medios. Los animales que podemos encontrar en nuestro camino son variopintos. Desde los corzos hasta cualquier ave, como el halcón peregrino o el buitre leonado, estrellas de televisión gracias a Félix Rodríguez de la Fuente.
En el texto se dice que las mejores épocas para recorrer la zona son la primavera y el otoño. Las rutas son quince, pero podrían ser muchas más. Empezando por el pinar y terminando en Medinaceli (es decir, en Torralba y Ambrona, focos de yacimientos arqueológicos), pasando por Pozancos y su artesanía dorada, el robledal entre Palazuelos y Carabias, el castillo de la Riba, el Barranco de la Hoz en Viana, la hoz de Santamera, la ruta celtíbera por Cubillas y Guijosa, el Parque Natural del Río Dulce, el cañón de Pelegrina, los pueblecitos del entorno de Aragosa o La Cabrera, el Henares, el monte de Sigüenza y el río Salado en La Olmeda de Jadraque. Un universo majestuoso plagado de caminos de polvo, vericuetos en forma de roca, riachuelos saludables y jabalíes hambrientos. Unos parajes que conviene que la gente vaya descubriendo poco a poco, con moderación, como si de un manjar gastronómico se tratara.
Todos los itinerarios tienen presente los pequeños detalles que nos hacen más comprensible el paisaje y las incidencias que puedan surgir. Es importante conocer los ranúnculos que flotan sobre el río, como las rapaces, las grajillas y “los veloces aviones roqueros” (p. 48). Bajar desde Sierra Ministra para cruzar el arroyo del Gollorio, admirar la cascada y andar bajo los arces, pegados a los farallones calizos y a las cárcavas. Son placeres de la vida. Cerca, muy cerca, la Cañada Real Soriana guiaba a los pastores trashumantes de la Mesta castellana. Eran, claro está, otros tiempos.